La necrópolis de los brujos(terror, suspenso, thriller)

Cap 3

Los espejos habían sido terminantemente prohibido por los maestros, argumentaban que fomentaba la vanidad y la perdición entre los estudiantes, pues se creía que ninguno había jamás visto su propio reflejo, nos instaban a estudiar nuestras sombras en su lugar, asegurando que en las formas oscilantes proyectadas en el suelo o la pared descansaban nuestras verdaderas siluetas y almas, afirmaban que las sombras revelaban mucho más que el efímero e insustancial reflejo en un espejo. Lo que ignoraban los maestros era que todos, en secreto, ya habíamos experimentado el encuentro con nuestro reflejo en el espejo escondido dentro del cementerio. Frente a él, la memoria de ninguno de mis compañeros volvió, como, yo a diferencia de los demás, recordaba, mantenía vivas imágenes antiguas, fragmentos de un pasado que me acompañaban incluso antes de encontrarme con el espejismo del cementerio. Aún con estas visiones tan claras en mi mente, jamás conté este secreto a nadie, solo Sora sabía lo que había ocurrido delante de aquel espejo. ¿Sería prudente volver a hacerlo?, mientras lidiaba con el peso de recuerdos que tal vez, debían permanecer en lo más profundo de mi ser.
— Parece que por fin has recordado a tu cachorro — dijo con tristeza en su rostro— Sígueme. Te llevaré a un lugar especial.
La seguí hasta una especie de cafetería por la parte trasera de la escuela, donde en algún momento, parecía que alguien había estado cocinando, ya que percibí un leve aroma a guiso recién hecho. Entramos a la cocina y ella se agachó para abrir un viejo estante que estaba en el suelo. Allí estaba mi cachorro, dormido cómodamente sobre una peluda sabana. Estaba tan feliz, no podía creer que lo hubiera recordado cuando no recuerdo nada de mi vida.
— Yo lo he estado cuidando todo este tiempo — Sinceramente lo tome como algo normal y le agradecí por ello
— Nadie puede saber que está aquí o se lo ofrecerán a la criatura para que lo devore — yo asentí con  la cabeza mientras el cachorro me daba su saludo con entusiasmo.
— Es extraño recordar todo eso, y que nadie más lo recuerde. 
— Supongo que en realidad no estás muerta – me dijo ella con seriedad. 
— ¿Te refieres a que aún tengo una oportunidad?
— Aun no cantes victoria, no estamos seguros de ello — me comentó con cautela mientras ataba un pedazo de trapo sucio a la espada que traía tras su espalda.
— Sora, ¿has recordado algo sobre tu pasado?
— No, todavía no.
— No veremos hoy a la criatura, podremos ir a casa esta vez. Los profesores nos dieron permiso para irnos temprano.
— ¿A casa?
¿Quieres decir que aún tengo una oportunidad? — pregunté con una chispa de esperanza.
— No cantes victoria todavía, no estamos seguros de ello — me advirtió con cautela.
Miré a Sora con la esperanza de encontrar alguna pista en sus ojos, pero ella solo negó con la cabeza.
— Sora, ¿has recordado algo de tu pasado? — pregunté con anhelo.
— No, todavía nada — respondió ella con pesar.
— Hoy no veremos a la criatura, iremos a casa hoy, los profesores nos dejaran ir temprano hoy
No podíamos dormir, era como estar atrapados en un sueño interminable. Los chicos me contaban que llevaban meses intentando regresar a sus hogares, pero la criatura no se los permitía.
