La Niñera de las hijas del Ceo: Arthur Zaens

Capitulo 20

Lía

Estaba lista junto con las niñas, bajando al salón, y no podía evitar notar las miradas expectantes de las tías y del hijo del hermano gemelo del señor Arthur. Me sentía completamente incómoda, con unas ganas terribles de salir corriendo de esa hacienda y regresar a mi casa, a la seguridad y confort que tanto extrañaba. Pero no podía. Tenía un contrato, un compromiso que cumplir. Solté un suspiro, resignada. Y sobre todo recordar lo que estuvo apunto de pasar la noche de ayer.

Al llegar al salón, la tía buena de Arthur vino alegremente a recibirme. Me ofreció desayuno a mí y a las niñas. Acepté y, aunque intenté hacerme sentir cómoda, no podía ignorar las miradas que seguían clavándose en nosotras. Me senté con las pequeñas y las vi comer en silencio. No podía dejar de observar los rostros a mi alrededor, tratando de descifrar qué pensaban, qué querían de mí.

De repente, uno de los peones se acercó a la tía y le dijo que iban a empezar con las carrera. Me pregunté en qué consistirían esas carreras hasta que uno de los muchachos mencionó que estaban por comenzar la carrera de caballos.

—Cada año se hace esta competencia— comentó, y agregó que el que siempre ganaba era el señor Arthur.

—No creo que mi tio gane, esta vez ganará mi padre— soltó, con orgullo, el joven sobrino del señor Arthur. Esta más que seguro, que está vez ganará su padre.

—Señorita Lía, le gustaría ir— Sugirió Lucrecia y moví la cabeza en afirmación.

—¿Quieren ir a ver a su padre? —pregunté a las niñas, intentando sonar animada. Ambas respondieron al unísono, con entusiasmo, que sí.

Después de desayunar, llevé a las niñas al lavabo para que se cepillaran los dientes, y yo hice lo mismo. Les puse ropa más ajustada, botines y sombreros, para que estuvieran cómodas y protegidas del sol. Antes de salir, les apliqué un poco de crema en las caritas para evitar que se quemaran. Lucrecia, nos acompañó mientras caminábamos por la hacienda, que era un lugar inmenso, digno de admirar.

No pude resistirme y empecé a tomar fotografías de las niñas, de Lucrecia, de todo lo que nos rodeaba. El paisaje era hermoso, lleno de flores y vallas elegantes. Mientras caminábamos, vi un grupo de personas a caballo dirigiéndose hacia el campo.

—¿A dónde van? —pregunté, intrigada.

—Van hacia la carrera a ver exclusivamente al patrón de aquí —respondió Lucrecia y quedé sorprendida.

—¿Quién es,ese patrón?—quise saber curiosa.

—Es él señor Arthur siempre ha ganado estas competencias. Es uno de los mejores, y además es el jefe aquí. Desde que sus abuelos fallecieron, él quedó a cargo de todo. Le dejaron el 80% de la herencia.

Solté un silbido de la sorpresa. Es un Ceo y ahora hasta un ganadero.

—Con razón su hermano lo envidia —comenté sin pensar.

Lucrecia se detuvo de golpe y apreté los labios, dándome cuenta de lo que había dicho.

—Discúlpame, no quise decir eso.

—No te preocupes, Lía, tienes razón —me respondió, con una sonrisa amarga—. Enzo, su hermano gemelo, siempre ha tenido problemas con Arthur. No todos en la familia lo aprecian como deberían, y Enzo es el que más lo resiente. Pero, al final, mi niño Arthur es quien tiene el control de las empresas y la herencia de todos aquí.

—Ya veo... con razón —musité, aún sorprendida por la conversación.

Caminamos un poco más hasta llegar al campo donde se llevaría a cabo la carrera. Era un lugar inmenso, lleno de espectadores emocionados. Los caballos estaban listos, trotando en círculos, sus patas levantando polvo en el aire. Entre ellos, reconocí al señor Arthur, montado en un caballo gris. Se veía imponente, seguro, completamente enfocado en la competencia.

Las niñas, al verlo, comenzaron a gritar emocionadas

—¡Papi! ¡Papi!—Pero con tanto bullicio, él no las escuchó. Aún así, su emoción era palpable. La cuenta regresiva comenzó, y los caballos se alinearon en la pista. Podía sentir la tensión en el aire, todos esperando el momento exacto en que las carreras empezarían.

Estábamos rodeados de energía, y aunque me sentía todavía un poco fuera de lugar, no podía negar que había algo cautivador en todo ese espectáculo y era él, eso hombre frío como un témpano de hielo, que estaba empezando a hacerme sentir cosquillas en mi interior.

****

La carrera de caballos en la hacienda estaba llena de emoción y bullicio. Todos aplaudían con entusiasmo cuando mencionaron el nombre del patrón, Arthur Zaens, quien tenía la reputación de ser invencible en estas competiciones.

—¡El patrón tiene que ganar de nuevo!— gritaban algunos, mientras quede sorprendida por la energía del momento. Me uni a ellos y grite euforica, el ambiente vibraba con euforia cuando Arthur ganó la primera carrera, recibiendo los aplausos y felicitaciones de todos los presentes. Él, se acercó a dar las gracias, mientras el público lo aclamaba. Se notaba arrogante como siempre, sin embargo, puede ver un poco de amabilidad cuando agradeció a los presentes, aun quedaba dos carreras, la tensión empezó a subir cuando se preparaban para la segunda carrera.

El sol brillaba intensamente, y los caballos estaban listos en la línea de salida. Todos continuaban aplaudiendo y coreando el nombre de Arthur, confiados en que volvería a ganar. Pero cuando la carrera comenzó, algo extraño sucedió: el asiento del caballo parecía estar flojo. No pasó mucho antes de que el caballo de Arthur, confundido y descontrolado, empezara a correr de manera errática, saltando como si algo lo estuviera lastimando. Arthur intentaba calmarlo con palabras suaves, pero el animal seguía acelerando, completamente fuera de control.

Los gritos y murmullos de preocupación se extendieron entre la multitud, mientras varios jinetes y familiares de Arthur intentaban alcanzarlo para calmar al caballo. Sentí cómo la adrenalina recorría mi cuerpo al ver la situación volverse peligrosa. Me asusté. Miré a Lucrecia, que estaba a mi lado, y le dije con voz nerviosa.




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