Leif
Diez días después y luego de haber compuesto varias letras y melodías inspiradas en el dolor de perder a un ser querido, llamé a Kendra y ella nos dio una cita para la siguiente tarde. Nos esperaba junto a su asistente, que era una chica de unos treinta años y ya había preparado un contrato de varias hojas que me puse a leer conscientemente.
— ¿No al consumo de drogas?
— Tengo mejores cosas que hacer que soportar a drogadictos víctimas de la sociedad — declaró con dureza.
— ¿Ni alcohol? ¿Tú no tomas nunca?
— No dice alcohol, dice alcohólicos, no es lo mismo beber de vez en cuando que vivir borracho.
— Cierto.
— No somos adictos... — declaró Neo.
— Sus ojos no dicen lo mismo — replicó con ironía.
— Un momento. ¿Qué es esto de que, si hay algo que no te gusta, puedes rescindir el contrato instantáneamente? ¿Qué no es suficiente con los detalles anteriores? — cuestioné.
— A veces hay cosas que se me escapan.
— Acepto todas tus otras condiciones, pero esto no, ¿cómo vamos a saber qué puede molestarte? Imagina que hay un accidente de tránsito y nos retrasamos, rescindirás el contrato por eso...
— Ese es un retraso justificado.
Hice silencio, no quería enredarme en una pelea con ella, pero no podía tampoco dejar que hiciera lo que quisiera por más buena que fuera en su trabajo. Además, la suma que había solicitado por sus servicios era cuantiosa; mínimamente debía sentirme conforme con el acuerdo que firmáramos.
— De acuerdo. Becky, quita esa frase del contrato — ordenó a su asistente.
Seguí leyendo, aunque por momentos la miraba, ella había vuelto a su postura rígida del día en que la conocí, con su cabello tirante, gafas y maquillaje apagado. Cuando estuve en su casa, no llevaba maquillaje y pude notar una piel tersa y blanca, en contraste de sus labios bastante sonrosados y gruesos, ahora ocultos tras un labial oscuro y opaco.
— Yo no tengo problema con todo lo demás, ya terminé de leer — declaró Sylvia.
— Igual yo — la secundó Rand.
— Y yo — aceptó Neo.
— ¿Qué dice usted, señor Gallagher? — Ella me trató por mi apellido con deliberación.
— También estoy de acuerdo.
La asistente nos trajo el nuevo contrato y todos lo firmamos.
— Le dirán a su productor que me envíe todas las fechas de sus presentaciones, así organizamos los preparativos para cada evento.
***
Kendra
Hacía dos semanas que había firmado un contrato que me aseguraba dinero más que suficiente como para que, si era necesario, pudiera responder por mi hermana. De inmediato había recibido su agenda y luego de haber creado un atuendo digital para la banda Kamazoth, me encontré con ellos en una tienda llamada Boreal, que era privada y pertenecía Idalbi Marzens, una diseñadora que trabajaba solo con productoras, pues realizaba ropa para eventos y películas.
Ella nos recibió con todo el glamour del que hablaba su fama y ellos, como siempre, parecían pordioseros, excepto la chica, que había comenzado a mostrarse más interesada en su apariencia.
— Me hace muy feliz que me hayas escogido una vez más — Sus palabras venían junto a una sonrisa sincera, la realidad era que pocos podían pagar sus atuendos.
— Gracias a ti por tener todo listo tan pronto. Además, sabes que jamás elegiría a otra, eres la mejor.
Esto era real, pues le había mandado el archivo digital hacía diez días, lo cual era un tiempo muy corto para todo el trabajo que le había solicitado.
— ¿Quién será el primero?
— Yo — se ofreció Sylvia.
La chica era bonita, y aparentaba unos veinte años. Tenía el cabello rubio con unas mechas de color y ojos grises; era delgada, pero de buenas curvas. Ella entró en el vestidor y nos mostró los atuendos a gran velocidad, estuvo conforme con todo y fue el turno del bajista, Rand. El chico fue parsimonioso, pero también aprobó. Durante su desfile, el cantante comenzó a mostrarse inquieto, moviéndose mucho en el sitio en que se hallaba sentado, pero no decía nada, quizá le impacientaba la lentitud de su compañero.
— Ahora voy yo — dijo, e Idalbi automáticamente se incorporó deteniéndolo.
— Ah, no, no, la cereza del pastel es para el final — habló haciendo una mirada al guitarrista para que fuera a vestirse.
Leif se volvió a sentar y parecía disgustado. Yo ya me imaginaba una rabieta, los cantantes solían ser temperamentales e inmaduros a más no poder, ese era uno de los motivos por los cuales al principio había intentado rechazar el trabajo.
El guitarrista modelaba todo con estilo y se mostraba muy a gusto con la ropa.
— ¿Señor Gallagher? — lo invité y él se dirigió al probador donde dos asistentes habían dejado los atuendos.
Pasaron cinco minutos, luego diez y él no salía, entonces, anticipándome a lo inevitable, me acerqué.
— ¿Señor Gallagher?
— No voy a ponerme nada de esto, es como estar desnudo.
— ¿Se ha quitado su ropa?
— No.
Me metí en el vestidor, que era bastante amplio para los dos.
— ¿Qué te pasa? — susurré con los dientes apretados. — Recuerda que firmaste un contrato.
— Uno en el que dice que no puedes dejarnos por cualquier tontería que te haga enojar.
— No puedes poner trabas a mi trabajo.
— Estas prendas — dijo tomando un pantalón con un dedo — son inadecuadas, yo no quiero verme vestido de mujer.
— No es ropa de mujer, es la ropa de un exitoso cantante de rock.
— Ellos no se visten así.
— Claro que sí.
Tomé mi móvil y comencé a buscar nombres de cantantes y a mostrarle fotos.
— ¿Es necesario? — indagó con expresión de hastío.
— Leif, niño rico, pretencioso. Quizá creas que con tu hermosa música conquistarás el mundo, y eso podría haber sido así en los cuarenta, pero no es suficiente en los tiempos que corren. Si no te ves atractivo, la gente a la que puedes llegar es muchísimo menos. Ya no eres un artista, eres un producto musical.