La muerte de Eddy Kutner

Capítulo 23

 

Lena

7 de diciembre de 2018

Noche

 

Cuando llego a mi casa, no veo ningún auto, más que el de Alec, por lo que casi decido quedarme dentro de la cochera y no entrar para no verlo. Aprieto los dientes y abro la puerta. Las luces están apagadas, excepto las de la cocina. Dejo la bolsa y la chaqueta en un brazo del perchero. Me acerco a la luz, donde espero por completo encontrar a Alec, pero no es él.

Es Libby.

Está sentada en la mesa mientras bebe un vaso de agua. Al notar mi presencia, alza el rostro y me mira sobresaltada. Sus ojos se abren como platos y casi puedo leer el miedo en ellos. Siento una punzada en el corazón. ¿Desde cuándo le doy miedo a mi propia hermana? Me siento mal, porque amo a mi hermana, amo a Libby tanto como a Eddy, pero tengo que admitir que toda la situación me ha dado para pensar en posibilidades oscuras.

Intento dedicarle una suave sonrisa para que entienda que no pienso gritarle ni darle miedo. Camino hasta la mesa y arrastro una silla antes de sentarme. Libby toma su vaso con fuerza y baja los hombros. Dios.

—Papá y mamá me pasaron a dejar porque ellos fueron a comprar cosas, ellos... no tardarán —balbucea con un tono muy a la defensiva

Enseguida lo comprendo y me entran ganas de llorar.

—Libby, por favor, perdóname. —Mi voz sale temblorosa—. Sabes que te amo ¿verdad? Que jamás haría algo para dañarte y que siempre te voy a proteger, aunque en los últimos días me he comportado mal contigo. Por favor, perdóname.

Estiro la mano para tocar una de las suyas. Libby las tiene sobre la mesa, suelta el vaso con una y la estira hasta tocar mis dedos. Nos tomamos. Libby de pronto deja de sentirse tensa. Sí, ha regresado su hermana.

—Lena... —Su voz apenas es un murmullo.

—Nunca quise culparte, Libby —sollozo—. Yo solo quería saber la verdad, y sé que tú también amabas a nuestro hermano. Asimismo, sabes del miedo terrible que le tenía Eddy al agua.

Parpadea para que el agua contenida en sus ojos no termine por derramarse. Con la mano libre se restriega los párpados y asiente con un ligero temblor.

—Yo... no vi... —masculla ella con la voz entrecortada.

Asiento y le aprieto la mano con fuerza.

—Tranquila, te creo Libby, te creo —digo con la voz débil—, pero, por favor, si sospechas de algo, de cualquier cosa, tienes que decirme.

Ella asiente y desvía la mirada. Sus ojos azules se ven atemorizados y no puedo descifrar si es por mí o por lo que sea que piense. Ella abre la boca, pero la cierra al dirigir su vista en un punto detrás de mí. Ojeo sobre el hombro y veo a Alec, quien está apoyado en el marco de la puerta con el ceño un poco fruncido. Tiene vaqueros oscuros, una camisa blanca arremangada hasta los codos y unas botas de soldado. Se ve muy sexy, pero eso no me distrae tanto como la expresión de su rostro.

—Libby, ve a jugar a tu cuarto. ¿Nos puedes dejar solos? —pregunta con la voz ronca.

Mi hermana asiente y se escabulle más rápido de lo que Alec tarda en avanzar hasta mí. Su expresión es de cansancio, dolor y también irritación. Yo me levanto de la silla y lo enfrento. Tenerlo cerca me produce sensaciones contradictorias; anhelo y repulsión. Quiero que sea mío y, al mismo tiempo, deseo alejarlo de mí para siempre. ¿Por qué tuvo que ser él?, ¿por qué entre tantos hombres en el mundo mi corazón tuvo que elegirlo? Al único chico que nunca podré tener.

—Lena, tienes que dejar de hacer esto —reprocha—. Escuché lo que le decías a Libby, es... —Respira profundo y cruza los brazos—. Ya basta, Lena, ya basta de que intentes interrogar a Libby como si ella estuviera ocultando algo. Es que, ¿en verdad te das cuenta de lo que insinúas? Que alguien mató a Eddy. ¿En verdad piensas que alguien de nosotros pudo hacerlo?

Aprieto los dientes con fuerza. Alec puede lastimarme con Sarah, pero no voy a permitir que dude de mis convicciones, de una suposición de la que ya estoy segura por completo.

—No lo pienso, Alec, lo afirmo —siseo.

Entrecierra los ojos y sacude la cabeza.

—Lena, por favor, ya basta. Sé que Eddy le temía al agua, soy consciente que él casi nunca se acercaba al agua, pero pudo intentar meterse y sin avisarle a nadie. Son niños, Lena, nunca miden los peligros. Y tal vez Eddy solo intentó vencer su miedo.

Aprieto las manos en un puño. ¿Por qué lo dice tan fácil?, ¿como si yo fuera a tragarme la historia que trata de hacerme creer? Entonces niego y lo miro con dureza.

—Parece que nunca conociste a Eddy, Alec. Pero te guste o no, voy a encontrar la verdad de todo lo que pasó. Y no me importa si es que tengo que perderte, si después de todo, tú y yo ya no somos los mismos.

La mirada de Alec se vuelve tortuosa y yo sé que sufre con mis palabras. Sin embargo, al contrario de sentirme mal, lo disfruto. Por todo lo que ha hecho, por todo el dolor que me ha hecho pasar. Por eso lo disfruto.

—Lena, te has vuelto...

—¿Loca? —escupo con los puños apretados—. Me importa una mierda lo que pienses de mí, Alec. —Lo miro a los ojos con toda la intención de herirlo con mis palabras—. Porque ya no espero nada de ti. Porque eres un traidor.

Alec da un paso hacia mí y su altura se impone. Y, a pesar que su cercanía me pone nerviosa, en este instante bloqueo esas sensaciones y solo tengo deseos de dañarlo. De lastimarlo como él me ha lastimado. Y yo sé la única forma en la que en verdad puedo herirlo.

—La traidora eres tú, Lena.

—¿Por qué?

Ahora sus ojos están inyectados en furia y decepción. De pronto, siento que Alec sabe algo muy importante y un escalofrío me recorre la columna vertebral. Él sonríe sin un gramo de gracia y me fulmina con la mirada.

—Porque jamás pensé que te podrías meter drogas. —Su voz es envenenada y sus orbes guardan una profunda decepción—. No puedo creer que me lo hayas ocultado durante dos años, pero en este momento vamos a ir con tus padres para que lo confieses.




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