La Niñera de las hijas del Ceo: Arthur Zaens

Capitulo 9

Lía

Estaba tan nerviosa que no pude evitar morderme el labio. Todo a mi alrededor irradiaba lujo y sofisticación. Frente a mí se extendía una mansión, con una arquitectura impresionante. Era tan elegante que no sabía qué palabra usar para describirla ¿exótica, opulenta? Cuando llegamos al jardín, me di cuenta de que la entrada estaba decorada con mármol y marfil, todo en perfecto orden y deslumbrante.

—¿Estás bien?—me preguntó Adriano, sacando de mi asombro, él me mira con una sonrisa tranquila en el rostro. Solté un suspiro, intentando calmarme.

—Un poco nerviosa—, respondí mientras miraba a mi alrededor. —Solo espero que todo salga bien aquí. ¿Crees que tendré que usar delantal?—, le pregunté, tratando de aliviar la tensión con algo de humor.

Él se rió suavemente. —No lo creo.

En ese momento, el mayordomo abrió la puerta y nos indicó que pasáramos. El interior no era menos impresionante. Entramos en un inmenso salón y no podía dejar de admirar cada detalle. Había un enorme cuadro de un hombre junto a dos niñas rubias, eran pinturas de la mejor calidad. Esta otro con un joven y a su lado, retrato mostraba a una mujer mayor junto a un señor, y luego una imagen más, donde dos hombres aparecían casi idénticos. Me detuve un segundo, confundida.

—Él es el señor que mencionas, ¿verdad?—, le pregunté a Adriano, señalando el cuadro.

—Sí, y el otro es su hermano gemelo. Se llama Enzo— respondió mi amigo, mirándome de reojo. —No son muy parecidos, pero sí, son gemelos.

Solté un silbido, impresionada, y continué observando el cuadro. Algo en ese hombre me resultaba extrañamente familiar, pero no podía ubicar de dónde. ¿Dónde lo había visto antes? No solía cruzarme con personas tan adineradas, así que mi mente intentaba recordar alguna pista.

—El señor llegará en un momento—, anunció el mayordomo, rompiendo mis pensamientos. Sentí un nudo en el estómago, y justo entonces, el hombre del retrato apareció ante nosotros. Se acercaba con pasos firmes, y a medida que se aproximaba, mis nervios crecían. Había algo en su rostro que encendía una alarma en mi memoria. ¡Lo reconocí! Era él... el mismo hombre que había conocido en el bar aquella noche, al que, en un arrebato de frustración, le dije que se fuera al diablo. Tragué saliva, bajé la cabeza y cerré los ojos con fuerza, tratando de mantener la calma.

—¿Esta es la niñera? ¿Tu amiga?—, preguntó el hombre, con un tono que no me gustó nada.

—Sí, ¿cuál es el problema?— respondió Adriano cruzando los brazos.

Arthur negó con la cabeza y soltó un chasquido con los labios, antes de mirarme fijamente. —¿Por qué no levantas la cabeza, señorita?—, me dijo con un sarcasmo evidente.

Me obligué a levantar la cabeza, enfrentando su mirada.

—Hola, mucho gusto, soy Lía Evans— mencioné manteniendo la compostura, aunque mi interior hervía.

—Y yo soy el rey de Inglaterra—, respondió él, con el mismo sarcasmo punzante. Apreté los puños, sintiendo cómo la ira comenzaba a subir. ¿Qué se traía este tipo conmigo?

El tal Arthur sonrió con desdén.

—Arthur y eso— preguntó Adriano sorprendido por la actitud déspota del tipejo.

—Esta chica me habló de muy mala manera hace unos meses. Me trató como si no tuviera ni un mínimo de educación.

En ese instante, lo recordé todo con claridad, y por dentro, quise estamparle una bofetada, pero me contuve. Había algo más profundo en esta situación, y claramente, no había terminado

—¡Oh, no lo sabía! ¿De verdad Lia conoce a Arthur Sáenz?—. Bajé la cabeza, sintiendo el impulso de salir corriendo.

—Aquí no lo conozco, fue una simple casualidad, además, ese día él fue quien no se fijo al caminar —mencione apretando los dientes.

Idiota, ya se ha ganado mi odio.

Mi amigo interrumpió mis pensamientos, frunciendo el ceño y apretando los dientes.

—Lía, te estoy hablando. Compórtate—me dijo con voz firme.

—Disculpa, estuve muy mal—contesté.

—Sí, pero aunque estuvieras mal, no te da derecho a hablarme así—replicó él.

—¡Pero tú me hablaste mal primero!—protesté—. ¿Por qué no aceptas que fue tu culpa?

Él me miró con seriedad mientras yo hacía un puchero, sintiéndome completamente fuera de lugar.

—Creo que mejor me retiro—dije, sintiendo que lo mejor era marcharme.

—Espera—intervino mi amigo—. Arthur, te traje a esta chica porque no vas a encontrar a alguien mejor para educar a tus hijas y cuidarlas.

—Le daré una prueba primero, vamos a hablar—respondió Arthur.

—Creo que mejor me voy...—murmuré, intentando excusarme.

—No, Lía. No te vas a ir—Está vez hablo el ogro deteniéndome con una sonrisa—. Ya entraste a mi mansión, así que vas a empezar a trabajar ahora.

—¿Qué? ¿Cómo que ahora?—pregunté sorprendida—. Mire, la verdad, siento que usted y yo no nos vamos a llevar bien. Ya tengo un mal presentimiento.

Arthur soltó una risa suave, mostrando una sonrisa que, aunque hermosa, me ponía nerviosa.

—¿Me escuchaste bien? Vas a trabajar aquí.

—Espera... dame un segundo—dije, intentando pensar con claridad.

—No puedo esperar mucho tiempo—respondió él, impaciente.

Mi amigo me apartó para hablarme en privado.

—¿De verdad no quieres aceptar?—me preguntó en voz baja—. ¿Por qué no te das una oportunidad? El tipo es arrogante, lo sé, pero el trabajo es bueno.

—Es que es un arrogante de primera—refunfuñé, cruzándome de brazos.

—Baja la voz ¿le tienes miedo o qué?—me dijo, tratando de calmarme—. Mira, necesitas este trabajo. No vas a encontrar otro igual, te lo digo en serio. El salario es buenísimo, hasta te lo va a duplicar.

Suspiré, sintiendo que no tenía muchas opciones. Retrocedí un paso, intentando calmarme.

—Está bien—acepte finalmente—. Voy a hablar con él.

Me acerqué a señor Ogro, perdón Zaens intentando mantener la compostura.

—Señor Zaens —empecé—. Mi nombre es Lía Evans, tengo 28 años y 4 diplomas en educación y uno...




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