La muerte de Eddy Kutner

Capítulo 1 (parte uno)

 

Lena

25 de noviembre de 2018

Tarde

Siento la cabeza punzar por todos lados y mi vista no puede enfocarse en casi nada con nitidez. No quiero llegar a casa, pero Jane, mi mejor amiga, me ha arrastrado de la fiesta a la fuerza, a pesar de mis intentos por quedarme. Sigo sumida en absoluto silencio, excepto por los débiles quejidos que salen de mis labios a causa del malestar en el estómago; estos arden como puto fuego. Otra vez no me he podido controlar. Antes de llegar, ya puedo imaginar los reproches de mi madre, las palabras reparadoras de mi padre y el horrible enfado que le provocaré a Alec, mi primo y mejor amigo. Sé que no debería comportarme así, pero ya no puedo detenerlo yo sola.

Recargo la cabeza en la ventanilla mientras sigo con la mirada clavada en las aceras de las calles. Todas mis cavilaciones se desvanecen cuando Jane aparca el Jetta blanco frente al portón abierto de la residencia: blanca, con grandes ventanales frontales, de dos plantas y con un hermoso patio delantero. El presentimiento surge como una llamarada y el miedo con rapidez se adueña de mis venas e incluso mi vista llorosa parece aclararse por un momento. No entiendo lo que pasa, no quiero saber lo que, con probabilidad, puede acontecer. Camionetas de urgencias médicas y policías del estado rodean el patio frontal de mi casa, llenan el lugar de angustia y sobresalto. La incertidumbre se puede respirar al tan solo ver la escena.

La sangre se congela en mis venas, pues nunca he visto tanto alboroto de las autoridades en mi hogar. Jane ya ha salido del auto, sobresaltada, pero yo sigo en el asiento trasero del coche, aún presa de los efectos del alcohol. ¿Por qué he tenido que beber? No me pude controlar cuando un chico guapo me ofreció la primera cerveza para entrar en el ambiente y, a pesar de la promesa que he pactado con Alec, caí. Él me odiará en cuanto se entere.

Los segundos pasan, sé que debo abrir la puerta y salir del auto, mas no quiero, no quiero enterarme de una horrible tragedia, porque estoy segura que ocurrió algo terrible, dado que es casi palpable. Hoy es el cumpleaños de mi hermano y por eso hay tanta gente en casa, así que el ver tantas personas desconocidas no me sorprende. Aunque solo espero que la desgracia, sea la que sea, no haya tocado a ningún miembro de mi familia. No lo soportaría. No obstante, si hay una multitud, lo más probable es que la mala noticia sea para algunos de los invitados. Me tranquilizo un poco.

Me siento la peor hermana del mundo por no haber estado en el cumpleaños de mi hermano, pero no deseo que esta situación quede grabada para siempre en la memoria de Eddy, por lo que comienzo a pensar en cómo podría contentarlo. Los oficiales rodean los alrededores de la casa, y la mayoría de las personas se arremolinan en el patio trasero de la propiedad. ¿Qué sucede? Mi cuerpo tiembla por el impacto de la escena. Jane ha desaparecido de mi vista. Me encajo las uñas en la carne de los muslos para intentar aniquilar aquel estremecimiento que me sacude.

«No puedes esperar más tiempo».

Tomo una bocanada de aire y me armo de valor. Salgo del vehículo con pasos tambaleantes, apenas estables. Ni siquiera soy capaz de caminar en línea recta.

El frío de este pequeño pueblo en el norte de los Estados Unidos araña como un témpano de hielo que quema las mejillas, así que, con mis propios brazos, abrazo mi cuerpo, camino con lentitud y determinación hacia la puerta de la entrada, que está abierta. De ella entran y salen oficiales como si fuesen los mismísimos dueños.

«¡Largo! ¡Váyanse!».

Esas personas son los insectos que consumen una herida inminente en mi alma. Sin verlo venir por mi vista nebulosa, recibo un fuerte empujón en el costado izquierdo que me obliga a dar un traspié que casi produce que pierda el equilibrio y caiga de bruces. Eso no sucede. Con el corazón palpitante, alzo la vista. Es Doris Cook, mi prima. La pequeña niña de once años me abraza con todas sus fuerzas, oprimiéndome el tórax. Pienso de inmediato en Dean, el gemelo de Doris. ¿Ha sido él?, ¿Dean ha sido la víctima de la tragedia? Doris está desecha en llanto.

Mis instintos de egoísmo se hacen presentes y puedo sentir un pequeñísimo alivio en mi pecho. Esa idea —aunque es un miembro cercano de mi familia— resulta más soportable que la imagen de uno de mis hermanos sin aliento en los labios y con la mirada ausente, sin vida.

Doris berrea sin control en mi pecho y yo le rodeo los hombros con consuelo, como si yo misma no compartiera su mismo dolor. La pequeña rubia deja de abrazarme y se lleva las uñas a la cara para rasguñarse los pómulos. No dejo de temblar.

Me siento desesperada, tengo que saber la fatal noticia.

Tomo de los hombros a Doris con ansiedad y con el peor miedo de mi vida al formular una simple pregunta. Me atrevo a decir con tono ahogado:

—Doris... ¿Quién fue?, ¿quién murió? —musito. Mi voz se quiebra, al tiempo que escucho los espantosos alaridos de mi madre entre murmullos y voces desconocidas del exterior.

Mi respiración se detiene.

Los ojos azules y cristalizados de Doris Cook se desvían con tristeza hacia el piso inmaculado cuando por fin pronuncia el nombre del desafortunado miembro de la familia. Y que, con amargura, pienso que será un nombre que no querré oír.

—Eddy —susurra con voz trémula—. Fue Eddy.

«No».

Todo se derrumba.

•──•─•──•✦•──•─•──•

Vuelvo a mirar los enormes orbes café de mi hermano: ansiosos y temerosos. Lo tomo del delgado brazo para que avance hacia la orilla del lago, aún pegado a mi costado. Es un día de agosto en el pequeño pueblo de Sundeville y está siendo muy soleado y caluroso a comparación del resto de los días del año. Además, los murmullos y las risas de los que se encuentran dentro y a la orilla del lago, convierten a esta tarde en un día perfecto, pues un día como estos pueden calificarse como uno.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.