La Navidad del Ceo Solitario: Millonario en la Nieve

Conflicto del Corazón

—Porque un hombre mafioso, nos exigía que le diéramos la parte del dinero que ganábamos, y si no nos mataría y bien una noche se aburrió de nosotros, y decidió hablar mal de nosotros a otras personas y espantarnos gente y asi no nos llegaba gente, luego ese mafioso huyo del lugar, nunca lo volvimos a ver —dice Isabella.

 

Isabella miró a Julian y luego a su padre, sintiendo un profundo orgullo y gratitud por su familia y amigos. Habían enfrentado una crisis juntos y habían salido victoriosos.

 

—Vamos a asegurarnos de que este restaurante prospere como nunca antes —dijo Julian, con determinación—. Hoy es solo el comienzo de una nueva etapa.

 

—No sé qué haría sin ti —dijo Isabella sonriente.

 

La expresión de Tomas no fue tan agradable, su rostro se puso tenso.

 

—Sabes que puedes contar conmigo —dice Julian tomándola de las manos, dándole un beso.

 

—Podemos hablar Isabella —dijo Tomas.

 

—Si, que necesitas —Dice Isabella curiosa.

 

—Hija ven ayúdanos en a la cocina —dice Susan madre de Isabella interrumpiendo el momento.

 

—Hay que atender más clientes, nos puedes ayudar, despues me cuentas lo que me querían decir —añade Isabella.

 

—Claro —añadió Tomás.

—ayúdame Julian ven —indicó Isabella mientras que Tomas por dentro tragaba saliva de los nervios.

 

La alegría y el alivio llenaron el restaurante, mientras todos celebraban su victoria conjunta. Sabían que el camino por delante no sería fácil, pero con el apoyo de su familia y amigos, estaban preparados para cualquier desafío que les esperara.

 

La reunión terminó con abrazos y promesas de colaboración. Mientras salían del restaurante, Julian sintió una paz interior que no había sentido en mucho tiempo. Rodeado de su padre, los padres de Isabella y nuevos amigos, supo que, con su apoyo, cualquier cosa era posible.

 

La tarde fue hermosa, lleno de trabajo, el Padre de Julian se fue antes de que callera las 2 de la tarde y se despidió de todos.

 

La cabaña en las heladas colinas de Aspen estaba envuelta en un manto blanco de nieve fresca. Los copos caían silenciosamente, creando una atmósfera de ensueño alrededor de la pequeña construcción de madera. Dentro, una cálida chimenea crepitaba suavemente, llenando el aire con el aroma a leña quemada y brindando un refugio acogedor del frío exterior.

 

Julian se encontraba sentado en una butaca de cuero frente al fuego, absorto en sus pensamientos. Sus ojos, que usualmente reflejaban una mezcla de melancolía y determinación, hoy estaban perdidos en las llamas danzantes. A su lado, Isabella se movía con gracia, preparando una taza de chocolate caliente en la cocina rústica. Su presencia era un bálsamo para Julian, aunque él aún no se había dado cuenta del todo.

 

—Julian, ¿quieres un poco de chocolate caliente? —preguntó Isabella con una sonrisa, rompiendo el silencio.

 

Julian levantó la vista, su mirada encontrando los ojos verdes de Isabella. Había algo en ellos, una calidez que empezaba a derretir las barreras que había construido a su alrededor.

 

—Claro, gracias —respondió Julian, esbozando una sonrisa tímida.

 

Los padres de Isabella decidió darles un momento a solas y se retiraron discretamente a su habitación en la planta superior. Sabía que este era el momento de Julian y Isabella, un momento que debía ser privado.

 

Isabella se acercó con dos tazas humeantes y se sentó en la butaca frente a Julian. Durante un rato, ninguno de los dos dijo nada. Solo el crepitar del fuego y el suave tintineo de las tazas rompían el silencio.

 

—Julian, he estado pensando mucho en nosotros —dijo Isabella finalmente, su voz suave pero decidida.

 

Julian asintió, sintiendo cómo su corazón empezaba a latir más rápido. Había algo en la manera en que Isabella hablaba de que le daba esperanza, una esperanza que había olvidado que existía.

 

—Sé que has pasado por mucho, y que es difícil para ti abrirte —continuó ella—. Pero quiero que sepas que estoy aquí, para ti, sin importar lo que pase. Quiero ser esa persona en la que puedas confiar, en la que puedas apoyarte, como tu lo hiciste hoy por mí, salvar mi restaurante para que yo salga adelante gracias a ti.

 

Julian bajó la mirada a su taza, contemplando el reflejo de las llamas en el líquido oscuro. Las palabras de Isabella eran como una melodía dulce que calmaba sus tormentas internas.

 

—Isabella... —empezó a decir, pero ella lo interrumpió suavemente.

 

—No tienes que decir nada ahora —dijo ella, sonriendo—. Solo quiero que lo pienses. Quiero que sepas que te quiero, Julian. Te quiero por quién eres, con todas tus cicatrices y tus miedos, aunque no sé porque de momento te veo tan tímido.

 

Julian sintió que algo se rompía dentro de él, como si el hielo que había envuelto su corazón comenzara a derretirse. Las lágrimas asomaron a sus ojos, pero no eran de tristeza, sino de alivio y de una felicidad incipiente que no recordaba haber sentido en mucho tiempo.

 

—Gracias, Isabella —dijo finalmente, con la voz quebrada—. Significa mucho para mí... más de lo que puedes imaginar.

 

—Cuando estes listo me puedes decir que es lo que te pasa —añadió Isabella.

 

Isabella se levantó y se acercó a él, envolviéndolo en un abrazo cálido. Julian se permitió descansar en sus brazos, sintiendo cómo el calor de la chimenea y el amor de Isabella comenzaban a descongelar su corazón.

 

La noche en las colinas de Aspen era tranquila, con una luna llena que iluminaba el paisaje nevado. La cabaña de madera estaba envuelta en un acogedor resplandor, con la chimenea crepitando suavemente, llenando el interior con un calor reconfortante.




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