La muerte de Eddy Kutner

Capítulo 1 (parte dos)

 

Cierro la puerta tras de mí y encuentro a Alec recargado en la pared del pasillo. Tiene la cabeza gacha y sus mejillas están húmedas. Además, cuando alzo la mirada hacia él, la desvía con celeridad. Siente mucha pena. Yo trago saliva, aprieto con fuerza mi celular. Con el aire denso que se respira en el absoluto silencio, lo desbloqueo y no puedo evitar temblar de melancolía al ver a mi hermano en la pantalla de inicio. Ahí está él, con una pequeña tortuga en las palmas de las manos. Recuerdo bien ese día, fue hace casi un mes, en el cumpleaños número diecinueve de Alec.

Apago el aparato sin ser capaz de mirar los ojos felices de mi hermano. Lo guardo en el bolsillo de mi pantalón. ¿Cómo es posible que Eddy ya no esté más en este mundo? La desesperación me invade por no entender nada. Maldición, ahora mismo me arrepiento más que en toda mi vida. ¿Por qué no me quedé con él? El suspiro ruidoso de Alec perturba el silencio y comienza a bajar por las escaleras de madera. Él me ve sobre el hombro.

—Vamos, Lena, se hace tarde.

Mis pies reaccionan y llego hasta el inicio de la escalera, me recargo en el barandal de madera de cedro. Escruto con fijeza la espalda ancha de Alec y, aunque no pienso en eso, me percato que él ya no es un niño. Sus facciones y su cuerpo cada día se parecen más a las de un adulto.

He perdido a mi dulce Alec.

—¿Tú lo viste?, ¿cómo pasó con exactitud? Necesito saberlo, Alec, por favor —susurro con el tono tembloroso—. Eddy jamás se acercaba a la piscina. ¿Qué fue lo que pasó?, ¿lo sabes?

Alec niega con lentitud. Deja de verme. Se ha quedado inmóvil en un peldaño de las escaleras. Pasan los segundos y por fin se decide en despegar los labios.

—Nadie lo vio, Lena, solo Libby —responde con amargura—. No sé bien cómo sucedió, todo fue muy rápido. Yo salía de la ducha cuando escuché un alboroto en el patio trasero. Al bajar, ya estaba la policía del estado y las ambulancias.

—¿Lo están investigando? ¿En qué ha quedado todo? Porque Eddy no... Eddy no pudo acercarse a la piscina... Lo sabes, ¿cierto?

Alec se lleva una mano a la barbilla, después la pasa por su cabello revuelto y oscuro.

—Lo siento, Lena. Sin embargo, tengo casi las mismas dudas que tú. Lo único que escuché antes de que todos se fueran a hacer los trámites de su defunción y de su funeral... fue que... se trató de un accidente. No sé si hayan iniciado una investigación.

Sacudo la cabeza con consternación. Mi pulso comienza a acelerarse.

—¿Y los padres de los niños que estaban en la fiesta? ¿Los interrogaron a todos? ¿En verdad solo Libby lo vio ahogarse? Eso no puede ser... —lloriqueo.

Alec termina de bajar los peldaños de la escalera. Se vuelve hacia mí. Sus orbes miel, a pesar de no ser tan claros, brillan en la oscuridad.

—Lena, mírame —ordena, suave—. Nadie provocó su muerte. Si hubiera algo sospechoso, la policía de inmediato lo hubiera declarado y yo me hubiera enterado. Pero ha sido así, un... accidente que jamás debió suceder. Todos... sobre todo Carol, estamos llenos de culpa.

La bilis se queda atorada en mi garganta y arde. Yo no puedo decir nada. Si ellos se sienten culpables, ¿cómo me he de sentir yo? Como una mierda, eso es lo que siento. Mierda porque no creo en lo que me ha dicho Alec y porque todo esto me parece tan irreal, que hasta logro pensar de que se trata de una broma. Todavía no logro comprender que mi hermano está de verdad muerto, que ya no estará más.

—Alec, no me dejes —susurro con desesperación y llena de ansiedad—. Por favor...

Siento que en cualquier momento voy a romperme. La realidad está en mi mente, pero aún no logro aceptarla ni procesarla. Estoy como en trance, como si esto de verdad no sucediese. Y sé que, cuando por fin lo vea, voy a caer. Muy hondo.

Vuelve a subir los escalones y se acerca en un santiamén. Sus brazos cálidos y fuertes me rodean, yo entierro mi cabeza en su pecho. Las lágrimas comienzan a bañar mi rostro, las cuales humedecen su camisa, aunque a él parece no importarle ese hecho. Me sacudo, empiezo a llorar con fuerza. El dolor es como un látigo que duele en lo más profundo del alma, arranca el aire y te deja paralizado. El dolor por la muerte de un ser querido es algo que ni al peor enemigo se le puede desear, porque mata por dentro. Deja sin agua al más basto mar.

Me abraza con fiereza. Puedo sentir que se estremece y logro sentir su dolor. Es el abrazo más sincero que he dado jamás a nadie, pero también el más triste y el más necesitado.

Sin embargo, cuando él deja de abrazarme y me contempla, puedo ver en su mirada algo distinto. Un sentimiento silencioso que lo ahoga y que, a pesar de intuirlo desde hace bastante tiempo, trato de ignorar.

«Perdóname, Alec».

A pesar de mi rechazo, me sonríe.

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Esta es la noche más triste de todas.

La consternación, la pena, el asombro, la tristeza y la incredulidad abrazan el ambiente que se respira en el velorio de mi hermano. Mi madre se ha echado a llorar en mis brazos en cuanto me ha visto, sus sollozos son tan fuertes que nadie nos ve. Todas las personas presentes desvían la mirada al suelo o hacia el ataúd blanco decorado con candeleros a su alrededor y coronas de rosas, en un vano intento de mostrar con eso sus condolencias hacia nuestro dolor por la partida de Eddy. Mi mirada, oculta en las gafas oscuras, se clava en la imagen de mi padre que consola a mi hermana.

Mi padre está a un lado del ataúd, con ropa oscura y unas gafas del mismo color que me impiden examinar sus orbes. Libby está abrazada a sus pies, con la cabeza enterrada a la altura de su estómago y sus cabellos tan dorados como los míos están esparcidos en su espalda. No deja de convulsionar.

Siento ganas de correr hacia Libby y decirle que me describa cada detalle del supuesto accidente, aunque no tengo suficientes fuerzas para separarme de mi madre. Ella me rodea con los brazos, me acaricia y apoya su frente en mi cuello.




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