La necrópolis de los brujos(terror, suspenso, thriller)

Capitulo 6

Sora veía su tumba, mientras que yo contemplaba las inscripciones en un idioma incomprensible. El segundo camposanto, el que desataba una sensación aún más inquietante, amplificada por las macabras estatuas y los templos coloridos y deteriorados que contribuían a agravar mis temores junto a las estatuas de extraños dragones.

- Fíjate, ahí está mi nombre - dijo ella, apuntando hacia una lápida.
- ¿Sora? ¿Es tu nombre?
Observé su rostro imperturbable.
- No, yo soy Sera, Kim Sera - se corrigió con calma.
- Entonces, ¿lo recordabas?
- No, para nada. Me inventé un nombre al azar, asumiendo el riesgo de que los maestros me expulsaran del juego... Necesitaba protegerlos... - confesó con una tristeza en la voz, inclinando la cabeza y confundiéndome. - Ser fuerte... No sé por qué, pero en aquel momento, el nombre "Sora" me cruzó la mente... Ahora comprendo por qué. - Hizo una pausa y señaló una tumba vecina. - Aquí yace mi hermana mayor; se llamaba Kim Sora. Imagino que, de alguna manera, me convertí en ella.
- ¿Puedes recordar más?
- Sí, a ella la recuerdo bien. Me enseñó a manejar la espada; era increíblemente amable. Yo, por otro lado, solía ser bastante gruñona.
- Eso no me sorprende - contesté, esbozando una sonrisa, justo antes de que ella, sin poder evitar una risa, me diera un golpe juguetón en el hombro.
- ¡Ah, mira quién viene! - exclamó, dirigiendo su atención hacia el joven que se acercaba.
-Hola de nuevo, hola a la muchacha que una vez conocí y hoy vuelvo a reconocer —dijo él, mirándome con un claro destello de recuerdo en sus ojos.
-Esteban, he recuperado la memoria. ¿Cómo escaparemos de este lugar? Nuestras familias deben de estar mortificadas por nuestra ausencia.
- Shhh- me acalló Sera con un dedo en los labios, ojeando los alrededores con precaución- Alguien podría oírnos-  susurró con una nota de urgencia.
-Tranquila, nadie me ha seguido. Revolviendo entre los archivos que el viejo maestro desaparecido reunió, he dado con el líder...
-¿Hablas de la documentación en el escondite? —pregunté, sorprendida al descubrir su fuente.
-Sí, aquel Sevio, el hombre del bastón... su espíritu está friccionado aquí, en alguna parte —confesó con una mirada reveladora — Y creo saber dónde hallarlo
- ¿cómo no se me ocurrió antes?- añadió Sera
En el refugio nos topamos con un espectro insólito: el del pequeño, fragmento perdido del alma del profesor Servio. Un ectoplasma infantil flotaba con aire inquietante.
-Aquí ninguna criatura de tan corta edad debería merodear, pero este ente nos acecha sin tregua", exclamó Sera, su voz teñida de irritación mientras aun su vista no había alcanzado a verlo
La existencia del fantasma tenía sentido ahora; una parte deliberadamente escindida, probablemente la más vulnerable y estorbosa para el, se desprendió para espiar nuestros movimientos. La silueta del niño se perfila ominosamente en el rincón más remoto de la habitación, opuesto al espejo empañado, sus ojos, cuencas vacías y profundas, son abismos que reclaman el aliento de quien se atreve a sostener su mirada, se marcan venas palpitante al relieve de su piel, sin previo aviso, un líquido espeso y oscuro como la brea inicia su grotesco descenso desde la eternidad de aquellas órbitas, se filtra, lenta y deliberadamente, por las comisuras de sus labios, por las fosas nasales, uniendo su corrupción en una macabra corona de lágrimas negras que gotean y convergen bajo su barbilla en un río de desesperación. Inamovible, insondable, su presencia es un eclipse en la realidad, y entonces sucede, su mirada, aunque carente de ojos, fija en nosotros una atención malévola que hiela el alma. En un parpadeo que desafía el orden natural, el fantasma atraviesa la brecha que separa lo posible de lo impensable y se desliza a través del cuerpo de Esteban. Esteban cae, un títere cuyos hilos han sido cortados abrupta y cruelmente, su conciencia arrebatada por la misteriosa entidad. El súbito colapso resuena con el silencio que se rompe, un recordatorio escalofriante que nada en este lugar sigue las reglas de la realidad y en el aire queda suspendida una pregunta, pesada como la noche misma: ¿Qué oscura voluntad ha dado movimiento a todo este macabro espectáculo?
En ese momento, aquel que recordaba como cachorro, incomprensiblemente ya no lo era, con la estatura y la presencia de un perro plenamente crecido, se abalanzó hacia nosotros, lo observé, paralizada por un momento, mientras mi mente luchaba por conciliar el tierno recuerdo de una pequeña bola de pelos con la imponente realidad que ahora jugueteaba frente a mí
El caos cesó cuando Esteban, recobrando sus sentidos, compartió las visiones que lo habían asaltado al ser traspasado por aquel ser espectral:
-Mi padre estaba al volante de su coche, nosotros compartíamos el asiento trasero con Black, nuestro fiel compañero de cuatro patas que, tras una década y un año de lealtad, había caído enfermo. Nos dirigíamos al veterinario, un viaje que había comenzado como cualquier otro, hasta que el curso de esa tarde dio un vuelco inesperado.
