La muerte de Eddy Kutner

Capítulo 8

 

Elena

25 de septiembre de 2018

Tarde
 

Me suelto el cabello y me hecho perfume en la piel expuesta de este. Me pongo un poco más de labial y me coloco un poco de sombras para hacer mi mirada café más profunda. Me miro en el espejo, me bajo un poco el escote de mi blusa para que mis pechos sean más notorios. La falda negra que traigo está por arriba de las rodillas y los tacones que tengo puestos hacen que mis piernas se vean mucho más tonificadas. Falto al reglamento de vestimenta del instituto, pero solo ha sido por este día.

Estoy lista e inmejorable.

Sé que cualquier hombre no dudaría en abalanzarse sobre mí. Siempre he representado el pecado para todos y él no será la excepción. Le doy una sonrisa a mi reflejo y tomo el bolso para caminar hacia el aula en el que imparto clases. Ya casi no hay niños en los corredores, pues la hora de salida ha pasado y los padres ya se los han llevado. Entro al aula y veo a la pequeña rubia sentada en una de las butacas con su mochila de princesa en las piernas.

La niña me mira un poco asombrada.

Pobrecilla, ella me observa como si quisiera ser como yo. Lo mejor será que no desee eso, por supuesto. No debería actuar así, este no era el plan para cumplir con mi objetivo, pero el recuerdo de mis ayeres me vuelve a seducir. Me acerco y acaricio su coronilla.

—¿Estás bien, Libby? Tranquila, tu papá no tardará en llegar.

Asiente y recarga su mentón sobre la mochila. La pequeña rubia casi nunca habla, solo asiente o niega con la cabeza. Y ese es el motivo por el que he solicitado a su tutor, su padre. En realidad, poco me importa la situación de la niña, pero no puedo desaprovechar la oportunidad. Sé lo que hago.

Y sé que ese hombre me llevará a lo que quiero.

Él no tiene idea de quién soy yo ni qué represento para su familia, pero después lo sabrá. Ahora solo quiero recordar los viejos tiempos. ¿Y qué mejor que con él? Todavía recuerdo las manos de Evan sobre mí... sus gemidos y lo salvaje que era. También rememoro que nunca pude lograr que se enamorara de mí.

Y, bueno, con su hermano todo será diferente. No soy una mala mujer. Miro a la niña y me da un poco de pena porque sé que voy a intentar destruir a su querida familia. No obstante, mis objetivos son más importantes. En el pasado fui una estúpida, ahora no lo seré.

Solo voy a tomar lo que siempre ha sido mío.

Me siento en la silla del escritorio mientras miro la puerta del aula, ansiosa por su llegada. Entonces, de un momento para otro, él por fin aparece en el marco de la puerta. Su rostro se ilumina al ver a su hija y la niña corre a abrazarlo. Casi pongo los ojos en blanco, pero trato de no hacerlo. Él es atractivo como el demonio. A pesar que finas arrugas en la frente delatan sus años ya maduros, tal vez unos cuarenta y cinco, y algunas canas sobresalen entre sus cabellos negros, no ha dejado atrás sus mejores atributos.

Luce casi como él, pero ahora que lo pienso, tal vez este hombre luce mucho mejor. Lo veo un poco más alto, más corpulento y la mirada es distinta, más noble quizás. Además, tiene una profunda cicatriz en el pómulo derecho. Evan era más ardiente, más atrevido, pero también era un maldito que nunca quiso amarme. Él le dice algo en el oído a su hija, la niña asiente y después esta sale corriendo junto con su mochila del aula. Me levanto en automático. Con discreción, trato de poner una pierna sobre la otra. Me recargo en el escritorio y le dedico una tímida sonrisa cuando por fin me mira.

Aunque lo oculta muy bien, noto en sus ojos que se ha sorprendido de mi apariencia. Trato de reírme, pero lo soporto. Es obvio que no se esperaba ver a una profesora como yo. Bueno, este es solo el comienzo.

Él avanza hacia mí con el ceño fruncido y mete las manos en los bolsillos. Veo su rostro y trato de mirar a Evan en él, pero de inmediato lo dejo de lado. Este hermano se ve mucho mejor.

—Buen día, señor. ¿Con quién tengo el gusto? —pregunto y parpadeo con inocencia.

Sé que mi actitud no tiene nada que ver con la pinta que tengo, pero me gusta jugar con sus emociones. Se ven tan... expuestos cuando lo hago. Sé su nombre antes de que lo diga, por supuesto, no podría olvidarlo.

Adam.

—Adam Kutner. —Me extiende una mano grande y fuerte—. ¿Y usted?

Dejo de recargarme en el escritorio y le acepto el saludo. De inmediato, siento una chispa en el contacto, mas lo disimulo muy bien. Antes de soltar su mano, ya puedo sentir su tacto por todo mi cuerpo. Pero a pesar de eso, le dedico una sonrisa.

—Profesora Harper, pero puedes llamarme Elena —me presento con la voz más aguda que puedo emitir—. Es un gusto conocerte, Adam.

Sé que no ha pasado para él desapercibido que me refiera de  por la manera en que alza las cejas. Su expresión es de aturdimiento, pues no se esperaba todo esto. Me mira como quiero que lo haga. Con intriga, con recelo.

«Oh, Adam. Espero que tú no seas tan estúpido como tu hermano».

—El gusto es mío, Elena —responde un poco desorbitado.

Y yo sonrío.

Al parecer, él ha mordido el primer anzuelo. Veo en sus orbes miel que trata de ignorar mi belleza, pero es imposible que lo haga. Le invito a que tome asiento frente a mí y él lo hace. Entonces, avanzo hacia el centro del escritorio y me recargo en él mientras cruzo las piernas. Tiene las cejas arrugadas, trata de no recorrer mi cuerpo con la mirada.

Vaya, es muy fuerte, eso tengo que aceptarlo. Es más fiel de lo que pensaba. Sin embargo, al final eso no importará. Conmigo nadie puede resistirse.

—Bueno, solo quiero hablar con usted sobre su hija Libby, como sabrá, ella apenas participa en clase y...

Adam cruza los brazos sobre su pecho y no puedo evitar examinar lo fornidos que son sus brazos. A él solo lo conocía por fotografías, pero ahora me doy cuenta que en vivo es mucho mejor. Evan siempre me enseñó fotos de su hermano, pues claro, solo podía ser así. Era un acuerdo.




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