La musa de Leif

Capítulo 7

Leif

Bajo extorsión prácticamente, y después de un año de darme contra el muro por el que Kendra se rodeaba, logré un simulacro de cita. Llegué a su departamento y ella se había bañado y llevaba ropa casual.

— ¿Qué deseas desayunar? — indagó mientras se dirigía a la cocina que se encontraba al lado del dormitorio y yo la seguí.

— Cualquier fruta estará bien.

— ¿Una manzana?

— Sí.

Ella la lavó y la peló y comenzó a cortarla en trocitos.

— ¿Cómo está tu hermana?

— Sobrevive, la enfermedad ha remitido y solo le queda el recuerdo, cada vez que se realiza un examen de rutina. Pero yo no dejo de tener miedo.

— ¿Y qué es lo que te hace temer?

— No sé, se realiza estos exámenes periódicamente, y hasta ahora todo ha salido bien, pero su constante cansancio y el hecho de que no ha recuperado por completo su peso me hace dudar. Además, algunas veces dice cosas como que tal vez morir sería mejor.

— Sí, entiendo perfectamente, hay momentos de la vida en que morir parece ser lo oportuno.

— ¿Has vivido algún momento así?

— Alguna vez...

Respondí de manera evasiva porque no quería meterme en una conversación en la que no sabría cómo explicar lo solitario que era no morir.

— ¿Qué puede haber sido tan trágico para alguien como tú?

— Tus palabras son hirientes — le dije.

— ¿Por qué?

— Hablas como si por el hecho de ser quien soy no tuviera derecho a sentir o a pasar dificultades.

— No dije eso, pero creo que eres muy joven como para querer morir, ¿qué situación puede hacer que te sientas así?

— La pérdida de seres queridos, por ejemplo. Pero además, no soy tan joven como crees.

— Eres lo suficientemente joven como para ser mi hijo — ella puso la manzana delante de mí en un pequeño plato y se giró para servirse un café.

Sus palabras fueron dichas con la intención de desalentar en mí cualquier deseo que tuviera de acercarme. Pero yo no era el niño que ella pensaba.

— Habrías sido una niña precoz si fueras la madre de alguien de la edad que yo aparento.

— Como fuera, podría serlo.

— No eres mi madre ni de lejos, así que te pido que no me veas de esa forma, porque yo no te veo así.

— No puedo mirarte de otra manera.

Dejé la fruta y rodeé la barra de desayuno hasta quedar junto a ella.

— Mientes.

— Leif, no te pases del límite.

— ¿Por qué? — me estiré a tomar un trozo de manzana acercándome mucho a ella. — ¿Rescindirás el contrato?

— No sé a dónde quieres llegar, pero no tengo ganas de jugar tus juegos.

— No soy un niño, Kendra, y no estoy jugando ningún juego.

— No necesito problemas.

— Tampoco soy un problema.

— Lo eres y uno muy grande, será mejor que te vayas.

— Kendra.

— No. No te quiero escuchar, tengo suficiente con mi vida.

— Seamos amigos.

— Busca amigos de tu edad o de tu profesión o que sean tus vecinos, lo que sea, no me vengas a mí con esas. Yo no tengo ganas ni tiempo para ser tu amiga. Ahora hazme el favor de marcharte.

Ella siempre hacía eso, huía.

— No puedes seguir huyendo de mí — la confronté.

— ¿Huir de ti? — Ella negó con la cabeza. — Tienes un ego tan grande, no se trata de ti, se trata de mí, de mi entorno seguro, la vida que yo quiero vivir, qué situaciones o relaciones elijo, y esto no lo estoy eligiendo.

— Tampoco elegiste a tu familia, ni elegiste la enfermedad de tu hermana, y, sin embargo, están en tu vida. Yo estoy en tu vida, aunque no me hayas elegido, pero yo sí te elegí a ti, y te guste o no, tendrás que vivir con eso.

No quise seguir apabullándola con las verdades que no quería ver, por lo que me marché.

***

Kendra

Después de nuestra conversación en la cocina de mi casa, pasó una semana hasta que volví a ver a Leif para la preparación de una entrevista. Tenía todas las preguntas, les había dado una guía de cómo responderlas, me había ocupado de su vestuario, peinado y maquillaje. Lo traté con la mayor distancia que pude, y luego regresé a continuar con mi vida. Me mentiría a mí misma si dijera que no me perturbaba, que no me había dejado toda la semana pensando en sus palabras. Pero después de un año de lidiar con esto, estaba segura de poder controlar cualquier cosa que viniera de él.

Mi hermana me llamó.

— Nini, preciosa, ¿cómo estás?

Bien, aquí, ¿estás viendo la tv?

— No, ¿por qué?

¿Eres la asesora de una banda de rock llamada Kamazoth?

— Sí... ¿Por qué?

¿Por qué no me dijiste que tenías un pretendiente de veinte años? Me siento abandonada como hermana.

— ¿De qué hablas? No tengo ningún pretendiente de veinte... — Mi cabeza no paraba de pensar, ella se refería a...

Claro que sí, el cantante de la banda lo acaba de decir en público, para todo el país.

— No, no... No entiendo, yo revisé la entrevista... Él no pudo decir eso.

¿Te has acostado con él? ¡Es tan guapo!

— Claro que no. Es... tiene veintiocho años, podría ser mi hijo. No pudo decirlo...

Bueno no, no lo dijo — ella se rio. — Te mando el video, míralo y luego me llamas.

Colgó y enseguida me llegó un enlace de YouTube con un mensaje de "está en el minuto veinticinco".

Reproduje el video a partir de ese momento:

¿Tienes alguna musa? Tus canciones son muy profundas — le decía la periodista.

Yo, cuando revisé la entrevista, le había escrito que conteste lo que quisiera, me parecía una pregunta sencilla y sin ningún peligro.

Sí, tengo una musa, es mi asesora, Kendra.

¿Kendra Allen? ¿Tienes una relación con ella?

Por supuesto que no, ella es una persona excepcional y la respeto muchísimo. Su profesionalismo y la forma de llevar adelante su vida es algo que me inspira profundamente, y ha sido la causa de todas las canciones, desde que la he conocido. Es algo estrictamente platónico.




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