Llamaban hogar a una pequeña necrópolis situada a dos cementerios de distancia contando el nuestro. El área resultó ser mucho más extensa de lo que imaginaba, la noche casi caía amenazante, después del cementerio cercano a la escuela, nos topamos con uno especialmente peculiar estaba adornado con banderas triangulares agujereadas y desgastadas en una secuencia de  color rojo y blanco. Sora sugirió que sus restos podrían estar entre esas tumbas, el cementerio se encontraba repleto de estructuras pintadas de vivos colores, así como arcos gigantescos de un rojo intenso. También había extrañas estatuillas con rostros peculiares e inscripciones en un idioma que parecía invocar algún tipo de hechizo protector, que decía (축음) y en otros 3 o cuatro idiomas mágicos más o al menos eso creíamos. Al ascender una amplia escalera que conducía a uno de los arcos carmesí, descendías hacia un cementerio hundido en el suelo, repleto de lo que parecían ser diminutas moradas. En su interior no había muebles, lámparas ni libros, solo una o más tumbas en el centro de la única habitación que tenía cada casita. La chica del turbante mencionó que había encontrado un mural que se asemejaba mucho a su rostro, y que ese era ahora su hogar, allí vivían todos estos chicos y yo pronto obtendría un espacio para mi también.
Las casitas eran muy extrañas, con almohadas y mantas dobladas en las esquinas que seguro servían como camas improvisadas.
— Aquí está tu almohada. Pertenece al chico que desapareció — me dijo Sora, ofreciéndome una manta y una almohada con vivos colores y arabescos.
— Parece que vas a heredar toda la fortuna del fugitivo, amiga —  se burló el chico con chaleco.
— Bueno... la verdad es que su casa estaba al lado de la mía, respondió Sora, dando pie a más burlas.
— Si el suelo no te ofrece descanso, las tumbas son una opción. Yo a menudo elijo ese lecho; es sorpresivamente confortable — confesó la chica del vestido vintage, con un aire de serenidad.
— En realidad no dormimos, solo nos acostamos y reflexionamos sobre todo lo que podemos. Meditamos, pensamos y evaluando todas las posibilidades. Y no olvides, aún anhelamos la libertad más allá de estos muros — respondió Sora con determinación
— ¿Pero por qué construirían casas aquí?
— No son casas; son espacios sagrados para decir adiós. Aquí,  pasas las noches junto a tus seres queridos que fallecieron, hasta sentir que, de alguna manera, han encontrado la paz para seguir adelante— explicó Sora, su voz  respetuosa.
Sola en aquel lugar misterioso, me esforcé por acomodarme, pero parecía imposible. El suelo duro e incómodo a veces hacía que la arena se filtrara por mi nariz, provocándome una ligera sensación de congestión, aunque no estornudaba. "¡Qué oscuridad!" me dije a mi misma.  De repente, percibí la presencia de una extraña criatura encima de mí, con sus piernas y manos apoyadas en la manta, como si fuera capaz de caminar a cuatro patas, como un animal. Era una figura femenina desnuda, sin rasgos del cuerpo definidos, con la piel azulada, escasa cabellera y ojos sin pupilas, color sangre. No tenía labios, dejando al descubierto su inquietante dentadura. Me miraba fijamente mientras movía la cabeza de un lado a otro. . Aunque intenté moverme, me resultaba imposible. La desesperación me invadía, incapaz siquiera de parpadear. De pronto, la puerta se abrió de golpe y entró un joven que se puso frente a mí. Sus cabellos eran tan oscuros como los míos, largos hasta los hombros, aparentemente húmedos. Vestía una camisa blanca muy sucia, pantalones ajustados y botas negras polvorientas, y llevaba una campana atada a una rama gruesa y torcida con cordeles rojos que colgaban de la misma, la cual hizo sonar con furia. El extraño ente pareció molestarse con aquel sonido, y el muchacho desapareció rápidamente sin dejar rastro. En cuanto recuperé la movilidad, corrí hacia la puerta, pero ya no estaba. En su lugar, pude ver a Sora, quien salía sosteniendo una Haidong Gumdo (una espada coreana tradicional).
— ¿Qué ha pasado, chica nueva? ¿Por qué has tocado a mi puerta?
— No fui yo quien tocó, fue el chico que desapareció. Lo vi. Me ayudó con la extraña criatura.
— Los Mara han vuelto — dijo Sora con un tono de preocupación que me heló la sangre.
 




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