La Navidad del Ceo Solitario: Millonario en la Nieve

Compromiso en las Heladas Colinas de Aspen

Isabella se acercó a Tomás y le tomó las manos con suavidad.

 

—Eres un buen hombre, Tomás. Estoy segura de que encontrarás a alguien que pueda corresponder tus sentimientos como te mereces. Aprecio tu valentía y sinceridad.

 

Tomás asintió, aceptando las palabras de Isabella con una mezcla de tristeza y resignación.

 

—Gracias, Isabella. Eso significa mucho para mí.

 

Con un último vistazo hacia la puerta por donde Julian había salido, Tomás se despidió de Isabella y se marchó, dejando un aire de melancolía en la cabaña.

 

Isabella se quedó en la puerta, observando cómo Tomás se alejaba en la nieve, antes de salir al encuentro de Julian, quien la esperaba afuera, envuelto en su abrigo.

 

—¿Todo bien? —preguntó Julian, preocupado.

 

—Sí, todo está bien —respondió Isabella, tomando la mano de Julian y apretándola con fuerza—. Vamos adentro. Necesitamos seguir adelante juntos, tomar el té y dormir, es un dia largo. Creo que ya me dio migraña.

 

—¿Migraña?, enserio, bueno, te daré una pastilla tranquila —dijo Julian sonriente.

 

Mientras entraban de nuevo en la cabaña, Isabella sabía que, aunque las confesiones inesperadas podían complicar las cosas, su amor por Julian era lo que realmente importaba. Y juntos, podían enfrentar cualquier desafío que se presentara.

 

Al dia siguiente. La cabaña estaba envuelta en una tranquilidad helada, la nieve cubría el paisaje en una capa inmaculada, y el sol de la mañana se filtraba a través de las ventanas, dibujando patrones de luz en el suelo de madera. El crepitar de la chimenea y el aroma del café recién hecho creaban una atmósfera acogedora y cálida en contraste con el frío exterior.

 

Isabella se desperezó bajo las mantas gruesas y se giró para ver a Julian a su lado, ya despierto, observándola con una sonrisa tierna.

 

—Buenos días, dormilona —dijo Julian en voz baja, acariciando su mejilla con suavidad.

 

Isabella sonrió, sintiéndose completamente en paz. —Buenos días, Julian.

 

Julian se sentó en la cama, apoyando la espalda en el cabecero, y miró a Isabella con una expresión seria pero amorosa. Tomó su mano entre las suyas y, tras un momento de silencio, comenzó a hablar.

 

—Isabella, he estado pensando mucho en nosotros, en lo que significas para mí. Y hay algo que quiero decirte.

 

Isabella lo miró curiosa, notando la intensidad en sus ojos. —¿Qué es, Julian?

 

—Desde el momento en que te conocí, supe que eras diferente. No solo por tu belleza, que es innegable, sino por la forma en que ves el mundo. Tienes una manera especial de hacer que todo a tu alrededor sea mejor, más brillante.

 

—Mira que pensé que eras cascarrabias —se rio por un momento.

 

Julian hizo una pausa, apretando suavemente la mano de Isabella.

 

—Con otras mujeres, siempre sentí que había algo que faltaba, una conexión real, una comprensión mutua. Pero contigo... contigo, todo encaja. Eres la persona con la que quiero compartir mis alegrías, mis miedos, mis sueños. Eres la única con la que quiero construir un futuro.

 

Isabella sintió que su corazón latía más rápido, sus ojos brillaban con lágrimas de emoción. —Julian...

 

—Te amo, Isabella. No solo por lo que eres, sino por lo que soy cuando estoy contigo. Me haces querer ser una mejor persona, me inspiras todos los días. Y no quiero pasar ni un momento más sin que sepas lo que significas para mí.

 

Julian se inclinó hacia la mesita de noche y sacó una pequeña caja de terciopelo. La abrió, revelando un anillo resplandeciente que capturaba la luz del sol de la mañana.

 

—Isabella, quiero pasar el resto de mi vida contigo. ¿Quieres casarte conmigo?

 

Las lágrimas finalmente se desbordaron por las mejillas de Isabella, que asintió vigorosamente antes de lanzar sus brazos alrededor de Julian, abrazándolo con todas sus fuerzas.

 

—Sí, Julian, sí quiero casarme contigo. Te amo tanto, pero primero divórciate de aquella mujer, Victoria —añadió.

 

—Si esta en proceso, es solo que Victoria aun no revisa el correo —le dice.

 

—Pues tendrá que hacerlo —dijo Isabella suspirando.

Se besaron, sellando una promesa de amor eterno en aquella cabaña en las heladas colinas de Aspen, donde el frío del exterior no era más que un contraste con el calor de sus corazones entrelazados.

 

Después de unos momentos de abrazos y besos, Julian deslizó el anillo en el dedo de Isabella. Ambos se miraron, maravillados por el brillo del anillo y la profundidad de su compromiso.

 

—¿Te das cuenta de lo perfecto que es este momento? —murmuró Isabella, acariciando el rostro de Julian con ternura.

 

Julian asintió, sus ojos llenos de amor. —Sí, y quiero que todos nuestros momentos sean así de perfectos, compartidos contigo.

 

Isabella se levantó de la cama, estirando los brazos mientras la luz del sol iluminaba su figura. Julian la siguió con la mirada, admirando su gracia natural. Se dirigió a la pequeña cocina de la cabaña y comenzó a preparar el desayuno. Julian se unió a ella, y juntos trabajaron en armonía, riendo y disfrutando de la compañía mutua.

 

Mientras los panqueques doraban en la sartén y el café llenaba la cabaña con su aroma cálido, Isabella miró a Julian con una sonrisa.

 

—Sabes, siempre soñé con tener momentos así, pero nunca imaginé que serían tan perfectos.

 

Julian sonrió, acercándose para besarla en la frente. —Lo serán, Isabella. Haremos que cada día sea especial.

 

Se sentaron a la mesa, disfrutando del desayuno mientras conversaban sobre sus planes para el futuro. Hablaron de sus sueños, de los lugares que querían visitar juntos, de la familia que algún día esperaban formar. La conversación fluía con una naturalidad que solo puede existir entre dos personas profundamente conectadas.




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