En los terrenos exteriores de la escuela
El joven la observa fijamente a través de la ventana.
—¿Por qué te ensañas tanto con ella? —Pregunta su acompañante y agrega—. Tan solo es una niña.
—No es eso. Conozco su pendiente, ella no es de este mundo —le explica.
— ¿Hablas en serio? Pero porqué vendría una chica sola a este lugar.
—No lo sé, quizás viene por lo mismo que nosotros, o quizás no, pero ese colgante no es de este mundo.
—Sin embargo, la pregunta es la misma. ¿Por qué estamos pegados a ella? Podemos seguir nuestro camino sin ese colgante.
—Quizás, pero si es mágico como creo. Nos haría las cosas más fáciles.
—Yo creo que traes otra razón.
—¿De qué hablas?
—No, de nada.
Él está sentado en la copa de un verde y abultado árbol junto a la lechuza Zulla. Las calles no están muy repletas por ser la zona de escuela y estar todos los niños en clase. El joven parece anonadado mirando a Hisae hasta que sus miradas se encuentran, se desestabiliza por la sorpresa y…
Una mancha blanca parece irse contra el piso entre los árboles, ¿qué será? Tal vez un demonio, una señal, nada o quizás el chico que le quería robar la noche anterior, pero ella siente un fuerte deseo por ir a investigar. ¡Curiosidad al ataque!
“Sabía que algo me miraba”, piensa para sí mientras atolondradamente se levanta, haciendo más ruido que un circo de gallinas, y a tropezones da de frente con el profesor sin saber qué inventar. “¡Piensa en algo!”, se urge a sí misma.
—¿Necesita algo? —Pregunta lógicamente el maestro.
—Salir —se sincera.
—Eso creo que lo notamos todos —aclara el adulto indicando a los jóvenes que ríen por lo bajo. — Sin embargo, espero una respuesta que merezca darle en el gusto.
—Yo… necesito ir al baño —dice poniendo cara de afligida, ya que lo desesperada se le nota a una legua—. Es que... —dice y finge una arcada— me siento mal del estómago, señor.
El maestro prefiere dejarla ir porque es nueva, con la promesa de apresurarse. Y ella, como es de suponer, lejos de ir a un baño corre por los pasillos buscando una ventana que le permita ver hacia donde miraba en la clase. En ese mismo instante la campana del receso se escucha en todo el edificio y la muchedumbre abarrota los pasillos dificultando su cometido.
Entre la multitud, Alcides y su camarada se acercan a la joven, con una gran sonrisa y alzando el brazo para intentar ser vistos por ella. No obstante, curiosos al notarla distraída, apresuran sus pasos para tener el gusto de verla brincar por la ventana más cercana.
—¿Esa es Emilia? —Consulta Gabriel, espantado.
—Sí, ¿por qué? —Alcides, más pendiente de la razón que tendría para saltar, responde con calma.
—¿Es que no estamos en un quinto piso?
—¡Santo cielo!
Los jóvenes escuchan los sonidos de las hojas al chocar a la jovencita y cómo las ramas se rompen con la caída, y es claro que no son los únicos en querer ver el espectáculo, por lo que apenas consiguen espacio entre las piedras que son la ventana.
—Alcides, debemos investigarla. Esto es prueba neta de que ella está loca de remate —sentencia Gabriel espantado, observando por el marco de la ventana. Siempre con intención de saber dónde se ha afirmado para no dar contra el piso.
–Sí. No puedo negar que tirarse de esta altura como si fuera la puerta del patio, es raro.
***
Por su parte, el chico misterioso intenta ubicar a Hisae por la misma ventana de nuevo, razón por la cual solamente Zulla tiene el placer de observar cuando la niña se percata de lo atolondrado de su plan.
—¡Cuándo diantres llegué tan alto! —se pregunta Hisa, en tanto gritan sus venas, alzando los brazos y sin saber qué hacer, afortunadamente aún en un tercer piso alcanza la rama de algún árbol. Rama de la que se balancea un poco, hasta que se rompe dando ocasión de afirmarse de alguna que no la rasguñase como las demás, y allí, a más de dos metros del piso, quedó colgando.
***
Los muros del colegio son altísimos, rocas oscuras de antigüedad lo levantan y frondosos árboles los rodean. Bajo las copas, el joven corre casi tan rápido como vuela la lechuza a su lado. Solo ellos ven cómo se balancea la niña intentando hacer que sus pies lleguen al tronco, o al menos a una rama, pero no puede manejar muy bien aquel cuerpo delgado y pequeño (aunque para ella no sea tan pequeño). La rama que la sostiene amenaza con romperse, y es que no es muy dura.
Habiendo llegado a las raíces de aquel roble, el joven grita pidiendo que se suelte y la respuesta que obtiene no es ni parecida a lo que pensaba.
—¡No estoy loca como para lanzarme, tonto! —Reclama ella, aun intentando llegar al tronco.
—¡Yo la sostengo! —A estas palabras la joven mira a su héroe y sorprendida le pregunta qué hace allí—. Estoy intentando salvarle los huesos. Venga, yo la afirmo —insistente, él sigue esperando que le hagan caso.
—No pienso hacerlo, eres muy flacucho.