Draco volvió a estremecerse, era ridículo que una sábana empapada en sangre le causara una reacción tan visceral, pero no podía evitarlo. Una cosa era ver sangre de un oponente en batalla, pero que esta perteneciera a tu padre era mucho más difícil de digerir. Cerró los ojos e inspiró profundamente. Tenía que sosegarse o su madre lo reprendería por blando. Fue afortunado que se encontrara de espaldas cuando la reina salió de la habitación, pues así no logró ver su expresión turbada.
—Draco, tu padre desea hablar contigo —le informó.
—¿Ya se encuentra mejor? —preguntó en un tono infantil involuntario que odió de inmediato.
—Entra —contestó la reina con gesto severo.
Draco sabía que su madre se estaba haciendo la dura, pero que la situación la estaba matando. Sus padres podían ser personas frías, pero no cabía duda de que se amaban profundamente. Que el rey llevara meses aquejado por una misteriosa enfermedad que los doctores parecían incapaces de aliviar preocupaba a la familia entera, pero nadie lo resentía como la reina, aunque se empeñara en fingir fortaleza.
Draco hizo acopio de toda su entereza y volvió al interior de la habitación del rey. Su padre se encontraba recostado sobre su cama, pero afortunadamente los sirvientes ya habían remplazado la sábana ensangrentada. Tomó asiento en la silla al lado de su cama y miró al rey con pena, odiaba ver la forma en la que su dolencia lo iba consumiendo.
—¿Cómo te sientes? —preguntó casi con miedo.
—El reino se desmorona en mis narices y este cuerpo inútil no deja de aquejarme —se lamentó el rey con amargura.
—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó deseoso de contribuir en algo para aligerar la carga que llevaba su padre.
El rey tomó un escrito que se encontraba sobre su buró y se lo tendió a su hijo. Se trataba de los detalles de un interrogatorio.
—Logramos capturar a un Pors con vida. Están planeando hundir a Encenard, es necesario que los prevengas —dijo con la frente llena de sudor a causa de los dolores que lo aquejaban.
—¿A Encenard? —preguntó Draco desconcertado, jamás en su vida había salido de Dranberg, era demasiado peligroso pues los Pors acechaban en todo momento. Su padre debía estar perdiendo el juicio si pretendía mandar al heredero al trono a una misión tan arriesgada en otro reino—. Pero… el Valle… yo no…
—Vas a hacer lo que te digo —interrumpió el rey con toda la firmeza que le era posible reunir—. Eres la única persona a la que le puedo confiar este mensaje. Encenard no puede caer, nuestros reinos son el último bastión en contra de la tiranía de Poria. Si ellos caen, nosotros los seguiremos. En el momento en que Nero logre capturar al rey Esteldor se hará invencible y ni todos nuestros dragones podrán contra él. Debemos asegurarnos de que Encenard perdure.
Poria era un reino enemigo que se dedicaba a arrasar todo lo que se encontraba a su paso. Ya tres reinos habían caído bajo su poder militar, incontables vidas se habían perdido; solo Dranberg y Encenard lograban resistir, pero la amenaza seguía latente para ambos. Dranberg había podido disfrutar de algunos años de relativa calma, pues el rey de Poria, Nero, enfocaba la mayoría de sus esfuerzos contra el reino de Encenard, su mayor ambición, pero Dimas acertaba al pensar que, una vez que Nero consiguiera acabar con ellos, su siguiente objetivo sería Dranberg.
—Tal vez Danton pueda acompañarme —sugirió, pensando que se sentiría más tranquilo con el apoyo de su hermano.
—¿Ese inútil? ¡Sobre mi cadáver! Danton solo sirve para estropearlo todo.
—Padre, eres muy duro con él…
—¡No te pedí lecciones de paternidad! Haz lo que te digo y deja de emitir opiniones que a nadie le sirven —exclamó Dimas antes de romper en otro ataque de tos.
Draco se reprochó a sí mismo haber contribuido al malestar de su padre y decidió que ya no lo importunaría más respecto a Danton.
—Lo siento, haré lo que me dices —le informó con la esperanza de hacerlo sentir mejor.
A Draco le tomó una semana cumplir su misión. Pero para Esmeralda bien habrían podido ser diez años, saber lejos a su amado novio le pareció una tortura y, por eso, se lanzó a sus brazos en el segundo en el que él tocó tierra. La espalda de Draco se estrelló contra Flamme, su dragón personal, aunque él no pareció notarlo mientras abrazaba a su novia, disfrutando de la sensación de estar de vuelta en casa. Había echado mucho de menos Dranberg, en especial a Esmeralda, aunque por dentro el príncipe se encontraba fascinado por la aventura que acababa de vivir: conocer nuevas tierras, arriesgar la vida por el reino… sentía que había madurado veinte años en una semana.***
Esa noche la reina ofreció una cena para darle la bienvenida a su hijo con toda la familia. El rey Dimas se presentó en el comedor con mucho mejor semblante que el que tenía la semana anterior, era una mezcla de los nuevos remedios que estaban probando los médicos aunado a tener a su primogénito de vuelta sano y salvo.
De los pormenores de la misión hablarían en privado, pero eso no impidió que sus hermanos atosigaran a Draco con preguntas sobre Encenard.
—¿Es el rey Esteldor tan apuesto como se dice? —preguntó Diana, haciendo que su esposo a su lado frunciera el ceño con desaprobación.