En cuanto los invitados se fueron, los príncipes Mondragón se dispusieron a retirarse a sus habitaciones. Ya había sido suficiente convivencia por una noche. En especial Danton necesitaba un rato a solas, el joven Mondragón ya no soportaba la dinámica familiar, se sentía ahogar cada que tenía a su padre cerca; parecía que no podía ni respirar sin provocar su ira y ya estaba más que hastiado de sus maltratos. Tal vez Draco tenía más estómago para soportar las vejaciones, pero Danton ya alucinaba al rey y no sabía cómo quitárselo de encima. Para pena de él y el resto de sus hermanos, ninguno podría irse a descansar como deseaban, puesto que su padre tenía otros planes.
Los príncipes entraron de nuevo al comedor por instrucción de los sirvientes, para encontrar a sus padres aún sentados a la mesa. En silencio se voltearon a ver entre ellos, normalmente después de despedir a los Terranova en el vestíbulo cada quien se iba por su lado, no entendían por qué los reyes seguían aquí.
Llenos de preguntas que no se atrevían a formular por temor a enfurecer al rey, tomaron de nuevo sus lugares.
—Hablemos de la fiesta —dijo el rey mirando a sus hijos con detenimiento—. Si vamos a gastar recursos de la Corona en ese evento, hagamos que valga la pena. No solo será una ocasión para celebrar el regreso de Draco, quiero que esa noche anunciemos su compromiso.
Los cinco quedaron petrificados en sus asientos, aunque ninguno sintió la impresión de la noticia como Draco. Durante casi un minuto entero le fue imposible articular palabra y luego, cuando por fin pudo hablar, su voz salió más débil que de costumbre.
—¿Compromiso con quién, padre? —preguntó aterrado de la respuesta que obtendría.
—Lo he estado pensando y me parece que lo más conveniente será que desposes a una de las chicas Terranova. Su padre es un hombre sensato y leal a nuestra casa, estoy seguro que sus hijas han heredado esas cualidades —contestó el rey reclinándose contra el respaldo de su asiento, satisfecho con su propia conclusión.
—¿Con cuál de ellas? —quiso saber Sofía sin poder ocultar del todo su malestar, consciente de que su hermano mayor no sentía ninguna afinidad por esas chicas.
—En eso su padre ha decidido ser muy generoso, permitirá que sea Draco quien elija —anunció la reina con una media sonrisa—. Así que, hijo mío, debes pensar a cuál prefieres, si a Ámbar o a Jade.
—Quiero a Esmeralda —respondió Draco abruptamente, apenas dándole tiempo a su madre de concluir la frase.
—¿La menor? —preguntó el rey—. No, es demasiado joven, no sería correcto. Francis ni siquiera ha dado su visto bueno para que la cortejen. Es nuestra tradición que el padre dé el visto bueno para que se pueda cortejar a la hija y Francis no lo ha dado. Si no se puede cortejar a Esmeralda, mucho menos se puede pedir en matrimonio. Sería ir en contra de nuestras costumbres y es nuestro deber respetar las costumbres de Dranberg. Elige entre las mayores.
—Pero ellas no me agradan, la que me agrada es Esmeralda —refutó Draco—. Además, dudo mucho que Francis se rehúse a dar su visto bueno para que su hija se convierta en reina. Cualquiera haría una excepción en ese caso.
—He dicho que no. La gente pensará que nos saltamos la costumbre, no podemos arriesgarnos a que en el reino nos perciban como una casa que desprecia las costumbres de su propio reino. Daríamos mal ejemplo —se negó el rey.
—Entonces no anunciemos el compromiso aún. Hablemos con Francis de mis intenciones de casarme con su hija y dejemos que pasen algunos años. Entonces haremos público el compromiso y más adelante celebraremos la boda, ya que Esmeralda esté de edad. Por favor, sus hermanas me desagradan y con ella me entiendo bien.
Draco daba algunas pistas sobre lo mucho que este tema significaba para él, su frente perlada en sudor, la inflexión al terminar cada oración, sus pupilas dilatadas, pero, a pesar de las evidencias que dejaba, estas eran poco en comparación a lo que estaba sintiendo en silencio. Draco sabía que su futuro estaba sujeto al capricho del rey y que las posibilidades de que cediera eran remotas. Si su padre se aferraba a verlo casado con alguna de las hermanas mayores, no habría poder humano que lo hiciera cambiar de opinión y él quedaría atado a una de ellas de por vida. Él ni siquiera estaba considerando casarse en este momento, mucho menos con mujeres que encontraba tan odiosas; si iba entregar su vida a alguien, era preferible que fuera a esa chiquilla que tan fascinado lo tenía y no a sus desagradables hermanas. Lamentablemente, sus preferencias personales parecían no tener importancia para el rey. El miedo se asentó en forma de nudo en su garganta. Draco hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para mantenerse impávido, el rey odiaba pocas cosas tanto como percibir debilidad en sus hijos y ver a Draco quebrarse solo recrudecería su convicción.
Sofía, quien desde niña poseía una empatía poco habitual en los Mondragón, supo leer el tumulto emocional que arrasaba a su hermano mayor en ese momento y no pudo contenerse para ayudarlo.
—Es verdad, Draco nunca ha congeniado bien con esas chicas, si tiene más afinidad con la menor, puede que convenga esperar —intervino con voz dulce para no despertar el enojo del rey.
—Podrá hacerse afín a cualquiera de las otras dos después de la boda, tendrá toda la vida para tomarle cariño a su esposa —opinó la reina con frialdad.