La muerte de Eddy Kutner

Capítulo 19

 

Carol

6 de diciembre de 2018

Tarde
 

Hace varias semanas que la cortina de la galería de arte no estaba alzada. Sacudo otra vez la ventana de la puerta y me asomo a la calle para ver si hay alguien a lo largo de la calle, a la espera de entrar ahora que la he abierto de nuevo.

He tenido que hacer una limpieza casi exhaustiva del lugar. Algunos objetos, esculturas y cuadros fueron removidos de su lugar para entrar en mantenimiento. Tuve que limpiar estante por estante para recoger el polvo acumulado en su totalidad. Me siento extraña al estar aquí y no estar encerrada en la habitación de mi casa como en los últimos días. Me siento rara y culpable.

Porque la simple acción de abrir la galería de arte me hace pensar que estoy olvidándome de Eddy, que lo dejo atrás y quiero volver a mi vida rutinaria y normal. Eso duele. Tratar incluso de avanzar duele en lo más profundo del alma. Arde separarse del luto que me embarga, porque me hace sentir mal, todavía no me siento preparada para hacer esto, aunque solo estoy aquí ahora mismo porque Adam me ha venido a dejar y no se fue hasta que terminé de alzar la cortina y prendí las luces del interior.

Es entonces cuando él se marchó en el Mercedes a su despacho personal para proseguir algunos trámites. Lo comprendo. A él le duele la muerte de Eddy tanto como a mí, pero también le duele verme en un estado de pausa, de hundimiento extremo. Él quiere que poco a poco vuelva a ver la luz. Es tan difícil.

Hay dolores tan grandes que ya no se puede vislumbrar o desear una felicidad propia y duradera. Eso es porque se entiende que la felicidad nunca volverá a ser lo mismo sin alguien que falta, que se lleva anclado en el alma. Nunca sin él, sin mi amado Eddy.

Sin mi hijo.

Mi mano tiembla al pasar el trapo por uno de los estantes de cristal. Alzo la vista y veo mi reflejo. Pasan los segundos y no me reconozco. Ya no hay brillo ni vida en mi rostro, ahora es tristeza, infinita tristeza. Por Eddy, por mi familia, por mí. Ojeras marcadas delatan mi falta de horas de sueño y las constantes pesadillas que me persiguen. Mi rostro luce también más alargado y delgado que siempre.

La blusa que tengo puesta hace que los huesos de mis clavículas se vean más prominentes. No sé cuánto he adelgazado, pero sin duda es notorio, y en lugar de convenir en mi aspecto físico, lo perjudica.

De pronto, tengo miedo, de lo que viene, de lo que falta. De la vida entera que tengo que vivir sin ver a mi hijo, sin volver a verlo a los ojos, sin volver a escuchar su risa y su voz, y su forma tan dulce de llamarme cuando no podía dormir. Sin verlo crecer... ¿Cómo podré seguir sin la mitad de mi vida?

Apenas me doy cuenta que derramo lágrimas. Se me cae el trapo de felpa con el que limpiaba, de inmediato lo recojo. Me limpio la humedad de las mejillas y paso por enésima vez el trapo por el estante. Me detengo y no puedo evitar sentirme mal por mi reflejo que veo en el vidrio. Nunca antes me había pasado, mas me siento fea.

Y vieja.

Mi cabello dorado ya no es tan brillante como antes, mis ojos azules siguen siendo grandes, pero las pequeñas líneas de expresión que los rodean los han vuelto menos atractivos. Menos fascinantes. Dejo el trapo sobre el vidrio y me llevo una mano para tocar la piel de mi rostro. Ya no está más la chica hermosa que alguna vez fui, ahora hay otra, una impostora que poco a poco consume toda la vitalidad de mi juventud. Sin embargo, ese hecho queda opacado frente al dolor de perder a mi hijo, queda sin importancia. No tendría sentido ser bella y tener la vida rota.

Aprieto los labios y me toco el contorno de estos con las yemas de los dedos. Al hacerlo, no puedo evitar pensar en Adam. Los últimos días... No, los últimos meses... Cierro los párpados y sacudo la cabeza. No, es mucho mejor decir que en los últimos dos años nuestra relación se ha vuelto más fría, más distante. Se ha ido creado una línea invisible que nos separa. Y, aunque él ha luchado, porque lo he notado, acercarse, sujetarse de mí, yo no he querido, me he alejado poco a poco. Ahora solo no puedo sentir ya deseo por nada, ni siquiera por dormir con él.

Tengo miedo.

De perderlo, de perder a mi familia a causa del sosiego del paso de los años, del dolor, de la indiferencia, de la rutina, de todo.

¿Qué me pasa? Sé que sigo amo a Adam, desde ese primer momento en que me crucé con él y lo vi, me enamoré, pero el tiempo me ha cambiado y la muerte de mi hijo me ha convertido en una mujer nueva, demasiado distinta. Me ha transformado en una señora demacrada e insegura. De pronto, pasa por mi pensamiento la posibilidad de... ¿Y si Adam ha buscado a otra mujer durante este tiempo?, ¿y si él me ha sido infiel?

Tiemblo.

¿Cuándo fue la última vez que estuvimos juntos?, ¿que lo besé con verdadera pasión? No lo recuerdo.

Casi puedo sentir, otra vez, las lágrimas amontonadas tras mis párpados. Es que no lo había pensado, pero existe una probabilidad, y sé que por mucho que Adam me ame, puede cansarse de mis indiferencias o tal vez ya se cansó. Una lágrima se desborda.

El problema es que no logro encontrarme.

Y si no logro encontrarme, no podré regresar con él. Me abrazo, dejo que la tristeza y el tormento me consuman con lentitud. Segundo a segundo. No. Adam no puede engañarme.

Él... Recuerdo que hace poco menos de un mes llegó una noche con un ramo de rosas. Me hizo una delicada cena y me habló con el corazón en la mano. Me dijo que se sentía invisible para mí, me pidió que no lo dejara, que él aún me amaba con la misma intensidad que el primer día. Esa noche intentó implorarme que volviera a él, que lo intentáramos, quiso estar conmigo, pero yo... yo no quise.

«Error».

Si, ahora sé que cometí un error. Después de eso, Adam ha intentado mil maneras para volver a ser los que fuimos antes, se ha propuesto mantenerme a flote en este dolor que nos consume. Y ahora soy consciente de lo egoísta que he sido durante todo este tiempo. De lo mentirosa y jodida que he sido con él y mi familia. Me limpio las lágrimas, trato de ver, de nuevo, en el reflejo a la mujer que se arreglaba, que era bellísima y alegre, pero se ha ido. Y casi puedo decir que jamás ha estado.




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