La muerte de Eddy Kutner

Capítulo 5 (parte uno)

 

Lena

29 noviembre 2018

Tarde
 

Quiero largarme de aquí.

¿Es que no pueden mirar hacia otro puto lado?

Cuchicheos, miradas furtivas, así como aptitudes descaradas me rodean mientras camino por los pasillos del instituto. No quiero estar aquí, solo quiero irme a casa y encerrarme en mi habitación. Pero mi padre me ha obligado a venir y me ha venido a dejar a pesar de todas mis protestas.

«Lena, no puedes perder el colegio, así no le vas a ayudar a tu madre».

Aprieto los dientes. Él solo se preocupa por mamá. Para ella esto y por ella lo otro. Parece que mi padre solo ve su dolor y no el mío. Yo también necesito tiempo, no puedo regresar a la normalidad tan rápido. Mi madre ha dejado abandonada la galería de arte y solo se la ha pasado encerrada en su habitación.

Veo el esfuerzo de mi padre por ayudarla, por sostenerla, pero sé que será imposible, para él y para todos. Asimismo, la hemos perdido. Ha decidido hundirse en el dolor. Algo que yo no pienso hacer. Necesito respuestas ante esta certeza de mi interior. Y si me dejo caer en el pozo oscuro de la depresión al igual que ella, terminaré por olvidar de lo que estoy segura.

Eddy me necesita.

Sujeto la mochila con fuerza contra mi hombro y camino con la cabeza gacha y el cabello largo echado sobre mi rostro. Mas, a pesar de eso, siento miradas sobre mí.

«Su hermano Eddy...».

«Pobre chica...».

«Parece loca...».

Siento los ojos arder y me apresuro por el corredor, casi eché a correr. No lo soporto más. La muerte de mi hermano es como si fuera una nota de circo. Son todos unos imbéciles.

Entonces, antes de entrar al aula que me corresponde, me impacto contra alguien. Y al alzar la mirada con vergüenza, no me siento como me sentiría hace tan solo cinco días. Es increíble cómo la muerte se puede llevar consigo hasta las ilusiones del alma.

Peter Dawson está frente a mí.

—¿Lena? Ven aquí.

Lo escucho decir antes de ser envuelta por sus brazos.

Acontece lo que siempre he soñado y ni siquiera me tiembla el pulso. Parece que Peter Dawson de pronto ha perdido todo su encanto. Pero sé que no es así.

Él sigue siendo el mismo chico, solo que yo he cambiado.

Y aún no conozco por completo a la nueva Lena. A la nueva persona que ha nacido en mí o que tal vez siempre estuvo dentro y permaneció oculta.

Mi mejilla está recargada en su pecho y mis brazos se quedan suelto a mis costados. Después él se separa y alza mi barbilla para que lo mire a los ojos. Sus luceros verdes lucen como dos brillantes esmeraldas y le hacen juego a sus cabellos castaños.

Siempre quise mirarme en sus ojos y ahora no siento ni las piernas débiles. Algo dentro de mí ha muerto para siempre.

—Solo quiero decirte que estaré contigo, Lena. Siento todo esto y sé el enorme esfuerzo que haces para estar de pie, pero... no dudes en tener mi apoyo, ¿sí?

«No necesito el apoyo de nadie».

Sin embargo, las palabras se quedan atoradas en mi garganta. Deja de tocarme el rostro y baja la mano. Yo asiento sin sonreír y paso a su lado para entrar al aula. Cuando cruzo la puerta, se dejan de escuchar los múltiples murmullos y un silencio repentino se implanta en el ambiente. Me apresuro a sentarme hasta la banca más alejada y pongo la mochila sobre mis muslos.

Quiero desaparecer.

Algunos me observan de soslayo y otros disimulan. El dolor comienza a punzar en el pecho y la furia también. Ahora sé que todos saben de la existencia de Lena Kutner, y sé que todos ahora me identifican como la hermana del niño que se murió ahogado, además de la chica que nunca se puede controlar cuando bebe.

Es una absoluta mierda.

El profesor comienza a impartir su clase e incluso así los demás no pueden dejar de voltearme a ver. A dos lugares de mí está Alec y ahora mismo me ve sobre su hombro. Su expresión refleja que me tranquilice. Lo conozco tan bien que con solo verlo sé lo que pasa, pero yo no puedo hacerlo.

Y cuando Alice West y sus demás amigas no dejan de susurrarse al oído mientras me miran, es cuando exploto. Me levanto, en el proceso azoto los libros sobre la paleta de la butaca. Todos me ven asombrados e incluso el profesor se ha vuelto hacia mí con perplejidad. Que se joda.

—¡¿Pueden dejar todos de mirarme así?!, ¡son todos unos idiotas!, ¡si quieren enterarse de lo que pasó lean los putos periódicos! —chillo entre lágrimas y salgo del aula sin mirar atrás, ni siquiera hacia Alec que tira sus cosas por ir detrás de mí.

Paso por los corredores del instituto hasta llegar al sanitario de mujeres. No hay nadie, lo cual es bueno, pues ahora mismo mi propio reflejo es deplorable. Me miro y no encuentro a la Lena que era antes. Esto me consume. La certeza de que me trago una mentira me asfixia.

Apoyo las manos en el lavabo y siento las lágrimas recorrer mis mejillas hasta perderse en el mentón y en el hueco de mi cuello. Abro el grifo, dejo caer el chorro de agua fría. Con las dos manos juntas tomo un poco de agua y me la echo al rostro para tratar de despejarme. Me acomodo el cabello, me enfrento en el espejo. Mis orbes están irritados.

Lo sabía, no era buena idea venir al instituto justo ahora: cuando la muerte de mi hermano es el foco de atención de todos. Es lo que siempre he odiado de Sundeville. En este pequeño pueblo siempre llueven los rumores y las noticias se expanden por todos lados e incluso llegan a intervenir personas ajenas. El temblor de mi cuerpo comienza a aminorar y tomo un respiro profundo.

Necesito tranquilizarme.

Se abre la puerta de uno de los cubículos y de este sale Sarah Jones. La pelirroja me mira sorprendida y sé por su expresión que no sabe cómo decirme su pésame o cómo demonios consolarme. Sé que es incómodo. Siempre es incómodo para las personas intentar decirle a alguien que ojalá esté mejor cuando es obvio que no puede estar peor. Me ha pasado incontables veces y ahora que estoy del otro lado de la moneda, considero que es aún mucho más horrible. Los ojos cafés de ella se desvían después de mirarme por accidente.




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