La mujer del dragón

Capítulo 7

La visita del día siguiente fue aún más inesperada y suscitó mucho menos entusiasmo en la familia Terranova. Ámbar y Jade ni siquiera se dignaron a bajar a saludar, la amargura de haber perdido a un futuro rey ante su hermana pequeña las tenía consumidas; habían renegado toda la noche y no parecía cercano el día en que pudieran reponerse de tan tremendo golpe. De modo que recayó en el matrimonio Terranova y en Esmerada recibir a la reina Selena.

—Majestad, es un honor tenerla aquí. Sea bienvenida a nuestro hogar —dijo Francis haciendo la esperada reverencia, misma que su esposa e hija imitaron.

Selena Mondragón respondió el saludo fingiendo una calidez que no engañaba a nadie, mientras miraba de reojo a su futura nuera. A pesar de conocerla desde niña, jamás había reparado en Esmeralda y era momento de corregir esa omisión. Necesitaba conocer a qué se enfrentaba y por qué su hijo se había aferrado a aquella chica.

—¿Le importa dejarnos solas, señor Terranova? Me temo que vengo a tratar un asunto femenino —pidió la reina.

Francis salió de inmediato del salón. Esmeralda lo siguió con la mirada deseando poder retirarse también, aunque estaba segura de que ese asunto femenino tenía que ver con ella. Era la primera vez que la reina venía a su hogar sin la compañía de su esposo y apenas ayer Draco había venido a pedir su mano, no podía tratarse de una coincidencia. La reina venía por ella.

Amelia invitó a la distinguida visita a tomar asiento y luego hizo lo propio junto a su hija en un sillón doble.

—Supongo que no hay necesidad de andarnos con rodeos, ¿no? —dijo la reina en cuanto estuvieron acomodadas—. Sé que aún falta tiempo para la boda, pero es mi deseo aprovecharlo para preparar a Esmeralda. Tenemos un arduo camino por delante, hay que pulirla y educarla para el futuro que le espera. 

Esmeralda se sintió profundamente ofendida por las palabras de la reina, pues la hacían sentir una salvaje sin refinamiento. Aun así, mantuvo un exterior impávido, considerando la posibilidad de que hubiera malentendido lo que Selena decía y que en realidad la reina no la estuviera menospreciando como ella creía. Sin embargo, supo que no era así cuando su madre habló y notó la indignación en su voz.

—Majestad, mi hija ha sido educada con absoluto esmero. Al igual que sus hermanas, Esmeralda es toda una dama, de lo cual me enorgullezco personalmente. Dudo que el camino por delante sea arduo, pues mi hija posee modales inmejorables —dijo Amelia tratando de disimular la profundidad de su enojo.

—Usted lo ha dicho, educó a una dama. Pero cualquier muchachita puede dominar la etiqueta y pasar por dama, ser una reina es un asunto del todo distinto, se lo aseguro, y estoy aquí para encargarme de que su hija tenga lo necesario para estar a la altura de ser una Mondragón —la reina no pretendía ser hiriente con sus palabras, a su parecer solo estaba exponiendo los hechos, los Mondragón eran la realeza, los Terranova, no; y no había porqué ponerse sensibles por ello.

De haberse tratado de cualquier otra persona en el reino, Amelia la habría corrido a patadas de su hogar, pero en su imposibilidad de hacerlo entendió que algo de razón tenía la reina. Así que tuvo que tragarse su orgullo y asentir resignada.

—Ya verá que en mi hija encontrará a una pupila sagaz —aseguró forzando una sonrisa.

—Bien, en ese caso, empezaremos desde mañana ya que también hay que prepararla para cuando sea momento de anunciar el compromiso —declaró la reina y luego se giró directo a su futura nuera—. Te espero a las 9, ni un minuto tarde.

Esmeralda asintió sin ganas, la reina no era de su agrado y se sintió muy tonta por no haber deducido antes que casarse con Draco iba a conllevar tener que convivir con la madre de este con frecuencia.

 

Esa noche Esmeralda no logró dormir, la felicidad de su compromiso con Draco se vio eclipsada por su preocupación por la suegra que iba a echarse encima. En unos años iba a formar parte del clan Mondragón, entraría en el núcleo de esa gente fría y severa. Tal vez los Terranova tenían sus defectos y sin duda sus hermanas podían ser mezquinas, pero en nada se comparaban a los alcances que tenía la familia real. La idea de vivir bajo esa severidad era sofocante. Casi al amanecer, agobiada por sus propios temores, decidió levantarse de la cama y salir a dar una vuelta al jardín.

Para su sorpresa, no era la única persona de la casa que estaba madrugado.

—¿Qué hace la feliz novia despierta a estas horas? —preguntó Caleb señalando el lugar libre junto al suyo en el banco.

Esmeralda tomó asiento al lado de su hermano. Hasta ahora Caleb se había mantenido al margen de la situación, ni siquiera la había felicitado por su compromiso, ni había emitido opinión alguna.

—¿Estás molesto conmigo? —preguntó, demasiado cansada como para irse por las ramas.

Caleb resopló burlón, como si encontrara absurda su pregunta.

—¿Qué motivo tendría yo para estar molesto contigo?

—No lo sé, pero te noto distante. Voy a casarme y no has dicho nada al respecto.

—¿Qué tendría que decir yo de tu boda? Eres tú la que va a ser reina, no yo —dijo encogiéndose de hombros.

—Pues aun así, algo has de opinar.




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