La niña del barrio rojo

CAPÍTULO 3

 

 

 

 

 

—Inspector, tiene una llamada del comisario Morales.

—Pásemela a la oficina, agente García —pidió Rodrigo mientras estudiaba el dosier que le había entregado la agente Tamayo—. Buenos días, comisario Morales. Usted dirá.

—Rodrigo, me ha llamado la secretaria del juez Alcázar, quiere que en una hora nos presentemos en su despacho.

—¿Qué es lo que quiere? ¿Le ha dicho algo? Es muy raro que tenga tanta prisa en hablar con nosotros, ¿no le parece?

—Solo me ha dicho que no estaba autorizada a dar esa información, así que te espero en la puerta de los juzgados.

—Está bien, jefe, voy para allá —se despidió Rodrigo.

Rodrigo se quedó pensativo unos minutos. «¿Qué querrá el magistrado?». Debía ser importante, porque cuando ellos querían reunirse con algún juez, casi había que pedir audiencia.

Cerró el dosier, olvidando por dónde se había quedado, descolgó el teléfono de su despacho y marcó el número interno que comunicaba directamente con la mesa del agente Sierra.

—Sierra, cuando puedas, ven a mi despacho, por favor.

A Rodrigo no le dio tiempo a colgar el auricular en la base del teléfono cuando su amigo llamó a la puerta y, sin esperar respuesta, entró.

—Usted dirá, jefe —saludó llevándose la palma de la mano a la frente y clavando el talón al suelo.

Rodrigo no recordaba cuándo fue la última vez que vio a su amigo entrar en su despacho sin hacer la estupidez esa del saludo militar.

—Anda, payasito, descansa —le pidió Rodrigo sin poder reprimir una media sonrisa. «Este amigo mío cumplirá con su palabra, aunque le corten los brazos», pensó divertido.

David sonrió socarrón, elevando una de sus rubias cejas un par de centímetros de su lugar de origen.

—Te prometí hace dos años que si el puesto de inspector era tuyo, me verías todos los días saludarte así. Es lo que tienen las apuestas entre borrachos. —Hizo un sonido hueco con su lengua—. Así el próximo día dudas menos de tus aptitudes, camarada. —Tomó asiento.

—Ahora mismo me estoy arrepintiendo de haberme emborrachado a tu lado y de haber largado más de la cuenta —bromeó Rodrigo.

David levantó los hombros y puso un gesto que sin duda decía: «¡Ah! ¡Se siente!».

—Y bien, ¿qué necesita mi queridísimo jefe?

Rodrigo negó con un movimiento de cabeza fingiendo una resignación que no sentía.

—¿Sabemos algo de los sospechosos? ¿Ha habido algún cambio?

—Por el momento, todo sigue igual. Tamayo y yo estábamos a punto de hacerle una visita a Irina Petrov. Según los compañeros, no sale del hospital. Parece que echa más horas que el rey.

El gesto en su superior le hizo saber que debía dejar las bromas de lado.

—Enseñadle una foto de Konstantin. —David asintió—. Me ha llamado el comisario. El juez Alcázar quiere que nos reunamos en su despacho en una hora, así que imagino que pasaré prácticamente toda la mañana fuera. Si ocurre algo relevante que no pueda esperar, me llamas.

—Por supuesto, jefe.

 

 

Rodrigo, junto al comisario Morales, escuchaba con atención el relato que el magistrado les estaba explicando sobre un caso que estaba juzgando y el cual se le estaba complicando porque uno de los acusados tenía información con la que poder negociar su condena. Básicamente, la trama estaba clara: políticos corruptos les adjudicaban edificios oficiales a importantes empresas promotoras para realizar grandes eventos en fechas señaladas, sin necesidad de pasar por un concurso público. Como era de esperar, esos políticos no lo hacían por amor al arte, sino por adquirir suculentas tajadas económicas que hinchaban sus cuentas bancarias. Aunque ahí no quedaba la cosa. Esos distinguidos empresarios, de manera encubierta, reaparecían en aquellas fiestas comercializando con cocaína. Otro gran negocio ilegítimo que les acarreaba más ganancias si cabía.

Hasta ahí la cosa estaba clara, aunque Rodrigo y el comisario Morales no lograban hilar los casos que ellos estaban investigando con el que les hablaba el juez Alcázar con tanto ímpetu.

—Perdone, señor Alcázar —lo interrumpió el comisario—. Ese acusado al que se refiere, ¿qué tipo de información puede tener sobre el caso que lleva el inspector Torres? Con esto quiero decir que no encuentro ningún punto de unión entre un caso de tráfico de drogas con el de las desapariciones.

—Este hombre dice que tiene información de uno de los desaparecidos —concretó con amargo rictus.

Rodrigo tensó la mandíbula por la noticia, aunque esperó paciente a ver adónde llegaba la conversación que estaba manteniendo su superior.

—¡Eso es estupendo! —añadió el comisario demasiado entusiasta. Algo que molestó aún más al juez.

—No se haga ilusiones, comisario. Esto parece más una artimaña de un suspicaz abogado que quiere demorar el proceso y marcarse un par de puntos con su cliente a costa de mejorar su condena que una feliz realidad —auguró—. Pondría la mano en el fuego a que nos hace perder el tiempo. Estos abogaduchos se las saben todas.

—¿Cuándo será la reunión? —preguntó un inalterable Rodrigo.

—Será en dos días, aquí mismo, en mi despacho. Aunque tengo que decirles que no sé si aceptaremos ese acuerdo, señores. Este hombre está pidiendo demasiado y dudo de que la información que nos facilite tenga tanto valor como para que aceptemos sus exigencias. —El juez Alcázar puso una expresión tan recelosa que Rodrigo miró a su jefe pidiéndole permiso para que le dejara hablar, aunque el comisario lo censuró de manera sutil, abriendo los ojos deliberadamente sin que su señoría lo viera.

—¿Y si no es así y tiene pruebas? Entiendo sus dudas, magistrado, pero el caso Bóxer es un caso complicado. Con esto no quiero decir que sea más importante que el proceso que está usted juzgando —aclaró el comisario Morales—, pero esta organización tiene todo muy bien atado y el inspector Torres está intentando desmantelarla, sin embargo, tiene muy pocos hilos de donde tirar. Cada vez que encuentra una pista fiable y cree que el hilo esta tenso, se rompe y tiene que volver a buscar el ovillo —comparó con acierto.



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En el texto hay: romance, suspense

Editado: 26.11.2020

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