La muerte de Eddy Kutner

Capítulo 10

 

Carol

1 de diciembre de 2018

Noche
 

Apenas puedo sostener mi vida.

Soy joven, tengo cuarenta y dos años, pero siento como si hubiera envejecido una eternidad, sobre todo en la edad del alma. El dolor te apachurra, te exprime, te bloquea y literalmente te extirpa el corazón. Es como si mi pequeño Eddy se hubiera llevado todos mis sentimientos y mi capacidad para amar.

Solo pienso en él.

Y sé que estoy siendo una pésima madre justo ahora, que debería preocuparme por Lena y por Libby, pero ahora la atención se la he delegado a mi marido, pues por más que lo intento, no puedo. Y ahora que me miro en el espejo del baño para intentar hallar en qué he cambiado, solo encuentro a una mujer vacía en mi reflejo.

Solo están los resquicios de la que alguna vez fui.

¿Pero quién puede culparme? Solo una madre que ha perdido un hijo puede comprenderme. Y, aunque sé que a todos les duele en lo más profundo la ausencia de Eddy, a mí me ha afectado mucho más. No sé yo siento más dolor o ellos son un poco más fuertes.

Me paso el cepillo entre los cabellos y lo jalo con fuerza, sin importarme el dolor que me produzco en el cuero cabelludo, lo hago hasta a propósito. Me veo horrible. El pelo desaliñado y opaco, los ojos sin vida y ojerosos, la piel pálida como la de un fantasma. Incluso creo que he perdido varios kilos, pues mi rostro se ve más alargado y los pómulos más prominentes.

Hace algunos minutos, cuando fui a comprobar por primera vez desde la tragedia a ver si Lena y Libby dormían en sus habitaciones, me encontré a mi pequeña en el pasillo. Lena ya dormía y Libby estaba de pie fuera de su puerta con los ojitos cansados. En cuanto ella me vio, corrió hacia mí y me abrazó con fuerza, yo también le devolví el abrazo. Y el sentir sus brazos alrededor mío fue como resurgir de un pozo oscuro y profundo.

De pronto, no recordé cuándo fue la última vez que la abracé. En el momento que ella levantó su carita y me miró con sus ojos azules del mismo color del mar y que los míos, mi corazón se estrujó de forma dolorosa, pues vi el abandono gritar en las pupilas de mi Libby.

—Mami, te extraño mucho.

Eso me partió el alma.

He hecho que mi hija de seis años me extrañe cuando aún sigo viva. No obstante, sé por qué ella lo ha percibido así, sé por qué me extraña, porque he dejado de ser su madre en los últimos días para pasar a ser una desconocida. Me he convertido en un fantasma, y no sé si esté siendo egoísta con mi propio dolor.

«Nosotros también estamos sufriendo, Carol», me comentó Adam esta mañana.

Creo que él está un poco resentido conmigo, aunque no lo demuestra. También sé lo mucho que me ama y, aunque ha estado cuidando de mí durante todos estos días, no ha podido sacarme ni una sonrisa. Me siento mal y un poco culpable, pero a pesar de eso, sigo sin tener deseos de recuperarme. Cada vez me pierdo un poco más. Cierro los ojos y apoyo las manos en el lavabo. Debería vigilar más a Lena, debería ponerle más atención a Libby.

Pienso en Lena.

Los últimos meses ha estado un poco desatada y rebelde, y ahora mismo no tengo idea de si sigue igual. Sí, estoy siendo una mala madre. Cuando le he preguntado a Adam el otro día sobre Lena, no me ha contestado y aunque vi en sus ojos que sabía algo, no me lo dijo. Él siempre intenta no preocuparme.

Respiro hondo y me echo agua fría en el rostro, me limpio con una toalla seca y salgo del baño con pasos atolondrados. La luz de la habitación está apagada, pero la lámpara del buró de la recámara está encendida, por lo que puedo ver a Adam sentado en el borde de la cama cuando salgo del baño. La luz amarilla baña su espalda. Está un poco encorvado y sus hombros se notan decaídos. Avanzo con lentitud y en silencio. Entonces me percato que sujeta una fotografía en la mano.

Y no necesito ojos de águila para ver de quién es la fotografía. Es de Eddy y él la sujeta entre los dedos con las manos crispadas. Luce muy triste. Un nudo se incrusta en mi garganta y comprendo que no soy la única que sufre. Adam, Libby y Lena también lo hacen.

Casi sin respirar, me acerco hacia él y me siento a su lado, sin atreverme a tocarlo, aunque mis brazos quieren rodearlo. Adam mira la fotografía de nuestro hijo con añoranza. En la foto Eddy sonríe junto a él, los dos acarician un perro Gran danés. Lo recuerdo. Fue el cumpleaños número siete de mi niño, él anhelaba un perro de esos y Adam se lo compró, aunque poco tiempo después se perdió en un viaje. Eddy luce radiante y con toda la alegría del mundo. No puedo evitar ponerme furiosa. ¿Por qué él?, ¿por qué no fui yo?

Por mi mente pasan todos los recuerdos de mi marido y Eddy, divirtiéndose, jugando al fútbol, corriendo los dos tras Libby, yendo al parque por las tardes y cantando a todo pulmón cuando se iban de viaje. No logro evitar derramar una lágrima.

Adam también sufre, pero se supone que él debe ser el fuerte para sujetarme. Sí, he sido egoísta. Él despega los labios y respira hondo. Noto una gota en su mejilla que brilla como un cristal.

—Eddy siempre fue mi más grande sueño, mi único niño, mi campeón... —susurra con la voz ahogada—. Me siento tan culpable... —Cierra los párpados con fuerza.

Aprieto los labios entre lágrimas y niego.

—Pero... ¿por qué?

Lo recuerdo.

Hace pocos años que Adam insistió en hacer una piscina en la casa, motivado por sus tres hijos. Yo siempre le advertí que no me gustaban, que eran peligrosas, que no les tenía confianza y menos con mis hijos tan pequeños en ese entonces. No obstante, Adam le hizo caso a sus pequeños, como siempre lo hacía.

—Si tan solo te hubiera hecho caso...

Su voz suena débil.

Me decido y paso un brazo por sus hombros. Noto que él se sobresalta un poco ante mi tacto. Y algo en mí se siente un poco mal, pero no puedo evitarlo, justo ahora lo último en lo que pienso es en acostarme con él. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvimos juntos, casi no logro recordar la ocasión. Adam baja el brazo junto con la fotografía y la deja justo al lado de la lámpara.




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