La muerte de Eddy Kutner

Capítulo 31

 

Elena

9 de diciembre de 2018

Tarde
 

A Carol.

La he tratado de buscar para contarle de todas las conjeturas que me han entrado a la cabeza, pero las situaciones no lo han ameritado y yo no he podido hacerlo. Me levanto del borde de la cama y camino de un lado a otro. Los recuerdos comienzan a llegar a mi mente uno por uno, todo parece encajar y llenarse de verdad con cada segundo. Tiemblo con el celular en la mano. Después de varias semanas, me siento casi segura respecto a lo que sospecho.

Necesito verlo, así que por eso le he llamado con insistencia para que nos veamos. Me acerco por la ventana, veo el exterior y el hermoso atardecer que desciende sobre Sundeville. Pronto los colores rojizos desaparecerán del cielo, un frío y gris opaco llenará la ciudad como en cada noche, sin excepción. Suena el timbre y yo voy de inmediato a abrir.

Es Adam.

Su semblante es serio y calmado. La cicatriz en su pómulo derecho bajo la tenue luz del pasillo lo hace ver un poco más tétrico de lo normal.

—Espero que el motivo para que esté aquí sea suficientemente importante, Elena —dice con la voz cansada—. Sabes que después de lo que sucedió hace semanas no volveríamos a vernos.

Yo asiento y trato de ocultar los escalofríos que recorren mi cuerpo. En realidad, no lo he llamado para reafirmar de algún modo lo que pasó hace poco más de tres semanas, sino para otro motivo, uno que él no se imagina.

—Sí, lo sé, pero esto es importante —suelto con la voz un poco tensa antes de dirigirme a la cocina y servir en una copa de cristal un poco de vino—. ¿Quieres un trago?

Él acepta y toma la copa que le ofrezco, un poco dubitativo. La huele un segundo antes, pero termina con tragar el líquido rojo que le he dado. Su presencia se siente potente en este diminuto departamento, su gran altura y su cuerpo corpulento me hacen ver mucho más pequeña. Lo miro a los ojos miel con frenesí. Él frunce el ceño y ladea la cabeza.

—¿Pasa algo? —pregunta él y ve la hora en el reloj de su muñeca—. Elena, dime de una vez lo que tienes que decirme porque tengo asuntos que atender.

Parece apresurado, así que yo trago saliva y me remuevo en mi propio lugar. Dios, en realidad no sé cómo comenzar y la verdad es que ahora mismo estoy casi arrepintiéndome de haberlo llamado. Me abrazo, él esboza una pequeña sonrisa al ver mi gesto. Al principio, pensé en conjeturas equivocadas e incluso traté de hacer dudar a Lena sobre su propio hermano, pero ahora sé que estaba equivocada. Y para confirmar mis sospechas, lo he llamado a él, pues, aunque traté de hablar con su mujer, jamás lo logré.

—¿Quieres taparte? —Alza las cejas mientras mira alrededor—. Creo haberte dado hace semanas una chaqueta que, por cierto, no me has regresado.

Asiento y trato de reír entre dientes para liberar los nervios. Me llevo una mano a los labios y sacudo la cabeza. Lo miro por un rápido segundo y con un gesto de la mano le indico que me dé unos minutos.

—Cierto, ahora mismo iré por ella.

Me aparto de su vista para dirigirme hacia la puerta del dormitorio.

Una vez llego, después de avanzar unos cinco metros, puedo escuchar las punzadas en mi cabeza y el corazón un poco acelerado en mi pecho. Tomo la manija de la puerta, la cierro sin antes mirar por el pasillo para comprobar que Adam no me haya seguido. De inmediato, corro hacia el perchero y meto la mano en uno de los bolsillos de la chaqueta que hace semanas me prestó. Cuando lo hago y siento el dije entre mis dedos, el nudo enorme en mi garganta comienza a crecer y doler. Diablos.

Con la poca luz tenue que brinda la lámpara que está en el buró, vuelvo a mirar con atención ese pequeño dije plateado en forma de media luna, que sería insignificante sino fuera porque he recordado en dónde vi ese dije mucho antes: en el cuello de Evan, como uno de sus amuletos más preciados. Y el impacto de rememorarlo me ha perturbado, además de que he ido recogiendo cada evidencia por pequeña y sutil que sea. Las memorias vuelven, un escalofrío me recorre desde la punta del dedo gordo hasta la última hebra del cabello de la cabeza. Siento un pequeño aire frío a mis espaldas y me vuelvo un poco sobresaltada.

Es Adam.

Él ha empujado la puerta entreabierta de mi habitación y está de pie cerca del borde de mi cama con la mirada fija en mí. Mis manos envuelven en automático el pequeño dije para ocultarlo de su vista. Sus ojos miel son hermosos y cálidos, pero aun así no me hacen sentir bien como deberían. Sus labios se entreabren.

—¿Qué pasa, Elena? Dime, ¿lo que tienes que decirme tiene que ver con tus últimas visitas extrañas a mi esposa? Ella me ha comentado que te has paseado por su galería de arte... —dice él con la voz tosca mientras mete las manos en los bolsillos.

Sí, he visitado a su esposa para tratar de hablar con ella sobre mi suposición, pero no lo he conseguido. Su aspecto luce relajado e indiferente, mas hay algo en su expresión que me hace seguir manteniendo la guardia. Conforme pasan los segundos, observo cada detalle de él y los recuerdos vuelven para hacerme estremecerme aún más.

—Sí, tiene algo que ver con eso... —respondo con la voz débil.

Estoy justo enfrente de la puerta del baño, por lo que pego mi espalda a la fría madera, con la clara intención de alejarme lo más que pueda de Adam. Él se ve muy furioso y contrariado.

—Dime de una vez, Elena, vamos, que estoy perdiendo la paciencia —amenaza con la mirada retadora.

Yo trago saliva, me obligo a mantenerle la mirada sin titubear y sin demostrar la mitad de la ansiedad que ahora mismo recorre cada célula de mi cuerpo.

—No la busqué para tratar de destruir tu matrimonio y atraparte a ti. —Mi voz sale a trompicones mientras un duro frío me recorre la espina dorsal—. Lo hice por otro motivo.




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