La muerte de Eddy Kutner

Capítulo 22

 

Elena

10 de octubre de 2018

Mañana

 

Me han cambiado de grado.

Esta mañana, desde la dirección, me han comunicado que ahora daré a cuarto año y por eso me dirijo a ese salón apenas entro al edificio del instituto. No sé bien las razones por las que han hecho el cambio, pero en realidad no me importan, de cualquier forma, tengo que obedecer a la institución.

En la junta de hace tres días estuve con varios profesores. Sin embargo, con ninguno dirigí la palabra, más que todo por miedo a que se acuerden de mí, a que les parezca conocida. Sé que las probabilidades para que lo hagan no son muy altas porque han pasado muchos años desde que me marché del pueblo de Sundeville, pero no quiero arriesgarme demasiado. Mi cabello, antes rubio en su color natural, ahora es oscuro. Y mis ojos cafés, que son así por los lentes de contacto, en realidad son azules. Mi nariz también ha cambiado después de la operación estética a la que me sometí hace cinco años. Antes era un poco más grande, ahora es más pequeña y perfilada. Sin duda, casi soy otra mujer, tuve que hacerlo, tengo que serlo si no quiero que los fantasmas del pasado vuelvan a atormentarme.

Nunca fui muy conocida en Sundeville, pero las personas que sabían de mí o se enteraban, siempre me miraron de manera despectiva y me juzgaron con el dedo índice. Aún recuerdo por qué me gané ese título de mujer fácil antes que las personas que frecuentaban sitios como bares y prostíbulos comenzaran a identificarme como una puta.

Fue cuando salí con un hombre mayor luego que este me invitara unas copas con él, a cambio de darme un par de dólares que en ese tiempo realmente necesitaba. La verdad es que todo resultó ser un engaño. Algo ebria, terminó por llevarme a un sitio apartado, a un costado del lago de Sundeville, donde decidió abusar de mí. Y no solo eso. Si no que había por lo menos otros cuatro hombres más que se reían mientras veían cómo me violentaba. Desde ese momento, mi vida tranquila se destruyó. Y yo por miedo decidí no hablar.

El rumor de ser una mujer fácil se propagó gracias a esos sujetos y pronto la clase de personas que visitaban ese tipo de zonas comenzaron a señalarme. Así fue como me gané ese título de manera injusta. Así fue como Evan Kutner me conoció.

Él siempre creyó que era como ellos creían.

Él me enamoró y después me rompió el corazón. Me quitó a mi bebé porque me dijo que su hijo no podía crecer al lado de una mujer como yo, además, me amenazó con publicar las fotografías privadas de mí mientras teníamos intimidad o de mis desnudos. En ese tiempo era débil, no pude defenderme, pero sé que, si ahora mismo me sucediera eso, la historia sería bastante diferente. Me amenazó y yo me rendí. No tenía dinero, no tenía moral y no tenía fuerzas.

Por eso hui de Sundeville.

Y ahora he regresado por la misma razón.

Sí reclamaré lo que me pertenece y un día me robaron.

Los recuerdos de mi pasado se apagan al entrar en el salón donde ya comenzaré a impartir clases. El ruido y ajetreo que hacen los niños se detiene en cuanto me ven y pongo toda la pila de libros sobre el escritorio. Alzo el rostro y les dedico una suave sonrisa.

—Hola, niños, yo seré su nueva maestra, mi nombre es Elena Harper.

Me presento frente a todos esos pequeños de no más de ocho años de edad.

Estoy por darles la espalda para escribir en el pizarrón mi nombre completo, cuando una mirada audaz llama mi atención de entre todos. Mis ojos se desvían hacia ese niño de la última fila y entonces lo reconozco.

Es Eddy Kutner.

Y me observa como si yo no fuera su nueva maestra, sino una prominente amenaza. Tiene el uniforme escolar planchado a la perfección y el cabello corto bien peinado. Mirar a ese niño me causa una sensación extraña que no puedo comprender, por lo que decido dejar de mirarlo y me vuelvo al pizarrón para escribir mi nombre y el programa escolar que impartiré.

Pero, aun así, siento sus ojos en mis espaldas.

Con demasiada intensidad.

Y, aunque sea absurdo, no puedo dejar de sentir como si él supiera con exactitud quién soy yo.

•──•─•──••──•─•──

Cuando suena el timbre siento el alivio recorrer mi pecho.

El día me ha resultado muy pesado y aún más con la incesante mirada fija de ese niño sobre mí. No sé qué demonios tiene o qué problema podrá tener conmigo, pero algo sí es claro: no le agrado en absoluto. Tal vez no debería darle mucha importancia, después de todo, es un simple niño. Sin embargo, me incomoda.

Una vez los mocosos han abandonado el salón, me apresuro por recoger los libros y caminar por los pasillos hasta llegar a la entrada principal del instituto. La verdad es que solo quiero ver si por fin esta vez llegará Adam por sus hijos, pues en los últimos días lo he esperado cerca de la salida y solo ha venido una mujer rubia de ojos azules a por ellos. Debe ser su tía o algo por el estilo, pues su esposa no es. A ella la vi el otro día en su despacho, así que puedo diferenciarlas.

Necesito ver a Adam y preguntarle si ha pensado en mi propuesta. Él no me ha llamado, no ha dado ninguna señal, por lo que no sé si darle unos días más o definitivamente volver a su despacho. Entonces, como siempre lo hago, me paro justo en el termino de los escalones, a un lado del comienzo del estacionamiento. Me llevo una mano al cuello de la blusa blanca y desabrocho los tres primeros botones con disimulo, dejan a la vista la forma de mis pechos y el nacimiento de estos. Lo hago a propósito, por supuesto.

A unos pocos metros de mí, justo debajo de la banqueta, se encuentra la niña rubia y su hermano. El día frío provoca que la mayoría todavía lleve las chaquetas puestas, pero yo hago un esfuerzo descomunal para no titiritar. En este pequeño pueblo siempre hace frío, siempre llueve y siempre la neblina oculta los cerros que rodean Sundeville; sí, aunque debo admitir que me gusta este clima. No es como en otras ciudades en las que he estado y apenas en la tarde ya tengo ganas de entrar a una piscina fría para refrescarme.




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