La muerte de Eddy Kutner

Capítulo 34

 

Carol

18 de diciembre de 2018

Tarde
 

Todo ha vuelto a la normalidad o eso parece. Incluso después de ser herida de la peor forma imaginable, la vida sigue su ritmo. El tiempo no se detiene como quisiera un corazón destrozado. Ahora mismo mi vida ha perdido un gran sentido, pero el amor de mis hijas me ha podido salvar de la muerte. El cielo es nublado y las nubes lucen cargadas de agua como siempre. El frío es un dulce calmante para lo que arde dentro de mí y el silencio es abrumador en el cementerio. Justo ahora, no hay nadie más, solo estoy yo.

Acaricio los pétalos de las dos rosas blancas que sujeto en la mano y me atrevo por fin a caminar entre las lápidas de todos los que se han ido y ahora reposan en este cementerio para siempre. Mientras camino despacio, van llegando a mí las memorias de Eddy y Adam.

Vuelvo a expulsar lágrimas, siento cómo me queman las mejillas, pero ya no las limpio de mi rostro. Quiero sanar, quiero que el dolor se abra paso en mí el tiempo que sea suficiente para comenzar a cicatrizar las heridas. Entonces, me detengo frente a una pequeña lápida, fría y olvidada.

Flexiono las rodillas y estiro la mano para acariciar la piedra. La placa ha cambiado, ahora con el nombre verdadero... y duele, duele mucho.

Adam Kutner.

Bajo la mirada y miro con lágrimas en los ojos la hierba que crece alrededor de la piedra. Cierro los párpados y contengo un sollozo. La furia y el infinito odio por Evan Kutner queda opacado por el terrible dolor que siento por la realidad. Por la muerte de Adam y de Eddy. La muerte de dos amores de mi vida y, aunque en estos días he tratado de asumir los hechos y la terrible realidad, todavía siento ganas de gritar y acabar con todo. Incluso con mi vida. Pero no, sé que no puedo hacerlo. Lena y Libby me necesitan, y si lo hago, solo le daré una satisfacción más al hombre que más repudio en el planeta. Evan Kutner podrá haberme quitado dos de mis razones para existir, pero jamás me quitará la esperanza de creer en un futuro donde pueda volver a ser feliz con mis dos hijas.

Él se pudrirá en la cárcel lo que resta de su vida y ya no podrá volver a hacer ningún daño, nunca más. Quisiera matarlo con mis propias manos, mas no vale la pena, lo sé. Confío en que cada noche será un tormento para su conciencia. Su propia locura acabó con él. Y yo no me di cuenta, pero ahora comienzan a llegar a mi mente todas las cosas que de pronto se quedaban más de la cuenta. Pequeños gestos, pequeñas palabras, pequeñas cosas que a veces me hacían sentir que mi esposo Adam no era el mismo de antes. Asumí que sus diferencias se debían al impacto del accidente y la muerte de su hermano. Fue un perfecto mentiroso, realmente se convirtió en mi esposo.

Qué equivocada estuve.

Vuelvo a sentir mis hombros sacudirse y no puedo evitar llorar. Ahora lo hago, todas las lágrimas que no pude derramar por él salen a la luz. Por mi Adam, por mi único y verdadero amor. Ahora sé por qué jamás pude querer al Adam que tuve a mi lado después del accidente. Porque Evan nunca fue Adam. Él pudo haber engañado a mis ojos y a mi cuerpo, pero no pudo mentirle jamás a mi alma. Y yo debí haber escuchado más a mi corazón, ese que me habló tantas veces en silencio.

Sin embargo, ahora ya no puedo lamentarme. Solo puedo resignarme a vivir con una gran tristeza en mi corazón para siempre. Solo me queda confiar en que el tiempo y el amor de mis hijas aminorarán esa tristeza, sé que algún día podré volver a respirar de verdad.

—Lo siento tanto, mi amor... —susurro con la voz queda.

Las yemas de mis dedos continúan acariciando la fría lápida de Adam mientras las lágrimas caen sin cesar. Siento el alma vacía porque ahora soy consciente de su ausencia y de su muerte. No obstante, todavía puedo verlo en Lena, y eso me consuela un poco. En ella vivirá su recuerdo para siempre. En nuestra única hija.

Entonces, deposito una rosa blanca en su lápida y me levanto. Mis ojos empañados de lágrimas siguen fijos en su nombre. De pronto, una ráfaga de viento cálido envuelve el cementerio y crea un triste canto al mecer las copas de los árboles. Es como si el viento acariciara mis mejillas y me limpiara a humedad.

Es él.

Sonrío, siento cómo una calidez se esparce por todo mi pecho. Este es el final, esta es la última despedida de Adam. Pasará un largo tiempo para que vuelva a Sundeville, aunque no estoy del todo segura de si algún día podré regresar. Por ahora solo sé que iremos a California donde viven la mayoría de los hermanos de mis padres biológicos, quienes murieron hace mucho tiempo cuando Emma y yo éramos unas adolescentes. Regresaré a la tierra donde viví toda mi vida antes de que Emma y yo decidiéramos venir aquí en un intercambio de estudios y termináramos casándonos.

Siento que alguien me abraza por los hombros, pero no me sobresalto porque lo he visto venir por el rabillo del ojo. Es Robert Jones, el segundo hombre que pude amar después de Adam, aunque, en realidad, no fue un intenso amor, no como para ser el amor de mi vida. Ya no nos une el amor, ahora nos une el dolor que vivirá irremediablemente en nuestros corazones por la muerte de Eddy.

—Vine a despedirme —susurro con la vista clavada en la nada.

—Lo sé —murmura.

Robert suspira y me abraza. Me envuelve en sus brazos con fuerza y yo solo me mantengo ahí, quieta. También esta es una despedida con él. Y el abrazo que le doy representa un nuevo comienzo en mi vida. Uno en donde Sundeville será solo un recuerdo doloroso y, al mismo tiempo, el más feliz de mi vida. 

 

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