La muerte de Eddy Kutner

Capítulo 25

 

Carol

8 de diciembre de 2018

Noche

 

Vuelve a sonar el móvil por séptima ocasión.

Lo miro con ansiedad, casi me dan ganas de tomarlo y pisarlo con el tacón de la zapatilla para convertirlo en cientos de trocitos. Lo único que quiero es que deje de sonar de una buena vez.

«Por favor, cállate».

Mas no lo hace. Tras largos segundos, el móvil vuelve a vibrar sobre la madera del mueble y mis ansias van en aumento. Estaba terminándome de vestir con el pijama justo antes que comenzara a sonar una y otra vez. Y ahora, con los pies descalzos sobre el frío suelo, lo miro casi con terror desde el borde de la cama. No quiero contestar, no voy a hacerlo. También sé que no dejará de sonar hasta que no responda la llamada.

Respiro hondo, me levanto del mullido colchón para caminar hacia el mueble y coger el maldito teléfono. Con una gota de sudor que recorre mi frente y se desliza por el pómulo derecho, avanzo con pasos trémulos hacia el buró de madera. Al estar a unos centímetros de cogerlo con la mano, el teléfono vuelve a sonar con ese repiqueteante sonido.

Número desconocido.

Pero yo sé de quién es ese número.

Tomo aire y deslizo la pantalla para contestar. Tiemblo mientras sujeto el móvil. Le dije que no volviera a llamar. El que lo haga me pone increíblemente ansiosa, de temor, de miedo.

—¿Carol? —escucho su voz ronca al otro lado de la línea.

Aprieto los dientes.

—Te dije que no volvieras a llamar —susurro, trémula.

—Eso no puede ser posible hasta que tú...

Alguien toca mi hombro y me sobresalto, lo que provoca que quite el teléfono de mi oído. Por favor, que no sea él. Pero contrario a mis deseos, me doy la vuelta con brusquedad y me encuentro con los ojos miel de Adam. Lucen confundidos. No lo he oído entrar. Me doy cuenta que he dejado la puerta entreabierta y por eso no lo he escuchado.

—¿Con quién hablas, Carol?

Trago saliva y sonrío a medias, aunque en las plantas de mis pies puedo sentir un incesante cosquilleo y un temblor que me embarga en cada célula de mi cuerpo.

Joder.

Debí pensar que él no tardaría en llegar del despacho.

—Con... Rosy, pero discutimos algo sin importancia —le digo al mismo tiempo que vuelvo a poner el móvil en mi oreja y finjo desinterés con toda naturalidad.

En realidad, no creo que se trague el cuento que hablo con una amiga a la que no he visto en años, pero es mi única escapatoria. Alec ladea la cabeza, un poco dubitativo, mas asiente y se aleja de mí para comenzar a quitarse el saco y la corbata como todas las noches al volver del trabajo.

Mientras tanto, aprovecho para tomar el móvil y con los dedos temblorosos apagarlo para que no vuelva a sonar. Pero antes, finjo hablar de nuevo con mi amiga mientras Adam se desviste frente a mis narices.

—¿Rosy? Te llamaré luego... ¿vale? Acaba de llegar Adam a casa —intento reír entre dientes—. Y ya no te enojes más por eso. Adiós, bonita noche.

Suspiro de alivio, guardo el celular en el cajón del buró. Veo que Adam se ha quitado la camisa y solo está con los pantalones negros mientras se pone desodorante frente al espejo. No puedo evitar mirarlo, pensar que es un hombre tan atractivo que cualquier mujer caería rendida en sus brazos, pero, a pesar de lo ardiente que sigue siendo con el pasar de los años, ya no puedo verlo de la misma forma. Tal vez pasionalmente todavía sí, mas me da la sensación que el amor se seca cada día más en nuestros corazones. Además, no he podido volver a acostarme con él, y ahora con la reciente muerte de mi pequeño Eddy, menos lo pienso. Me siento muy culpable de tan solo pensarlo, pues, ¿cómo voy a pensar en disfrutar aun después de la muerte de mi hijo?

Y sé que pronto este sentimiento que me recorre pondrá barreras entre nosotros. Tal vez ya las ha puesto. Aunque Adam sigue mirándome con la misma devoción, con la misma ilusión que es capaz de hacerme sentir culpable por no corresponderle de esa misma forma.

Alza los brazos pasa pasarse una mano por el cabello y suelto un suspiro al ver cómo sus músculos se flexionan y se remarcan. Sí, a pesar de ya no sentir el ardiente amor que alguna vez sentí por él, todavía sigue afectándome su perfecto cuerpo. Quizá ya no lo amo con intensidad desde hace tiempo, pero lo quiero. Y eso debe bastarnos. Para los dos. A veces el amor no hace falta en una relación para que perdure, basta con que la cercanía del otro no resulte ser algo de lo que quieras deshacerte todo el tiempo.

Adam sonríe y yo puedo ver la forma de su sonrisa a través de su reflejo. Sus labios estirados muestran una gran hilera de dientes blancos. Yo le sonrío de vuelta desde la cama, le hago un gesto con la mano para que venga a la cama. Asiente y, antes de venir a la cama, se quita los pantalones para ponerse una cómoda bermuda. Su cuerpo sigue siendo duro y firme, pero el apetito sexual no se activa en mí. Y no sé si es algo que se quitará con el tiempo o si ya jamás podré pensar en el placer sin sentirme como la peor persona del mundo.

Llega a la cama y se mete bajo las sábanas conmigo. Siento sus manos grandes sobre mi cuerpo y cómo me pega hacia su pecho tan solo para abrazarme. Adam siempre ha sido cariñoso y amoroso conmigo, incluso en estos últimos años lo ha sido mucho más. Y por eso mismo siento un nudo en la garganta. No lo merezco.

Acomodo mi cuerpo junto a su calor y me cubro las extremidades con las suaves y delgadas sábanas. Nuestro abrazo no representa ninguna intención sexual, tan solo es uno reconfortante que me entibia el alma. Me pego aún más a su cuerpo, con el corazón lleno de alivio y con la garganta ardiendo por lo que no puedo decir.

—Gracias, Adam, por entenderme —susurro con la voz entrecortada.

Siento su respiración acompasada cerca de la piel de mi cuello. Esa sensación me relaja. Me siento protegida y querida en sus brazos. Eso es algo que nunca va a cambiar, aunque ya no lo ame con la misma intensidad de cuando éramos adolescentes.




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