La muerte de Eddy Kutner

Capítulo 3

 

Lena

28 de noviembre de 2018

Mañana

 

He pensado que al menos iba a tener a mi madre de mi lado. Ya que amaba tanto a Eddy, pensé que a ella también le parecería extraño el caso de su muerte, supuse que lo conocía tan bien como yo. Ahora lo dudo. No lo conocía tan bien.

A nadie le importa o, con simpleza, lo ignoran.

Y si mi madre me ha dado una bofetada por tan siquiera sugerir algo como aquello —que no fue un accidente—, de inmediato puedo darme cuenta que estoy sola en mis sospechas, en mi certeza. Es esa sensación que me grita en silencio que algo no está bien. Que, sin duda, paso por alto la única verdad.

Un accidente no mató a mi hermano.

Las lágrimas humedecen mis mejillas. Entretanto, corro por las escaleras hasta llegar a mi habitación, la última pieza del corredor izquierdo. Entro y cierro la puerta. Me llevo las manos al cabello y me veo en el reflejo del espejo. Aprieto los párpados y doy vueltas alrededor de la cama. Trato de pensar, de analizar por dónde empezar y en cómo encontrar la verdad.

—Yo lo sé, Eddy —susurro con el corazón aún alborotado por la discusión con mi madre—. Sé que tú jamás te hubieras acercado a la piscina sin ninguna razón, o sin que alguien te haya empujado a propósito, lo sé.

Mis ojos se desvían hacia el calendario que está al lado del perchero y siento amargo el pecho. Ya han pasado tres días desde el día de su muerte.

El tiempo sigue su ritmo fielmente sin importar cuántas almas destroce con su avance, cuántas vidas deje en el olvido, y cuántas personas se queden atoradas en un día, en un ayer imposible de volver a vivir.

Mañana tengo que regresar al instituto y hacer de cuenta que estoy bien, que quiero seguir mi vida como si nada hubiera pasado. Sin embargo, en lugares como Sundeville las noticias se propagan en un santiamén y la gente tarda en dejar de ponerle atención a las mismas. Sé que, a pesar de todo lo que haga por evitarlo, la muerte de mi hermano será el tema de conversación de todos los vecinos.

De los niños de la escuela de Eddy.

De los adolescentes que hablarán de mí a mis espaldas.

Sé que su fotografía rondará en los periódicos y noticias de todo el maldito pueblo. El apellido de mi familia será el tema central. Y para comprobarlo, tomo el celular y lo primero que me aparece en la sección de noticias es el título La muerte de Eddy Kutner. Y tras de ello miles de hipótesis que los reporteros se inventan. La mano me tiembla de furia y de coraje, pero trato de calmarme. Deslizo la pantalla y reconozco a varios de los que han reaccionado en esa noticia de Facebook. Peter, Sarah, Josh y Jane le han dado me entristece. Algunos de ellos y otras personas que conozco por nombre o de vista, también han expresado sus condolencias en los comentarios.

No obstante, me doy cuenta de algo más y siento la bilis atorarse en mi garganta. Casi puedo sentir cómo la vena de mi cuello palpita con fuerza. Hunter Jones, el hermano de Sarah, ha reaccionado a la nota con un me divierte.

Tiemblo.

Siento ganas de correr hacia la casa de Sarah y decirle lo que se merece a su hermano: una buena sarta de blasfemias. ¿Cómo puede divertirle la muerte de mi hermanito? Hunter tiene catorce años y sé, porque Eddy me lo contaba, que mi hermano nunca le cayó bien.

Dos lágrimas de impotencia vuelven a escurrir por mis mejillas. Me acomodo en el borde de la cama antes de que mis rodillas se doblen. Dejo el teléfono fuera de mi alcance y apoyo los pies en la base de la madera. Junto las rodillas y apoyo la barbilla sobre estas. Así, hecha un ovillo, quiero quedarme para siempre.

Tocan la puerta.

Una, dos, tres veces.

Sé quién toca de esa forma.

Alec.

—Lena... ¿puedo pasar? —inquiere al otro lado de la puerta.

Sorbo por la nariz y hundo los hombros. Él abre la puerta de madera y esta hace un crujido chirriante. Veo de reojo que la cierra por detrás de sí y avanza hacia mí con pasos cautelosos. Mis músculos se tensan, entierro aún más la cabeza entre las rodillas. Escucho su respiración, siento cómo se sume el mullido colchón cuando se sienta junto a mí.

Sigo sin abrir los ojos.

—Pensé que te habías ido a tus prácticas de fútbol —susurro tras largos segundos de silencio.

Y, aunque sé por qué no ha ido, me gusta escuchar que se preocupa por mí. Lo necesito, lo necesito mucho. Alec suspira, aunque no lo veo, puedo sentir su calor y su colonia debido a su cercanía.

—Dije que no iba a dejarte sola, Lena —murmura con su voz ronca.

Las ganas de llorar son incontrolables.

Bajo las piernas y alzo la mirada. Alec tiene la camisa negra arremangada en los codos y puedo notar bajo la piel de sus brazos lo tenso que está. Y puede que sepa el motivo. Me contempla de una forma tortuosa y a la vez con un profundo cariño. Sin exagerar, puedo decir que no conozco a otra persona que se preocupe más por mí que él. En realidad, Alec es muy guapo, su presencia impone en cualquier lugar y tiene una mirada profunda que te puede calar hasta los huesos. Y estoy segura que, si no fuera parte de mi familia, sería muy probable que estaría enamorada de él. Totalmente.

—Gracias, Alec, pero...

Mi voz se rompe.

Noto que sus manos están crispadas en su regazo. Sé que lucha por no extender los brazos para abrazarme y arroparme con ellos como cuando éramos pequeños. Y, a pesar de saber la razón de su sufrimiento, no puedo imaginar cómo debe sentirse. Puedo sentir que tiene ganas de consolarme y mostrarme su apoyo, pero no puede hacerlo sin dejar a relucir en sus ojos otro sentimiento. Uno que lucha por ignorar.

—¿Ya has comido? —pregunta de pronto con las cejas arrugadas—. Cuando entré escuché que tus padres hablaban sobre ti y Libby, ¿qué pasó?




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