Leif
Llegué al edificio en el que vivía Kendra, esperé un momento antes de entrar. No sabía por qué la había seguido, pero cuando estuvimos en el vestidor de la tienda, una conexión se generó entre ella y yo, la sentí con mucha intensidad y noté que su aroma cambió reaccionando a mi cercanía, fue solo por un momento y no podía quedarme con la duda de saber qué era lo que había pasado.
Subí por las escaleras.
Toqué la puerta y ella de inmediato abrió, aún estaba vestida como cuando nos dejó en manos de la diseñadora.
— ¿Qué haces aquí? — me preguntó, observándome con extrañeza detrás de sus grandes gafas.
— Necesito hablar.
— ¿De qué? Es tarde, mañana tienes ensayo, Leif — replicó insinuando que debería irme.
— ¿Por qué a solas soy Leif y en público el señor Gallagher? — Me apoyé contra el marco de la puerta, dando una clara señal de que no me marcharía sin conversar.
— Debo mantener la profesionalidad en público — se excusó con frialdad.
Ella no se movía de la entrada.
— Invítame a pasar — solicité.
— Acabo de llegar, quiero bañarme y relajarme.
— Podemos relajarnos juntos — sugerí ofreciéndole una sonrisa.
Ella abrió la boca para responder y la cerró de golpe. Su aroma se estaba volviendo dulce, otra vez. Yo le gustaba. Inspiró profundo, miró hacia el piso y luego a mis ojos.
— Eres un niño atrevido, ¿lo sabes?
— No soy ningún niño — aclaré, dando énfasis a cada palabra de manera categórica. — Pero sí, sé que soy atrevido. Entonces, ¿me dejas pasar?
— No, necesito estar sola.
— ¿Cómo está tu hermana? — indagué, considerando que si la llevaba hacia un tema personal, tal vez tendría más posibilidades de llegar hasta ella, aunque fuera algo bajo aprovecharme de una situación tan delicada.
Ella pareció contrariada.
— Está bien. Comenzó un tratamiento de quimioterapia. Gracias por preguntar.
— Escribí unas canciones nuevas y me gustaría que las escucharas.
— Arthur es quien tiene que escucharlas, a mí ni me gusta tu música.
— No la has oído.
— ¿Cómo lo sabes?
— Se nota en tus ojos que mientes — aseveré.
— No sabes nada.
— Déjame entrar — insistí.
Me sentí tentado a usar mis dones en ella, pero no era eso lo que quería, no. A mí me gustaba que las mujeres estuvieran dispuestas, y envolverme en el dulce aroma de su excitación.
— No. Ya nos veremos en unas semanas. Adiós.
Cerró la puerta en mi cara, otra vez. ¿Por qué me importaba esta mujer? Ella no era un hueso fácil de roer y yo no debería insistir; después de todo, ¿qué ganaba con ello? No obstante, no podía negar lo frustrado que me sentía.
***
Kendra
Qué muchachito tan descarado y calenturiento. Lo único que me faltaba era que mi cliente fuera un adolescente acosador y lo peor era que había firmado un contrato por tiempo indefinido.
Leif era sexy, sí, pero tenía la edad de ser mi hijo. De ninguna manera le daría la oportunidad de pensar que podía afectarme emocionalmente o que podríamos tener algo. Me avergonzaba de solo imaginarme en la sección de chismes de las revistas, “la cuarentona y el veinteañero...”
Yo tenía mucho en qué pensar y demasiadas preocupaciones, como para además tener en mi vida un narcisista.
Me desvestí y fui directo a la ducha. Solo esperaba que no se quedara en la puerta dos horas como la vez anterior. Si hacía eso, llamaría a la policía. ¿Quién se creía que era? Me metí bajo el agua e intenté dejar de pensar en él, pero una y otra vez volvía su cuerpo a mi mente... Era un buen lienzo, podría hacerle diseñar unos tatuajes con base en sus canciones. Se vería increíble con ese cuerpo hermoso que tenía. Sacudí la cabeza para quitarme los malos pensamientos. Esto nunca me pasaba, pero a este paso, debería comprarme un vibrador con urgencia, aunque si me lo compraba terminaría usándolo pensando en él, quizá sería peor.
Salí de la ducha y llamé a mi hermana para ver cómo iban los tratamientos.
— Nini, cuéntame cómo va todo.
— Por ahora bien, recibí dos transfusiones y el médico dijo que mi cuerpo lo toleraba bien.
— Me alegra. ¿Cómo están Tod y las niñas? — pregunté mientras me secaba el cabello.
— Se las arregla. Si Dios quiere, el fin de semana ya podré volver a casa y tomaré el tratamiento ambulatorio.
— Me alegra mucho, hermanita.
— John vino a verme hoy. Dijo que trataría de venir un día contigo para que comiéramos juntos.
— Me parece una gran idea, lo llamaré mañana.
— ¿Hace cuántos años no comemos los tres juntos?
— Nini, no sé, pero más de lo que debería ser correcto para unos hermanos tan unidos como nosotros.
— Mamá y papá estarán felices si logramos juntarnos.
— Seguro que sí...
Luego de la llamada ya no pude pensar en otra cosa que no fuera el bienestar de mi hermana, realmente esperaba que todo estuviera saliendo bien para ella. Era muy joven y tenía una familia hermosa, algo que ni John ni yo habíamos podido lograr. De momento, el tratamiento convencional en el hospital de nuestro pueblo estaba funcionando, y, según el médico, era cuestión de tiempo para que la enfermedad remitiera.
Así fue, dos meses después, los análisis de mi hermana daban perfecto, aunque se la veía delgada y con su cabello muy corto, como únicas señales de lo que había pasado. Fueron un par de meses realmente agotadores. Viajar, trabajar, y ver a mi hermana deteriorarse, fue para mí un estrés tremendo. No obstante, aunque el tiempo se hizo largo, en realidad no fue tanto y ahora ya estaba en su casa. Solo debía hacerse controles mensuales para asegurarse de que la enfermedad no regresaría. Todos estaban felices y yo también, por supuesto, pero cada vez que el teléfono sonaba, me embargaba un sobresalto. Tenía la sensación de que me informarían de que algo malo había pasado.