La mujer del dragón

Capítulo 2

Esmeralda pensó que tendría que esperar hasta la cena mensual que su familia compartía con los reyes Mondragón para volver a ver al príncipe Draco. Sin embargo, para su gran dicha, no fue necesario esperar tanto.

—Hemos recibido una invitación para ir a las cascadas con los príncipes —anunció su hermano Caleb con la carta en mano durante el desayuno.

—¿Los Mondragón? —preguntó Jade con incredulidad.

—¿Conoces a otros príncipes? —dijo Caleb en tono sardónico.

—Solo a unos traidores que creen que los son —comentó con cierto humor el patriarca de la familia, Francis Terranova, haciendo alusión a una familia de renegados que reclamaban tener derecho al trono de Dranberg.

—Ni los menciones, mientras más pronto borremos el apellido Dragonetti de la faz de la tierra, más pronto viviremos en paz —dijo su esposa Amelia con fastidio, haciendo eco del rechazo que ese clan rebelde causaba en la gran mayoría de los súbditos leales a la Corona.

—Sabes que bromeaba, cariño. Escupiría sobre cualquier Dragonetti que se me pusiera enfrente —se justificó el padre y luego se giró hacia sus hijos—. Así que irán a las cascadas, ¿eh?

Esmeralda sonrió discretamente ante la idea de poder estar con Draco de nuevo y deseó secretamente que la invitación fuera su forma de dejarle saber que ansiaba verla y no una mera coincidencia.

—Es extraño, ¿no? Jamás nos habían invitado a convivir así —dijo su hermana Ámbar con los ojos entornados en señal de suspicacia.

—No veo cuál es la sorpresa. Cuando eran niños se llevaban muy bien, pasaban horas jugando juntos. Tu padre lleva siendo la mano derecha del rey Dimas desde antes de que ustedes nacieran, así que prácticamente se criaron al lado de los príncipes —comentó la matriarca rememorando las épocas cuando sus hijos eran pequeños.

—Sí, pero luego Ámbar y Jade decidieron atosigar a Draco para atraer su atención y este decidió alejarnos —se quejó Caleb mirando a sus hermanas de reojo.

Ambas aludidas soltaron chillidos de indignación por las acusaciones, a pesar de que sabían que Caleb hablaba con la verdad. Durante su infancia, los Terranova y los Mondragón habían sido grandes amigos, pero al llegar la adolescencia, Jade y Ámbar pusieron su atención de forma nada discreta sobre Draco con miras a convertirse en la siguiente reina. Ambas eran hijas del asesor más cercano del rey, de una familia de alcurnia y de reputación intachable, que el hijo del rey Dragón desposase a una de las chicas Terranova hacía perfecto sentido; solo faltaba que alguna de las dos atrapara la mirada del príncipe, así que desde ese momento comenzaron los coqueteos y las insinuaciones constantes. Para desgracia de las hermanas, el príncipe no solo no mordió el anzuelo, sino que, hastiado de la atención indeseada y las artimañas para llamar seducirlo, comenzó a alejarse de todos los Terranova y les pidió a sus hermanos hacer lo mismo. No era que tuviera algo en contra de los Terranova en general, puesto que Caleb le simpatizaba bastante y Esmeralda en ese entonces era tan solo una chicuela intrascendente a la que no le dedicaba el menor pensamiento, pero Draco decidió darle la espalda a los cuatro por igual para no hacer evidente que su rechazo iba dirigido a las dos hermanas mayores. Debido a eso, los hijos Mondragón y los Terranova pasaron a convivir solo en eventos oficiales o cuando estaban presentes sus padres. Así estuvieron hasta que el rey Dimas decidió enviar a su hijo a ese largo recorrido por el reino y entonces dejaron de verlo tres años.

—Oh, no molestes a tus hermanas —intervino la madre—. En vista de un príncipe soltero, lo más sensato es lanzar la red. Créeme que tus hermanas no son las únicas que pusieron su vista en Draco.

—Ni de asomo. Ya recuerdo cómo las Lugo seguían a Draco como mascotas con hambre, daban pena —se quejó Jade.

—Y las Soler ni se diga, lo molestaban un montón —dijo Ámbar.

—Ustedes no se quedaban atrás… —musitó Caleb poniendo los ojos en blanco.

—Pues al parecer ya superó su molestia —dijo Amelia señalando la carta en las manos de Caleb—. Esta es una gran ocasión, recuérdenlo. Quiero que los cuatro se comporten a la altura, ya saben que en todo momento son la cara de esta familia.

—¿Los cuatro? ¿Quieres decir que Esmeralda irá? —preguntó Jade con evidente molestia, los celos del desaire de Draco aún estaban latentes en su interior. El hecho de que Draco hubiera mostrado interés por su hermana pequeña cuando ella anteriormente había hecho de todo por agradarle sin obtener el menor resultado era más de lo que el estómago de Jade podía digerir. Con 20 años recién cumplidos, Jade sentía que el tiempo de atrapar un marido ya estaba encima de ella y se rehusaba a perder a un candidato tan idóneo y la posibilidad de la corona sobre su cabeza ante la insulsa de su hermanita—. Es muy joven aún, no tiene nada que hacer entre nosotros que somos mayores, sería inapropiado que fuera. Lo mejor es que se quede en casa, no sea que dé la impresión de que la están criando sin contención.

—¡No soy tan joven! Ya tengo edad suficiente para asistir —se defendió la afectada alzando la voz más de lo que su madre aprobaba.

Amelia Terranova de inmediato levantó una ceja en señal de advertencia hacia la más pequeña de sus hijas. Las señoritas decentes no alzaban la voz jamás, sin importar la situación en la que se encontraban, y era la misión de la vida de Amelia cerciorarse de que sus tres hijas fueran dignas integrantes de la alta sociedad.




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