La mujer del dragón

Capítulo 8

Al cruzar la puerta de salida del castillo, Esmeralda tuvo la impresión de que salía libre de una cárcel tras cumplir años de condena, aunque la lección con la reina solo había durado algunas horas. Infló sus pulmones con aire fresco, saboreando la sensación de libertad mientras aguardaba que trajeran su carruaje. Ansiaba volver a casa, contarle a su familia cómo había sido su primer día en compañía de la reina. Estaba segura de que su madre querría saber cada detalle de los preparativos para convertirla en la futura monarca de Dranberg y ella tenía muchos deseos de compartirle todo, desahogarse sobre lo difícil que había sido pasar tantas horas bajo los ojos escudriñadores de Selena Mondragón y lamentarse de que este fuera solo el comienzo. Sin embargo, Esmeralda puso a un lado sus deseos de irse a casa en cuanto un sirviente la alcanzó mientras subía a su carruaje para informarle que el príncipe Draco deseaba verla. Rápidamente, pasó sus manos por su cabello, como si quisiese comprobar que todo estaba en orden y siguió al sirviente por donde él le indicó.

Llegaron a un jardín en donde Esmeralda nunca antes había estado, casi todo era sombra dado que los enormes muros del castillo tapaban el sol y, a causa de ello, en el jardín escaseaban las plantas y predominaban las piedras. No era un sitio hermoso, ni acogedor, pero la vista mejoró considerablemente a ojos de Esmeralda en cuanto notó la figura de Draco sentado sobre una gran roca.

Al verla, el príncipe bajó de la roca de un brinco y caminó a paso vivo hacia ella.

—¿Qué lugar es este? —preguntó Esmeralda en cuanto tuvo a Draco enfrente.

—Es parte de los jardines del ala sur, ¿no te agrada? —preguntó él de vuelta con una sonrisa traviesa en los labios.

—Eh… —Esmeralda miró a su alrededor sin saber qué responder, no acostumbraba mentir, pero tampoco deseaba irritar a su novio admitiendo la verdad.

—Tranquila, a nadie le gusta —dijo Draco con una risa seca—. Por eso mismo siempre está solo y eso lo hace el lugar ideal para pasar un rato sin ser molestados.

Esmeralda notó el destello de picardía en los ojos de Draco y de inmediato volvió a mirar a su alrededor, esta vez para comprobar si el sirviente seguía con ellos, pero, tal como deseaba Draco, se encontraban solos sin nadie que los molestara… sin un chaperón que supervisara que el encuentro se estaba llevando a cabo de acuerdo a las etiquetas del decoro.

—Podemos meternos en problemas —dijo ella con voz de angustia—. La gente va a pensar que estamos haciendo algo indebido.

—¿Qué gente? Nadie va a vernos. Además, quiero verle la cara a quien ose decir algo negativo de mi prometida; mandaría a apresar a quien tuviera el atrevimiento.

Una parte de Esmeralda quiso sonreír por su actitud protectora y por llamarla su prometida, pero eso no disminuyó su sensación de peligro.

—Sabes que si alguien se entera, sería escandaloso —señaló mirándolo a la cara.

—No te espantes, te aseguro que mis intenciones no son malas —dijo Draco tomando su mano entre la suya—. Solo quería verte un momento.

El príncipe se llevó la mano a los labios y comenzó a besar uno a uno los dedos de Esmeralda tomándose su tiempo, como si fuera un postre que estaba degustando.

Esmeralda no protestó, ni siquiera se sentía capaz de articular palabra, cada beso era una descarga de energía que viajaba de su mano al resto de su cuerpo. Sus labios se separaron entre ellos, sus ojos quisieron cerrarse, pero antes de hacerlo, notó algo que hizo que los vapores en su interior se convirtieran en hielo.

—¿Qué te sucedió? —preguntó tomando a Draco de la muñeca y obligándolo a alzar el brazo. El movimiento provocó que su manga se recorriera aún más, descubriendo la mayor parte de su antebrazo y exponiendo el feo cardenal que oscurecía su bonita piel atezada.

Draco desvió la mirada, sintiéndose expuesto, como si Esmeralda hubiese descubierto un secreto bochornoso y, en cierta parte, así era. El mal temperamento del rey Dimas era ampliamente conocido, pero sus hijos se encargaban de ocultar las huellas de sus peores arrebatos, parte por vergüenza, parte porque así era más fácil pretender que esos episodios no ocurrían.

—No es nada —dijo quitando el brazo suavemente para que ella lo soltara.

—¿Nada? Parece doloroso, debiste golpearte con mucha fuerza —dijo Esmeralda sin salir de la impresión—. ¿Te caíste?

—No exactamente… fue algo sin importancia, un accidente —dijo Draco de forma evasiva.

Esmeralda torció los labios, no satisfecha con la respuesta.

—Cuando estemos casados, vamos a saber todo el uno del otro —señaló imitando el tono empleado por las madres para aleccionar—. Es mejor que vayas practicando y me cuentes.

Draco se enterneció por el comentario y se sintió inclinado a hacer algo que nunca antes había hecho: abrirse con alguien.

—Fue el rey —admitió sintiendo que se sonrojaba—. A veces explota y pierde los estribos.

—¿Te golpeó? —preguntó Esmeralda bajando los hombros con pena.

—No directamente. Cuando se enoja, arroja lo primero que encuentra para sacar su frustración. Esto lo provocó una estatuilla de mármol —dijo señalando el cardenal—. Fue una suerte que lograra meter el brazo, de otro modo me habría dado de lleno en la cara.




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