La Niñera de las hijas del Ceo: Arthur Zaens

Capitulo 16

Lía

Me desperté desorientada, con la cabeza latiéndome fuertemente. Sentía como si estuviera flotando, pero cuando abrí los ojos, la realidad se impuso. A mi lado estaba el señor Arthur sentado en una silla junto a la cama, observándome con una mezcla de preocupación y calma. Me sorprendió verlo tan cerca, y al notar que no sabía cómo reaccionar, simplemente me incorporé torpemente, sintiendo el mareo arrastrarse con el movimiento.

—Buenos días, señora Lía, ¿cómo te sientes? —preguntó Arthur, alzando una ceja.

Me llevé la mano a la garganta, notando lo áspera que estaba mi voz al intentar responder.

—Buenos días... Amanecí... más o menos —murmuré, con un hilo de voz ronco y casi inaudible.

—Te escuchas afónica. —Su tono era serio, pero no faltaba un pequeño toque de humor—. Ni siquiera llevas un mes trabajando aquí, y ya te has enfermado.

—Sí... parece que algo me cayó mal... aunque lo que más me molesta es la garganta —respondí, esforzándome por sonar relajada.

Arthur se inclinó ligeramente hacia mí, y sin previo aviso, puso su mano en mi frente, sintiendo mi temperatura. Me puse tensa de inmediato. El simple toque de su mano me hizo sentir incómoda, no por él, sino por la intimidad del gesto.

—No tienes fiebre, al menos —comentó con una sonrisa—. Eso es un alivio, no querría que pensaran que voy a ser demandado por algún accidente laboral.

—No se preocupe, señor, no es tan grave... —intenté bromear, aunque mi voz apenas me salía.

—Bueno, de todas maneras, ahí tienes un tratamiento. El médico recomendó que te hagas una tomografía por el golpe en la cabeza.

—¿Una tomografía? ¡No creo que sea necesario! —protesté—. Solo me duele un poco la cabeza... y la garganta.

—Lía, estuviste tirada en el suelo de los azulejos del baño por bastante tiempo, así que no me parece una exageración. Deberías tener más cuidado. Si no hubiera venido anoche, quizás fuera sido peor. —dijo, con un tono severo, pero no desagradable.

—Debería poner algo en el baño para evitar resbalones —mencioné, en un intento de cambiar el tema—. No es mi culpa que me haya caído y quedar en pelotas por mucho tiempo el frío suelo.

Él soltó una pequeña risa, levantando una ceja de nuevo.

—Ya vas con tus bromas, Lía. Pero por lo visto estás mejor de lo que pensaba.

—Bueno, me siento mucho mejor de lo que estaba ayer. Gracias por preocuparse, pero puedo seguir con mi día como si nada. No suelo quedarme en la cama ni cuando estoy enferma.

—Eso es admirable, pero no exageres. Si te sientes peor, quédate en reposo por hoy. Nos veremos en la noche para hablar de lo que teníamos pendiente.

—Está bien, señor Arthur Gracias.

Antes de salir de la habitación, él se detuvo en la puerta y me miró.

—Ah, y una cosa más. Este fin de semana nos vamos de viaje. Quiero que hables con tus parientes para organizarte, porque necesito que cuides de las niñas.

—¿Nos vamos de viaje? —pregunté, sorprendida—. ¿A dónde?

—A un condado que está a unas seis o siete horas de aquí. Llevaré a las niñas, y quiero que estés al tanto de todo durante el viaje. Pasaremos el fin de semana en familia. Creo que mi hermano también vendrá.

—¿Tiene un hermano? —pregunté, intrigada. Era la primera vez que mencionaba algo así. Ahora que lo recuerdo cuando vine aquí hace unas semanas vi la fotografía de él y ese otro hermano. Que tonta, no lo recordaba.

Él sonrió, pero no supe si era una sonrisa sincera o simplemente una formalidad.

—Sí, tengo un hermano. Lo conocerás pronto. Sin embargo solo no tengas mucha confianza con él.

Asentí sin decir ni una palabra más.

Arthur salió de la habitación y me dejó sola con mis pensamientos. Me levanté con cuidado, aún sintiendo un leve mareo y un dolor punzante en la cabeza. Me acerqué al espejo y vi mi reflejo: pálida, despeinada, y con ojeras. Parecía que estaba a punto de caer enferma de gripe, o quizás ya lo estaba.

Decidí darme un baño rápido para despejarme un poco. Camine despacio pero note que habia alfombraz, ayer no estaban, seguro el los mando a colocar, si me vuelvo a caer lo demandare esta vez.

Bah, es una broma, nada más.

El agua caliente me ayudó a relajarme, aunque el dolor en la garganta persistía. Después de vestirme, me deje mi cabello suelto, ya que me doleria en un moño mas por el golpe en la cabezota, al finalizar me dirigí a la habitación de las pequeñas.

Al llegar, me encontré con Ayla, ya se encontraba lista. La enfermera que el señor Ar me miró con una sonrisa amable.

—El señor me dijo que ayudara a preparar a la niña hoy, ya que no te sientes bien.

—Te lo agradezco mucho, en verdad.

Ayla, con su seriedad habitual, me miró de arriba abajo y preguntó.

—¿Qué te pasó, Nani?

—Tropecé en el baño, pequeña. Me lastimé un poco.

La niña frunció el ceño, y con una voz llena de preocupación, me dijo.

—¿La enfermera puede curarte, Nani?

Me conmovió su seriedad y su pequeño gesto al poner su mano en mi mejilla.

—No te preocupes, cariño, ya estoy mejor. —Le di un beso en la frente y sentí una punzada de ternura por ella.

—Tú cabello es muy hermoso—Mencionó sonriente, y su sonrisa era genuina.

A pesar de lo difícil que puede ser mi trabajo a veces, estos momentos me hacían sentir más cercana a las niñas. Aún recordaba que en el fondo ellas necesitaban el afecto de su madre, pero por ahora, yo estaba aquí para ellas.

Le hice un peinado con trenzas a Ayla y luego fui a ver a Leyla. Ya estaba lista, y Lucrecia, ya estaba ayudándola.

—¿Se siente bien, señorita Lía? —preguntó Lucrecia, con preocupación.

—Sí, solo un poco de dolor de cabeza. Creo que me va a dar gripe.

Leyla, que había estado escuchando, me miró con sus grandes ojos y dijo.

—¡Nani tu voz, pareces el de un monstruo! —Y luego se echó a reír.

Su risa contagiosa llenó la habitación, y por un momento, me olvidé de que no me sentía bien.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.