La niña sagrada

MUDANZA

“Una inocente dama sigue en guarda, el Dios del infierno sigue con calma, y dos niños se saludan sin saber que un gran futuro de piedras les espera, el ocaso de un planeta se presenta, el mal protege a su enemigo y confía en que forja su propio destino.”

LUGAR: Japón, planeta Tierra

FECHA: 26 - Diciembre - 1994

“Un anochecer en medio del bosque. Rodeada de árboles frondosos sin color… Unos pasos responden a su llamado…

—¿Takeo? ¿Papá? —Piensa, y voltea esperanzada para ver.

Una figura inmensa y peluda se abalanza sobre su persona, gruñendo enfurecida. Gritar de pánico es su única reacción, quizás incluso se orinó los pantalones sin darse cuenta.

Sus ojos se fijaron en la mancha blanca que, chocando con la bestia, le dejó espacio para correr, y así lo hizo, llamando a su padre en la desesperación. En el camino ve semi inconsciente al cachorro que le ha defendido recién.

Llena de culpa la cobija en sus brazos, y antes de darse cuenta de que ha corrido en círculos siente la agitada respiración del monstruo, quizás un perro gigante, quizás una bestia de las cavernas… Los enrojecidos ojos del enemigo fueron todo lo que vio antes de esconder su rostro en el pelaje del cachorro.

—¡¡PAPÁ!!

Un golpe seco. Dos fuerzas estrellándose, un gruñir lejano y el sonido de los matorrales.”

—Hisa, despierta. Despierta, Hisa.

Al abrir los ojos, se encuentra con la mirada rojo ámbar de su hermana Yuu, quien la observa con profundidad.

—Hisa, Hisa, despierta. ¡¡Despierta!! —insiste la pequeña de cuatro años antes de saltar junto al borde de la cama haciendo bailar sus lisos y negros cabellos.

—Ya, cállate. —Pide, tomando aire para calmar el fuerte latir de su corazón.

—¿Te sientes bien?

—Sí…

—Mamá dice que te levantes.

—Pero... —Hisae gira y observa su velador, donde encuentra aquel reloj de rana que marca la cinco de la mañana—. Tan temprano.

Cantando, Yuu se aleja por el pasillo dejando a su hermana sorprendida, pues no entiende cómo puede estar tan alegre. Por su parte… una vez más ha tenido esa pesadilla. No, no es una pesadilla, en realidad es un recuerdo que la atormenta algunas noches.

El cuarto hoy se ve más vacío que de costumbre; los muebles se han vendido y las cosas importantes están en maletas hace varias horas atrás. En la cama vecina se encuentra durmiendo su mellizo, al que mira con reproche mientras peina sus oscuros cabellos con el cepillo de gato que toma de la cómoda, único mueble que sigue en la habitación. Eso, antes de acercarse al niño y con un golpe del almohadón despertarlo abruptamente.

—Aggghh. ¿Qué pasa? —Se sienta asustado y la mira atontado—. Ah... ¿Sigues enojada, Hisa?

—Claro que sí. No sé por qué están contentos con el viaje.

—No es tan horrible. Sería peor quedarse en casa y que mamá y papá vayan solos —explica Oni y se sienta junto a su hermana sobre la cama.

Haciendo puchero, Hisae ve a Estrella ingresar trotando al cuarto y apoyar su hocico sobre sus piernas. Ella acaricia entristecida el blanco pelaje al tiempo que Oni suspira resignado antes de ponerse en pie.

—Pero... extrañaré a mis amigos y a los abuelos —se queja, agradecida de que su padre hiciera esos tediosos y necesarios trámites para trasladar a un animal de un país a otro, considerando que es bastante alto para su edad y tiene un abundante pelaje en el cuello.

—Me tienes a mí, Hisa, no necesitas nada más —sonríe, tomándole las manos para que se pare también.

—No es lo mismo, tú eres mi hermano.

—Exacto, ¡es mucho mejor!

La sonrisa contagiosa de Oni cambia su semblante por algunos minutos, haciendo que vestirse y ordenar su mochila con aquellas cosas imposibles de abandonar en Japón no sea una tarea difícil.

***

Hace varias semanas que decidieron aquella mudanza que la tiene tan deprimida, pero Hisae entiende que es imposible evitarla. Liliana, su madre, ha recibido una buena oferta de trabajo en una clínica de prestigio ubicada en un tranquilo pueblo de Chile, oferta que esperaba hace meses, ya que es hija única de una pareja de aquel país, y desea que sus ancianos padres puedan disfrutar más de sus tres nietos; especialmente ahora que su padre ha comenzado a enfermarse.

Luego de bañarse y vestirse, baja las escaleras con su mochila al hombro y el ceño fruncido. En el comedor se encuentra la abuela tarareando mientras coloca sobre la mesa dos pocillos con arroz blanco listos para servir y una olla con miso. Al verla, hace una sutil reverencia por saludo.

—Querida, estar con el ceño fruncido arruinará tu rostro —su abuela le ofrece servirse pescado, pero la niña suspira apenada sin aceptar nada—. No puedes demorar mucho, en un rato más llegará tu tío para acompañarlos al aeropuerto.

—Hoy soñé con Estrella y el monstruo del bosque.

—No debes seguir temiéndole al bosque, pequeña, esas son ilusiones de tu creativa mente.

—No es invento, lo recuerdo bien. Y creo que soñarlo hoy es una señal de que no debemos irnos a otra casa. ¿Me podría quedar a vivir contigo? —Pregunta, con sus ojos castaños brillando de pena luego de una cucharada de la sopa que le han servido.




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