La niña del barrio rojo

CAPÍTULO 32

 

 

 

 

 

Conectó su teléfono móvil al ordenador y descargó el audio que acababa de enviarle Chandani.

Para poder apreciar cada detalle y escuchar con claridad esa grabación, David necesitaba usar filtros que limpiasen los sonidos de fondo de la pista de audio. Cada fragmento y escena serían de gran ayuda para poder desarticular esa organización criminal.

Accionó el play y la conversación tensa de dos mujeres comenzó. A medida que los segundos pasaban, Chandani iba ganándose la confianza de Irina. Qué sencillo lo había hecho la novia de Rodrigo, iba a ser verdad que ser psicóloga ayudaba. Qué irónico resultaba todo, ¿no? A la policía, que eran los que podían ayudarla, no le decía ni pío y a una desconocida le contaba su vida en verso. Al final de la grabación, parecían dos amigas echándose un cable la una a la otra. Irina guiaba y Chandani exculpaba.

Gracias a ese audio, la joven se había salido con la suya. Esperaba que tuviera cuidado y fuese prudente, si no, tendría muchos problemas con su amigo cuando todo terminara. Aunque no había descuidado del todo su seguridad, sus compañeros seguían en las inmediaciones del hospital. Si sucedía cualquier cosa, se presentarían en pocos segundos allí dentro.

No tardaron en llegarle nuevos ficheros con imágenes al teléfono móvil. El primero que abrió fue el del último hombre desaparecido en el descampado. Cerró la fotografía y abrió el siguiente archivo.

Cuando vio a Rodrigo, respiró tranquilo. Su amigo, el que consideraba como su hermano, estaba vivo. Chandani había cumplido con su palabra, lo había encontrado. ¿Qué no se podía conseguir cuando se estaba enamorado?

La siguiente fotografía que precedía a la de Rodrigo era de lo que le estaban administrando. Abrió el correo y se la envió a la doctora Helena Echeverría, ella no haría demasiadas preguntas y sería más rápida que si tuviera que buscar él en la web de qué se trataba.

Relajó su espalda al apoyarla en la silla y se dijo que había llegado el momento de comunicarse con el comisario. Debían informar al juez Alcázar para que autorizase una orden de registro para sacar a Rodrigo de allí.

Cogió el teléfono, decidido a marcar el número de su superior, pero un nuevo mensaje de Chandani hizo que lo dejara para más tarde. Abrió la imagen y la oscuridad y lo mal tomadas que estaban le impedían diferenciarlas bien, así que las cargó de inmediato en el programa para optimizar las imágenes.

Estaban movidas, oscuras y descuadradas, pero, a los pocos segundos, David conseguiría que los rostros se volvieran reconocibles. Era algo sencillo que no le costaría hacer.

Al primero que consiguió ponerle identidad fue al de Konstantin. Ese porte ya le había dado alguna pista de quién era, pero debía confirmarlo.

Después, prestó interés en Ranjit. El muy cabrón iba vestido de punta en blanco. Un traje de los caros estaba a la altura del hombre con el que hablaba. Arantxa había hecho un buen trabajo con sus compañeros de la CGI. Era el terrorista sirio Mohamed Abaid, el jefe de los yihadistas.

La otra persona estaba más alejada y, debido a ello, el programa no había conseguido mostrar su rostro con tanta claridad como hizo con el de los otros tres tipos.

David cortó la imagen del individuo y volvió a cargarla en el programa como si fuera un documento nuevo. Pulsó aquí y allí en los comandos del programa y, como si hiciera magia, el rostro de Arantxa apareció algo deformado, pero inconfundible para él.

La verdad de que la mujer que amaba estaba colaborando con esa organización criminal le explotó en la cara. Se tiró del pelo de manera inconsciente y gruñó de dolor alejándose de la fotografía que le hacía perder el juicio.

La muy falsa los había engañado a todos. A Rodrigo, al comisario, al juez, a todo el cuerpo de la Policía Judicial, pero, sobre todo, a él. Fue un estúpido, un gilipollas que pensó que podría conseguir que esa mujer lo amara tanto como él la quería. Pero ¿por qué? ¿Qué necesidad tenía ella de tirar por la borda su carrera profesional? Algo no encajaba, aunque esas fotografías fueran tan concluyentes como su placa.

Descargó la rabia barriendo con sus brazos la mesa donde estaba trabajando. Los monitores, teclados y todos los documentos cayeron al suelo formando un gran estruendo y esparciéndose por toda la sala como si fuera una alfombra multicolor. Su amado portátil MacBook Pro pendía en el aire por el cable que estaba enchufado a la luz y que se había enredado con el resto de ellos.

 

 

No supo en qué momento la solución le vino a la cabeza, pero era lo único que podía hacer para sacar a Rodrigo de allí. Sabía que el inspector la encontraría, conocía su perseverancia y cuánto la amaba, eso sería suficiente para que no se rindiera hasta que no diera con ella. Además, cuando David le dijera que se había intercambiado por él, nada ni nadie conseguiría detenerlo. La cuestión era si la encontraría a tiempo antes de que esos tipos acabasen con su vida. Esperaba que sí.

Chandani estaba tan asustada que no sabía si sería capaz de llamar a Konstantin y simular la suficiente entereza como para llevar las riendas de la conversación. No lo conocía, no sabía las tretas que podría usar ese hombre para que ella dejara de establecer las reglas.

Cuando la joven le explicó a David su plan, lo primero que le pareció fue una locura, un suicidio, tal como lo llamó cuando hablaron. Pero… ¿qué otra opción tenía? Si la querían a ella, era lo único que podría persuadir a ese hombre para que lo soltaran.

Dudaba de que David se hubiera enterado de lo que tenía que hacer porque estaba tan histérico que prácticamente no la dejó hablar.

Debía llamar a esos dos policías que la habían custodiado y enviarlos al hospital publicó más cercano de donde estaban. Chandani le pediría a Konstantin que dejaran a Rodrigo allí. Esos agentes serían los encargados de verificar que estaba a salvo. Solo y después de que le dijeran que era libre y estaba bien, ella se entregaría.



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En el texto hay: romance, suspense

Editado: 26.11.2020

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