Cuando ya analizaban la opción de huir, el hombre comienza a toser con la garganta seca y se despierta. Suspiran aliviados una vez más.
Poco después, Gabriel, Alcides y la coneja se encuentran en la biblioteca de la escuela, frente al anciano, que ya despierto bebe tranquilamente su taza de café (es claro que el chico había errado completamente en su teoría de que el maestro había muerto por vetustez). Mientras, Gabriel intenta descubrir el lugar de donde proviene la coneja, y para este efecto llena de preguntas a la pequeña, quien nada puede responder.
—Gabriel, por si no lo sabes: los conejos no hablan —dice Alcides, observando críticamente a su amigo, quien por respuesta busca un lápiz y una hoja—. Tampoco escriben —agrega.
—Uf… al menos lo intento, tú ni siquiera le hablas, ni que fuera tu mascota.
—No es eso, simplemente no sé cómo comunicarme con Emilia —se defiende ante la crítica.
—Ya, ya… no discutan tanto… que no me dejan pensar —reclama el anciano parándose lentamente de su puesto, el cual cruje como si tuviera tantos años como él. Caminando hasta el librero empieza a sacar algunos tomos sobre transformaciones, mutaciones, intercambios y especias—. A ver… deja tomar a la chiquilla —dice, estirando sus viejos brazos.
Alcides afirma y toma a la pequeña, luego ambos niños observan cómo el anciano la revisa con delicadeza murmurando para sí, entonces, luego de mirar y felicitar al niño por su grandioso acierto con la pócima creada, pregunta si aún tiene la receta para su embrujo.
—Sí, claro una de un nuevo libro de la Sra. Marta. Quería practicar para la clase de pociones.
—Ve y tráelo rápido. Quizás tenga un antídoto en el mismo libro. —El chico asiente y corre en busca de lo pedido, mientras el maestro balbucea sobre lo necesario que es saber lo que has hecho mal para poder deshacerlo.
***
—Ahora que Alcides se ha ido, podremos conversar —sonríe Gabriel enfocando su púrpura mirada en la pequeña, quien resignada da un bufido, preguntándose cuándo se aburrirá el chico de intentar comunicarse.
A diferencia de Alcides, Gabriel posee una cabellera de abundantes risos grises y un rostro redondo con labios delgados que la hacen recordar a las muñecas peponas que tienen Yuu y ella, provocándole una risilla que se oculta por su rostro de coneja, lo cual es una suerte porque también suele parecerle gracioso cuando habla mucho y se destaca esa acentuación tan diferente a las que ha oído.
—Hey, Profesor, ¿no tiene usted un mapa que me facilite? —consulta él, y con el mapa en mano le indica a Hisae dónde se encuentra.
Ante esto la pequeña solo se sorprende de lo grande que es Urinia y lo distinto que se ve de su mundo de origen, y es obvio que hay un problema… ¿Cómo decirles a los jóvenes que ella no pertenece a ningún lugar del atlas? Primero debe saber que no la meterán en un manicomio por ello… Quizás… si les miente no le harán daño.
Hisae ha visto a Oni mentir muchas veces en su vida, sin embargo, ella jamás ha tenido la necesidad de hacerlo. ¿Acaso le será tan fácil mentir como a Oni? ¿Acaso mentir no está mal? Pero si les dice la verdad, ¿quién puede asegurar que le creerán, que no la tratarán de loca y la dejan de conejo? Lo más seguro en aquel momento es intentar mentir y luego, si son buenas personas, les diría la verdad, ya que aún los necesita para volver a casa. Y después de todo, le ha funcionado al decir que su loba es una perra, ¿no?
—¿Y, Emilia, dónde queda tu casa? —Insiste Gabriel. Hisae salta sobre el mapa e indica un pueblo cualquiera, fijándose que quede lo más lejos posible de aquel en el que están actualmente. — ¿Qué? En serio eres de allí —consulta sorprendido, y ella solo afirma temerosa de que la hayan descubierto—. ¡Vaya! Con razón caías del cielo ¿no? Seguro que tu escoba se ha estropeado. ¡Eres de Maicena! Esa ciudad es la casa de las escobas. Nunca he ido, pero eso dicen.
En otro lugar
Alcides abrió la puerta de su casa. La mujer dormía en su recámara, por lo que no percibió la llegada del chico, quien rápidamente subió las escaleras saltando los escalones de dos en dos. Entró a su dormitorio y sacó un baúl de abajo de su cama, lo abrió y metió la mano hasta el fondo; entonces, entre papeles, sombreros y frascos saca un libro con páginas amarillas bastante usado. Lo mete dentro de su bolsa y antes de salir corriendo, se devuelve para buscar entre los cajones de su cómoda unas prendas de ropa que guarda junto al libro para irse, siempre procurando no golpear las puertas para así no despertar a Marta de su placentera siesta.
En los momentos que Alcides corre para llegar a su escuela, Gabriel intenta conseguir que la pequeña “Emilia” cuente más de su vida, pero ella solo dedica a observar la habitación y divagar viendo cómo el abuelo revisa algunos viejos libros. En sus pensamientos está la incertidumbre de “Por qué” no logra volver a su figura humana con la piedra mágica que ha obtenido de esos pequeños duendes verdes. Por eso intenta rememorar lo vivido el día anterior...
“…El abuelo muica se encontraba de pie sobre un libro que le quedaba muy grande para su tamaño, sin embargo, para la pequeña Hisae era como un gran libro. El hombre hablaba en su idioma y el jovencito de pie en el piso traducía todo lo que el anciano hombre explicaba.
—Ponga atención, niña sagrada, esto es importante que lo comprenda bien —Decía su traductor.