Al quinto día de la partida de Danton, su acompañante de viaje regresó sin el príncipe. En un principio Draco se sintió descomponer, pensando que algo malo le había sucedido a su hermano menor, pero Kellan Lugo le aseguró que Danton se encontraba en perfectas condiciones, acogido en el castillo Autumnbow con todas las comodidades imaginables y luego le entregó una carta.
Draco leyó ávidamente la carta de su hermano y, aún sin creerse el giro de eventos, corrió a informar la noticia a su padre. La reina Annabelle estaba con vida, el atentado de los Pors había fracasado, sin embargo, tal como lo esperaban los reyes Dranbers, el rey Esteldor no pudo quedarse de brazos cruzados y decidió buscar venganza. La idea del rey de Encenard era viajar a Dranberg para solicitarle a Dimas que unieran sus ejércitos contra Poria, pero, como resultaba evidente, nunca llegó a su objetivo. Nadie conocía el paradero del rey y de eso ya hacían más de dos meses. Tanto Draco como sus padres concluyeron que lo más sensato era darlo por muerto. Hecho que complicaba terriblemente la situación de todos, no solo en Encenard, sino también en Dranberg.
Turbado por el rumbo que habían tomado las cosas, Dimas pidió quedarse solo para meditar sus siguientes pasos y no dejó que nadie lo perturbara sino hasta el siguiente día en la mañana, cuando llamó a su hijo para comunicarle su plan de acción.
—Tras darle muchas vueltas al asunto, me di cuenta que la muerte de Esteldor, más que un problema, es una oportunidad para nosotros…
—¡Padre, por favor! —exclamó Draco horrorizado—. Esteldor era un aliado y amigo, no puedes hablar en serio.
—Claro que puedo. Déjate de sentimentalismos que te necesito en tus cabales —lo reprendió su padre—. Escucha bien, que lo que te diré a continuación cambiará por siempre el legado de los Mondragón en el mundo conocido.
Draco se removió en su asiento, especulando en silencio qué se traía entre manos el rey.
Dimas alargó su brazo para tomar el vaso con agua que había en su buró, después de dar un largo trago, por fin se dignó a saciar la curiosidad de su hijo.
—Sin su rey, Encenard caerá. Esa mujer con la que se casó será incapaz de mantener el reino a flote. Si las cosas siguen su rumbo, Encenard desaparecerá en un par de meses o tal vez antes. Es obvio que necesitan un rey para subsistir, alguien que pueda ofrecerle a Encenard la protección que les daba Esteldor. Y ese serás tú.
Draco miró a su padre con expresión confundida, tratando de dar sentido a lo que salía de su boca.
—No comprendo, ¿yo seré rey de Encenard? —preguntó con incredulidad.
—Exacto —dijo Dimas sin una pizca de humor.
—Padre, eso es… —por un momento se preguntó si el rey estaba sufriendo de alguna fiebre que lo hacía delirar—. ¿Cómo pretendes que me haga con el trono de Encenard y, más importante, quién reinará Dranberg?
—También tú, por supuesto —dijo Dimas—. Tú serás rey de un nuevo reino: el reino Dranberg-Encenard. Extenderemos nuestro poderío de una forma sin precedentes, los Mondragón tomaremos control de ambos reinos, entonces ni los Pors, ni los Dragonetti serán rivales para nosotros. Seremos grandes como ningún otro reino.
—Dudo mucho que la gente de Encenard nos permita anexárnoslos como si fuese cualquier cosa —observó incrédulo.
—No tienen opción, es eso o desaparecer —dijo Dimas encogiéndose de hombros—. Ya verás que todos estarán felices de aceptar nuestra proposición.
—No lo sé, padre. La gente tendrá dificultades para aceptar a un monarca extranjero, se sentirán ajenos al poder que los gobierna… eso va a acarrear muchos problemas.
—¿Ajenos? De ninguna manera, aún tendrán a su reina, eso les ayudará a aceptar la situación. Tal vez haya uno que otro renuente, pero confió en que la tal Annabelle nos ayude a persuadir a su pueblo de que es lo mejor para ellos.
—¿Tendrán a su reina? No entiendo, ¿pretendes que reine en conjunto con ella? —preguntó Draco en un tono que no ocultaba lo disparatado que este plan le sonaba.
—Por supuesto, como lo ha hecho cualquier otro matrimonio real en la historia —respondió Dimas con naturalidad.
Draco sintió que le habían dado un bofetón en la cara, los oídos le retumbaban. Solo lograba mirar a su padre con incredulidad. Debía tratarse de una broma o un disparate dicho a causa de su enfermedad.
—¿Matrimonio? ¿Sugieres que me case con Annabelle?
—No lo sugiero, lo mando. ¿De qué otro modo se consolidaría la alianza entre ambos reinos? Debes casarte con ella cuanto antes y hacer herederos… ¿qué pasa? ¿Por qué no pareces entusiasmado? Esta unión va a cambiar el rumbo de la historia por siempre, ¿acaso no lo ves?
—Padre, con todo respeto, yo no puedo casarme con Annabelle —dijo Draco, turbado.
—¡¿Cómo diantres no?! Puedes y lo harás —exclamó el rey Dimas con mirada torva—. Tú mismo dijiste que era bella y también alabaste sus demás cualidades. No veo cuál es el problema.
—El problema es que yo ya estoy prometido en matrimonio a alguien más, ¿ya lo olvidaste? Esmeralda y yo llevamos tiempo esperando para casarnos…
—No te preocupes por esa chica, veré la forma de compensarla a ella y a su familia…. ¡Ah, ya sé! Haré que Danton se case con ella. No llegará a reina, pero tampoco podrá quejarse, seguirá emparentada a nosotros.