De repente, emergiendo como un espectro de la bruma, una figura se materializó ante nosotros. No era un niño, como mi mente aturdida inicialmente pensó, sino nuestro profesor llevando un traje de boda, tan inusual como imprevisto. Mis manos temblorosas marcaron el número de emergencia mientras miraba a mi padre, cuyos ojos reflejaban una culpa inmediata y profunda. El accidente desató un torrente de acontecimientos que nunca hubiéramos podido anticipar. Black, quien ya mostraba signos de su inminente declive, se revolcaba en una mezcla de confusión y dolor. Mientras tanto, mi padre insistió en acompañar a Servio, así se llamaba el profesor, al médico, siguiéndolo hasta subir al sanitario junto a su bastón, que tenía cierto aire místico, quizás de chamán. En medio de la confusión, aún logramos llevar a Black al veterinario, manteniendo inclusive un hilo de esperanza para nuestro can. Mas, fue el teléfono el que trajera más noticias desoladoras: Servio había quedado paralítico, y mi padre, sumido en un abismo de autorreproche, sucumbió lentamente a la penumbra del alcohol. Amparado en el dolor y la tragedia, Servio alimentó un rencor desmesurado contra mi padre, acusándolo de su destino trágico. Trágicamente, descubrimos más tarde que su intención aquella tarde había sido buscar en la muerte una escapatoria, y que en su intento frustrado, mi padre se había convertido en el blanco de su amargura. Black, murió, poco después del accidente. A su manera, marcando el fin de una era y el comienzo de otra, donde los lazos familiares y las emociones quedaron enterrados en el fango de un trágico suceso.
-Recuerdos empañados de desesperación me envuelven; una época en la que el deseo de abandonar la vida asfixiaba cada amanecer. La depresión enmascaraba la preocupación de los que me rodeaban, convirtiéndome en un ser ensimismado, presa de una tristeza insondable. Estaba consumida por el dolor y no recuerdo por qué, confesé, sintiendo cómo las traicioneras lágrimas brotaban de mis ojos. El recuerdo de Black, nuestro querido hallazgo junto a mi madre, un cachorrito empapado por la lluvia, temblando de frío, refugiándose en el bolso amarillo de mamá. Esa vulnerabilidad, como si fuera un espejo de mi propia infancia- Una pausa ahogó mis palabras: - Estaban... yo... recuerdo algo más. Ese día en el cementerio, cuando fuimos a darle descanso eterno a Black, nuestra vista se cruzó con Servio, postrado en una silla de ruedas, mano tensa sobre lo que parecía un bastón, dijo haber perdonado, pero sus ojos destilaban todavía rencor. Tropezamos entonces con esa escuela abandonada, erigida casi fúnebre entre las tumbas. La promesa de misterios ocultos y magia ancestral nos atrapó, y una curiosidad insaciable nos empujó hacia su umbral...Un arco rojo... y una mesa- musité al reconocer la mesa ante nosotros, similar a la del recuerdo, ornada con papeles inmaculados. Esteban y yo, en un pacto silente, dejamos nuestros anillos sobre su superficie. Todos dejaban un objectos significativos, era como dejar un recuerdo. Descendimos entonces a un submundo donde jóvenes, ``el de las pantuflas gastadas´´... figuras encapuchadas nos recibieron... Hay un símbolo en el suelo, es el mismo que vi cuando llegué a este lugar... sostengo un cuenco verde olivo en manos, los rostros revelados eran los de nuestros maestros, atestiguando cómo los alumnos caían para luego resurgir, transformados por algún ritual ancestral. Servio, empuñando no un bastón sino un báculo, proclamaba: "Beberán del agua, y así, obtendremos poder sobre vuestras almas. Bebed del cuenco y seréis investidos con un poder sin más allá de lo inexplicable. Los estudiantes se erguían renovados, un brillo nuevo en su mirada, e invadidos por una felicidad desconocida. Un impulso irrefrenable nos instó a probar...Bebimos del cuenco, sentí el sonido de cuervos revolotear a mi alrededor, dejando plumas a su paso mientras ambos caíamos al suelo...
Era ya hora de salir de esta eterna pesadilla...
Corrimos hacia el arco que yo recordaba, una tormenta comenzó, empapándonos mientras subíamos los escalones, allí estaba la mesa, también nuestras anillos, los tomamos y nos lo pusimos a la par mientras Sera mostraba una sonrisa y nos  daba las gracias, el cielo se depejó en instantes, vi como su imagen se convertía en flores de cerezo que pronto se desvanecieron en el aire envuelta en un un haz de luz hasta volver recobrar la conciencia. Habíamos vuelto a nuestros cuerpos inertes, solos en la amplia nada, la piel aún testigo del aguacero que empezaba a amainar, la luna llena se recortaba en lo alto, su luz nos daba la bienvenida. Confundida, extendí mis manos hacia ella en un vaivén incierto; mis dedos palpaban el aire, ahí estaban, extrañas extremidades llenas de vida. ``Respiro, sí, mi pecho se eleva. Vivo.´´ Y justo cuando la duda me susurraba ilusiones, a unos metros, Esteban yacía en el suelo. Me arrastré hacia él y alcé su cabeza, la deposité en mi regazo, implorando a sus ojos que se abrieran.
-¡Esteban!- clamé, y fui testigo de su regreso a la conciencia. Nos levantamos y me fundí en un abrazo con él, cuando una figura borrosa surgió entre la bruma, acercándose con lentitud en su silla de ruedas.
-Perdón, jóvenes", comenzó el anciano con voz temblorosa, su bastón temblaba en sus manos como reflejo de su desesperación. - ¿Dónde estamos? No recuerdo quién soy, ni qué hago aquí... Creo que me he perdido... -Las últimas palabras se ahogaron en las lágrimas que las gotas de lluvia lavaban de su rostro.
Esteban respondió con determinación inesperada, tomando el bastón del señor y quebrándolo por la mitad antes de lanzar los fragmentos hacia los matorrales. "Ese bastón nos pertenece".
-¿Recuerda su nombre?- le pregunté, ofreciéndole una mano.
 




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