Lía
No podía creer lo que acababa de pasar. Mis pensamientos daban vueltas mientras trataba de asimilar que el señor Arthur había escuchado cuando le llamé ogro. Lo vi fijamente, esperando una reacción más fuerte, pero simplemente negó con la cabeza, sin decir nada. Me sentí tonta. La pequeña me miró con curiosidad antes de encogerse de hombros, como si no entendiera la tensión en el aire. Arthur no dijo más y se marchó a su habitación, dejándome sola con mis pensamientos y una sensación de vergüenza.
Cuando la niña terminó su atolillo, la enfermera comenzó a limpiarle la herida. Decidí salir del cuarto, pensando que pronto su padre vendría a verla, y lo último que quería era enfrentarme a otro reproche por mi lengua suelta. Solté un suspiro cuando cerré la puerta detrás de mí. “Qué locura”, pensé mientras caminaba por el pasillo.
Ya eran mas de las diez de la noche, termine mi labor después de dejar a las niñas dormidas, pero me quedé un rato con Ayla, luego al ver que la enfermera de turno se quedo con ella, salí para ir a descansar, me dirigí a la habitación de huéspedes, donde me había instalado. El silencio del pasillo me resultaba extraño, y cuando pasé junto a una puerta entreabierta, un sonido me llamó la atención. Me detuve, dudando. Sabía que no debía entrometerme, pero mi maldita curiosidad me superó. El sonido... eran gemidos.
El corazón me latía con fuerza mientras me acercaba lentamente. Entré con cuidado, apenas abriendo más la puerta, hasta que pude ver. Me quedé congelada. Estaba en una habitación amplia, con un jacuzzi al fondo y un gimnasio improvisado al otro lado. Y ahí, contra la pared, estaba el señor Arthur mostrándome semejante culo, y estaba con una de las empleadas. Ella gemía mientras él la tenía atrapada, presionándola con fuerza contra los azulejos. Mis ojos se abrieron como platos. No podía creer lo que estaba viendo. Antes de que pudiera dar un paso atrás, tropecé torpemente con una banca cercana y caí de bruces al suelo. El ruido fue estruendoso.
El señor Arthur se detuvo inmediatamente, mirándome sorprendido. Estaba completamente desnudo, mientras la empleada trataba de cubrirse apresuradamente. Y ya había visto semejante producto. Arthur, buscó una toalla, envolviéndose rápidamente antes de dirigirse hacia mí con pasos firmes.
—Sal de aquí —ordenó fríamente a la empleada.
Ella salió corriendo, sin siquiera mirarme, dejando atrás su dignidad junto con sus prendas dispersas por el suelo. Yo no sabía dónde meterme. Mi rostro estaba ardiendo, completamente ruborizada.
—¿Qué demonios haces aquí? —espetó mi jefe, mirándome con furia—. ¿Quién te dio permiso para entrar?
—Disculpe, señor Arthur —murmuré, tratando de incorporarme, sintiendo cómo mi corazón latía frenéticamente—. Yo... iba pasando y escuché un ruido. No pensé...
—¿Y quién te dio el derecho de meterte en una habitación que no es la tuya? —gruñó. Se acercó a mí rápidamente, agarrándome del brazo y tirándome contra su pecho. La cercanía hizo que mi pulso se acelerara aún más. Sentí su cuerpo caliente, fuerte, y me invadió una sensación de incomodidad, pero también algo más que no podía explicar.
—Señor, por favor... suélteme —le dije, mi voz temblando. Sentía su respiración acelerada, y el hecho de haberlo interrumpido en medio de una escena tan íntima hacía que todo fuera más incómodo.
Él no me soltaba. Su pecho estaba pegado al mío y pude sentir algo más... Dios, no podía creerlo. Intenté mantener la compostura, aunque por dentro me moría de nervios. ¿Por qué me sentía tan avergonzada? ¿Y por qué demonios me parecía que casi quería reírme y salir corriendo al mismo tiempo?
—¿Cómo te atreves a hacer esto? —me susurró con voz áspera, su mirada fija en la mía. Y su pene aún seguía rigido, efecto y firme apuntandome sobre mí entre pierna, por mi interrupción el pobre no acabó su ronda.
—Fue un error... No volverá a pasar. Lo siento mucho, señor —traté de disculparme, bajando la mirada. En mi cabeza, solo pensaba: “¡Dios mío, lo interrumpí mientras estaba con la criada!”. Todo este momento era un desastre.
Arthur me soltó bruscamente y se alejó un poco, aún con la toalla ajustada a su cintura. Se compuso rápidamente y me miró con desdén.
—Espero que esto no se repita nunca más, señorita Lía. No estás aquí para andar husmeando. Tu lugar está con las niñas, no en mis asuntos personales.
—Sí, señor. Entiendo... lo siento de verdad —murmuré, mi voz apenas audible. Mi corazón seguía latiendo rápido, y solo quería salir de ahí lo más rápido posible.
Cuando finalmente me dejó ir, salí corriendo de la habitación, mis manos temblaban mientras intentaba abrir la puerta de mi cuarto. Pero antes de entrar, me topé con la criada que acababa de estar con él. Me lanzó una mirada despectiva.
—¿Por qué eres tan metida? —me dijo con voz cargada de veneno.
—¿Perdona? —respondí, mirándola confundida.
—Sí, fuiste a interrumpir al señor cuando estábamos... compartiendo un momento íntimo —dijo, levantando una ceja, claramente orgullosa de lo que había estado haciendo. En mi mente solo podía pensar: "¿Compartiendo? Más bien estaba cogiendo detrás de la pared". Pero no lo dije. En cambio, le contesté con calma. Ni en una cama se la estaba tirando.
—Ah, qué bueno por usted, señorita. Con permiso, buenas noches.
Intenté apartarme, pero ella no había terminado.
—Espero que no te acerques a él con otras intenciones. El señor no es para ti —espetó, su tono despectivo.
—¿Cómo me acabas de decir? —pregunté, incrédula por su atrevimiento.
—Tú no sabes quién soy yo —dijo con arrogancia—. Soy la hija de la ama de llaves, la señora Lucía. Y te advierto: el señor Arthur me prefiere a mí. Así que mantente alejada.
—Mire, señorita, se lo voy a dejar muy claro. Yo no vine aquí para conquistar a mi jefe,— declare con firmeza, aunque por dentro me hervía la sangre. —No voy a negar que es un hombre apuesto, pero no me acostaría con él como usted lo hace, siendo una simple criada. Yo soy la niñera de las niñas, y ese es mi trabajo— Mi tono era frío, pero mi mente seguía dando vueltas a lo que había visto. —Me equivoqué y vi algo que no debía ver... Sorry,— añadí en inglés, intentando mantener la calma mientras ella me miraba con el ceño fruncido.