La muerte de Eddy Kutner

Capítulo 27

 

Lena

9 de diciembre de 2018

Mañana
 

Estoy aquí después de su llamada.

En su despacho personal, a la espera que él regrese, ya que ha ido por unos papeles. Apenas si he podido salir de casa, mi padre me ha hecho prometerle y jurarle que jamás volveré a consumir ningún tipo de droga o él mismo me internará en un centro de rehabilitación. Y bien, no quiero desobedecer porque lo último que quiero es que me encierren antes que pueda sentirme tranquila con lo que pasó con mi hermano. Miro la hora en el reloj de mi muñeca. Son menos de las doce de la mañana.

En el silencio y tranquilidad de la oficina, mi mirada recorre cada centímetro. Hay unos estantes detrás del escritorio, parecen ser de madera de roble y guardan una cantidad innumerable de libros y tomos de diferentes códigos penales. Mis ojos se estancan en un tomo que sobresale entre los demás, es casi obvio que apenas fue abierto y no lo acomodaron bien. Me levanto de la silla y miro sobre mi hombro, por pura curiosidad quiero tomarlo. Con el corazón un poco acelerado por la adrenalina de poder ser descubierta, me acerco y tomo el libro. Lo pongo sobre el escritorio y me doy cuenta de que tiene un separador. Es una pequeña cadenita de plata, y... una pequeña fotografía que está al revés. No sé por qué tomo la cadena, al igual que ese pequeño papel, pero lo hago y lo guardo todo en el bolsillo de mi chaqueta. Cierro la tapa y vuelvo a ponerlo en su lugar; lo dejo de la misma forma sobresaliente en que lo encontré.

Vuelvo a sentarme en la silla de piel con los latidos de mi corazón retumbando en mi garganta. Me limpio el sudor frío de la frente y respiro varias veces con una gran bocanada de aire. La puerta se abre.

Robert Jones rodea su escritorio y se sienta en la silla frente a mí, solo separados por el mueble donde está una computadora, papeles, carpetas y bolígrafos. Su rostro es serio, pero en cuanto posa sus ojos en mí, me sonríe.

—¿Ya estás mejor, Lena?

Sé a qué se refiere.

Asiento con la vista fija en el borde del escritorio. Siento como fuego el bolsillo donde he guardado la cadenita y la fotografía, mas trato de no dar la más mínima sospecha que estoy un poco nerviosa.

—Sí... un poco —susurro.

Robert deja algunos papeles sobre la mesa, suspira y cruza los brazos sobre la madera desgastada. Su mirada es fija en mí.

—Mira, Lena, voy a ser directo contigo, te he llamado porque quiero que me digas si tienes alguna sospecha respecto a la muerte de tu hermano.

Hunter.

Con rapidez pienso en él.

Sin embargo, este hombre es su padre y decirle eso no va a tener ningún sentido para él. Además, algo existe en sus ojos que no me da la confianza que me gustaría tenerle.

—No lo sé, no he visto nada sospechoso, solo sé que Eddy jamás se hubiera metido al agua, él le temía a las profundidades más que a nada.

Lo que digo es mitad mentira y mitad verdad. Robert asiente, aprieta los labios sin dejar de examinarme. Ladea la cabeza y entrecierra esa mirada directa.

—¿Estás segura, Lena?

Él observa hacia la ventana y mi vista se clava en el lunar que tiene en el lóbulo de su oreja. Parpadeo, después puedo sentir cómo mi corazón se acelera. Robert vuelve a mirarme y yo sigo sin poder tragar saliva.

—Estoy segura... —suelto un poco agitada antes de levantarme—. Lo siento, creo que no debería estar aquí —farfullo y sin mirar atrás salgo de la oficina casi con pavor.

Al salir de la comisaría, respiro hondo y de inmediato me monto en el auto blanco de mi madre, que he tomado sin permiso en realidad. Arranco el motor, al avanzar unas cuantas cuadras más adelante, meto la mano en el bolsillo de la chaqueta y saco la cadenita de plata junto la pequeña fotografía.

Le doy la vuelta al papel, mi corazón da un vuelco. El aire se escapa de mis pulmones mientras mis ojos atónitos siguen fijos en el papel. En esa instantánea está Robert y... Eddy.

Vuelvo a arrancar el auto con una sacudida para dirigirme a la galería de arte de mi madre. Detengo el coche junto a la acera, salgo con el pecho exacerbado. Mis manos tiemblan al golpear la puerta de la entrada y camino con ansiedad hasta el mostrador donde está ella. Mi madre me mira con sorpresa.

—Lena, ¿qué pasa? —Su rostro es de viva preocupación, rodea el mostrador para acercarse a mí—. ¿Estás bien, mi amor?

Alza una mano para acariciar mi mejilla, pero yo me alejo dos pasos y pongo con furia la cadenita y la fotografía de mi hermano sobre el mostrador de cristal. Sus ojos se dirigen hacia esos objetos, sus pupilas se dilatan.

—Quiero que me expliques esto, mamá —resuello, trémula—. Lo encontré en el despacho de Robert Jones, no me preguntes cómo lo conseguí... Solo... —Mi voz se debilita—. Dime lo que significa.

Ella sigue sin poder mirarme a los ojos y surcan lágrimas. El nudo en mi estómago crece y la realidad comienza a llenar mi mente. Mi madre toma la fotografía, se le escapa un sollozo al hacerlo.

—Por favor, Lena, te diré la verdad, pero no le digas a nadie. —Por fin me contempla—. Este era mi secreto, hija. Por favor.

Su voz me implora, pero a mí no me cabe en la cabeza.

—Solo dímelo —susurro.

Aprieta los párpados, al separarlos, sé que ella ha regresado en el pasado. No sé cómo sentirme, jamás imaginé algo como esto, mas ahora sé que todas las personas tienen secretos, que a nadie conocemos en realidad, ni siquiera a los que viven bajo nuestro mismo techo.

—Lo conocí a través de una multa de vialidad que me hicieron; cuando fui a recoger la placa de mi auto él y yo comenzamos a hablar, primero fuimos buenos amigos. —Su voz está llena de culpabilidad—. Yo era feliz con tu padre, pero él me atraía, y yo cometí el error de tener una aventura con él. Te juro, hija, que solo fue eso, nada más.




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