La niña sagrada

4.-LA BIBLIOTECA MÁS ANTIGUA

Hisae detiene sus pasos en medio del bosque, con el corazón acelerado y su respiración agitada, antes de retomar el paso y caminar sin rumbo alguno hasta llegar a las orillas de un riachuelo donde se lava el rostro y se observa con detenimiento. “Qué miedo”, piensa antes de observar el paisaje.

—Aunque estar aquí… también da miedo. —murmura en voz baja y temblorosa, antes de abrazarse a sí misma y caminar un poco por las orillas del riachuelo, tiritando, pero no de frío.

—¿Qué hace una pequeña niña como tú por estos lugares tan peligrosos? —La voz acogedora del anciano director del colegio la toma por sorpresa, logrando hacerla saltar y gritar al mismo tiempo.

—¿Señor director?

—Disculpa, no tenía intención de asustarte. —Ríe a carcajadas, mas no termina la frase cuando la niña cubre su rostro y comienza a llorar.

—¡Qué bueno que está aquí! —Exclama aliviada entre lágrimas.

—¿Emilia, no te estabas quedando con el joven Gabriel? —Hisae cuenta con rapidez todo lo ocurrido, desde que saltó por la ventana del colegio hasta el instante que viven ahora junto al río—. Entiendo, tranquila. Puedes quedarte conmigo esta noche —dice, rodeándola con sus brazos cual abuelo protector—. Pero mañana debes disculparte con la madre de Gabriel, seguro ahora está muy preocupada.

—Sí, señor. No sabía qué hacer. Quiero ir a mi casa. —Insiste con un puchero en sus labios.

—Hablaremos de eso en un lugar más seguro.

Para sorpresa de Hisae, la esposa del director les espera con el té servido en la mesa y una gran sonrisa de bienvenida.

—Así que tú eres la razón por la que mi marido salió tan apurado —comenta la mujer al verla cruzar el living y la invita a sentarse.

Con la sorpresa plasmada en su rostro, Hisae interroga a su anfitriona: ¿Acaso sabía que vendría?

—Un pajarito me dijo que te encontraría entre los árboles —explica el hombre con mirada brillante, mientras se dirige hacia un cuarto cercano.

—¿Pero, cómo lo supo? —Insiste ella, acercándose a la mujer.

—Teodoro es muy hábil, de los pocos que pueden leer correctamente la suerte, querida —contesta orgullosa la esposa antes de consultar su nombre.

Mientras el director escribe una nota para la madre de Gabriel, indicando que la niña se encuentra en su casa y no volverá esa noche, Hisae sigue conversando con la mujer que le ofrece pastelillos y una buena compañía.

Ven y siéntate con nosotros a comer.

—Sí, señora. Muchas gracias. —Obediente, Hisa se sienta a la mesa y confundida observa el servicio sobre la mesa.

—¿Todo bien? —La mujer acomoda su rojizo cabello tras la oreja, pero sonríe al ver que la niña niega y toma un panecillo para posar en su plato.

El servicio si bien no es como los orientales que acostumbra a ver Hisae, se parece un poco a los que usa su madre, metálico y con dientes, no tres ni cuatro, pero se asemeja a un tridente, mientras que uno más alargado tiene un círculo de color que supone es la cuchara. La cena en sí fue tranquila y agradable, más tarde el matrimonio prepara un cuarto para que duerma. La mujer, que ya ha sido madre antes, la trató con delicadeza y ternura logrando hacerla dormir tranquila, para el día siguiente enfrentar la mañana en ese mundo tan diferente al suyo.

***

Al día siguiente, el sonido del reloj la despierta bastante temprano, y dándose algunas vueltas por la casa de piedra nota que, a pesar de ser humilde, es más amplia que la de Alcides. Observando los diversos cuadros colgados, también puede adivinar quienes son el resto de los integrantes en la familia del director. Todo antes de pensar en que debe volver a su mundo ese día, sin embargo, en el camino, el hombre intenta convencerla de quedarse un poco más.

—No será malo que conozcas un poco como es estar en una escuela con varitas —dijo logrando llamar su atención.

—Mmm suena divertido, pero extraño a mi madre.

—Lo sé, pero siempre es útil aprender un poco de las experiencias que se nos presentan.

—Está bien, solamente unas clases, ¿verdad?

—Sí, pasa por mi oficina. Quiero darte un obsequio.

—Sí, lo recordaré.

Ubicada en el aula correspondiente, Hisae repara por primera vez en un hecho importante: dentro de su memoria se ve a sí misma caer en el caldero y cómo al mojarse, rápidamente las ropas le flotaron y que no podía afirmarse, en cómo salió del mismo costosamente. Y, por último, recuerda que al volver a su forma natural no recuperó sus ropajes ni nada parecido. Lo único que llevaba con ella era el collar de la piedra dorada, el collar… nada más, ¿y la llave?

—¿La llave? —Se pregunta tornando su rostro de un color tan pálido, que a sus compañeros de clases preocupa.

—¿Te encuentras bien? —Consulta la chica sentada a su lado.

Que por cierto posee un cabello verde tan rizado y abultado que podría incluso usarse para rellenar un almohadón.

—Sí, sí. gracias… —responde estática, mirando el pequeño caldero de la clase frente a ella y sus ojos se cristalizan al pensar que sin esa llave no puede viajar y pierde su posibilidad de regresar a casa.




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