El tiempo apremiaba, pero Draco necesitaba ver a Esmeralda antes de partir, explicarle con sus propias palabras lo sucedido. Por supuesto que jamás repetiría la inmunda amenaza proferida por su padre, pero intentaría suavizarle lo más posible el rompimiento. Era un asunto bastante delicado y lo mínimo que ella se merecía es que le diera la cara. Tomó su caballo y se apresuró al hogar de los Terranova. Sus hombres ya se alistaban para emprender el viaje, Draco contaba con menos de una hora para hablar con su prometida… bueno, su antigua prometida.
Llegó a casa de los Terranova en la mitad del tiempo que normalmente le tomaba y prácticamente empujó al mayordomo para entrar. Amelia Terranova fue la primera en aparecer en el vestíbulo.
—Buenas tardes, necesito ver a Esmeralda, es urgente —explicó con voz agitada.
—Alteza, ¿sucede algo malo? —preguntó Amelia mirándolo con preocupación.
—Por favor, necesito hablar con ella —insistió él.
—Me temo que mi hija no se encuentra aquí, fue a visitar a Jade. Su niño ha estado enfermo y quería a su tía Esme —le explicó con pena—. Regresa esta noche.
Draco llevó ambas manos a su frente. Esmeralda ya le había mencionado algo al respecto, pero el asunto había salido por completo de su mente.
—No, esta noche no me sirve, necesito verla ahora —dijo sin ocultar su desesperación.
—Alteza, me está preocupando… —dijo Amelia al verlo tan alterado—. Puedo enviar a alguien para que la traigan de vuelta —sugirió.
Draco negó con la cabeza. Jade estaba casada con un rico aristócrata que vivía a las afueras de Roca Dragón, no había forma en que alguien pudiera ir por ella y traerla a tiempo, el recorrido tomaba al menos tres horas. Draco entendió que no tendría oportunidad de despedirse.
—No se moleste —dijo sintiéndose derrotado—. Por favor, dígale que vine y que… la amo mucho.
Amelia asintió confundida mientras él salía de su hogar, sin imaginar qué podía estar alterando de ese modo al príncipe. A pesar de que Draco le dijo que no se molestara, ella decidió mandar por su hija de cualquier modo, entendiendo que, lo que fuera que estaba pasando, era importante.
Draco volvió al castillo aún de peor humor y se encerró en su habitación. Sin saber qué otra casa hacer, escribió una larga carta para Esmeralda en la que se disculpaba por romper el compromiso y le aseguraba que siempre tendría su cariño y amistad. Una vez que acabó, la releyó varias veces, el texto le parecía insuficiente, pero en realidad nada lo iba a satisfacer, pues estaba renunciando a la mujer de sus sueños.
Con la carta en mano, fue en busca de Luna, la única de sus hermanas que aún vivía con ellos. Mientras le entregaba la carta y le pedía asegurarse de que Esmeralda la recibiera, escuchó la voz de su madre detrás de ellos.
—¡Muchacho ingrato! ¿Qué estás haciendo? Te he estado buscando por todas partes. Tu padre ordenó que partieras de inmediato, Tadeo y Kurt llevan rato esperando por ti. ¡Deja de perder el tiempo! —lo regañó con el ceño fruncido.
Draco se giró para ver a la reina.
—Estaba resolviendo algunos pendientes, madre —respondió con el cuerpo tenso y los puños cerrados.
—Lo único que debes hacer es asegurarte de cumplir con lo que tu padre te ordenó. Anda, es hora de partir —dijo con ganas de chasquearle los dedos, aunque se contuvo al ver la tristeza en su mirada—. Muestra entereza, hijo. Te espera un futuro brillante.
Draco miró a su madre a los ojos, entendiendo que ya estaba al tanto del plan del rey. Con una frialdad que le brotó del alma, se despidió de ambas mujeres y se dispuso alcanzar a sus hombres.
Selena miró a su hijo alejarse por el pasillo en silencio y al perderlo de vista se giró a hacia Luna, entonces notó el sobre entre sus manos.
—¿Qué es eso? —exigió saber.
—Una carta para Esmeralda —le informó su hija. La reina estiró su mano para que se la entregar a ella—. Madre, Draco me pidió dársela en persona —protestó Luna.
—Yo me encargaré de que la reciba —dijo arrebatándole el sobre—. Ahora retírate.
Luna no tuvo más remedio que asentir y alejarse. Por la mente no le pasó que su madre pretendiera deshacerse de la carta. Sin embargo, eso era exactamente lo que la reina iba a hacer. A su punto de vista, era obvio que se trataba de un texto meloso de despedida lleno de dramatismo juvenil que no le haría bien a nadie. Lo mejor era que ella misma se encargara del asunto para hacerlo lo más limpio posible. Esmeralda era una chica lista, eso lo había comprobado estos últimos años, con seguridad lograría entender la situación.
Esmeralda llegó a casa cuando el sol se estaba poniendo. Entró a su hogar temerosa de que algo malo les hubiera ocurrido a sus padres, pues fue lo primero que le pasó por la mente cuando el mensajero llegó por ella. Para alivio suyo, sus dos padres la esperaban en la sala y se veían en perfecto estado. Su madre no perdió tiempo para contarle de la extraña visita del príncipe esa tarde. Francis sugirió esperar a la mañana para buscar a su novio y que le explicara lo que estaba sucediendo, pero Esmeralda no iba a ser capaz de dormir sino se enteraba de inmediato y su madre, picada por la curiosidad de saber qué tenía tan mal a Draco, la apoyó. Ambas partieron para el castillo, esperando que los Mondragón no se molestaran terriblemente por la hora.