Lía
Lo miré fijamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas, pero sentía que me faltaban. Arthur estaba temblando. Podía ver el miedo en sus ojos, una expresión que jamás había visto en él, siempre tan fuerte, tan seguro de sí mismo. Pero hoy no. Hoy era diferente, y aunque no entendía completamente lo que estaba sucediendo, sabía que debía estar a su lado.
—Arthur, todo va a estar bien —dije suavemente, intentando consolarlo.
Mis palabras parecieron perderse en el aire, como si no fueran suficientes. Él simplemente siguió temblando, con los ojos clavados en mí, como si estuviera lidiando con algo mucho más grande que él mismo, sabía qué hacer para ayudarlo. Me sentía impotente, atrapada en medio de esta tormenta emocional, una tormenta que me recordaba demasiado a la que viví años atrás, cuando mi hermano murió en ese terrible accidente. La sensación de descontrol, de miedo... todo volvía a mí como un maremoto.
Lo abracé más fuerte, como si al hacerlo pudiera protegerlo de todo lo que estaba pasando. Arthur levantó la mirada lentamente, su rostro iluminado solo por la débil luz del jardin que se filtraba a través de las cortinas. Sus ojos, normalmente tan impenetrables, estaban ahora llenos de algo que no podía descifrar del todo.
—Lía —murmuró—, eres la primera mujer que me hace sentir... esto. —Sus palabras eran un susurro, cargadas de una intensidad que me dejó sin aliento.
Lo miré, tratando de entender exactamente lo que quería decir. Mis emociones estaban tan revueltas como las de él. Sentía lo mismo, una atracción poderosa, algo más profundo que el simple deseo. Pero al mismo tiempo, estaba asustada. No quería que esto se convirtiera en algo de lo que ambos nos arrepintiéramos después. No quería que él pensara que podía aprovecharse de lo que estábamos sintiendo en este momento de vulnerabilidad.
—Arthur, no... —comencé a decir, pero él me interrumpió.
—Tranquila. No quiero que sientas que me estoy aprovechando de ti. No quiero presionarte. —Su voz era baja, seria, y eso solo hizo que mi corazón latiera más rápido.
Pero entonces algo dentro de mí se rompió, o tal vez se liberó. Una parte de mí que había estado callada por mucho tiempo. A la mierda con todo, y sin darle más vueltas, lo tomé del rostro y lo besé.
El tiempo pareció detenerse mientras nos fundíamos en ese beso. La lluvia afuera había disminuido, y la tormenta eléctrica que antes había sido tan feroz ahora solo era un eco lejano. Pero dentro de nosotros, la tormenta seguía. Mis manos recorrieron su pecho, sintiendo el calor de su piel bajo mis dedos, pero también consciente de su reciente cirugía. No quería lastimarlo, pero al mismo tiempo, la pasión que nos envolvía era mucho más fuerte que cualquier precaución.
Él bajó una mano, acariciando mi piel con una suavidad que me hizo gemir de inmediato. Sentí cómo mi cuerpo respondía a cada toque, cada caricia. Arthur se inclinó hacia mí, sus besos descendiendo por mi cuerpo hasta llegar a mi vientre. Lentamente, me ayudó a deshacerme de la pijama, sus dedos rozando mi piel de una manera que me hacía estremecer de placer.
—Solo quiero hacerte sentir bien, Lía. Puedo esperar. —Su voz era baja, casi ronca, y sentí mis mejillas arder al escucharlo.
Sabía que él no podía ver mi expresión en la oscuridad, pero eso no importaba. Estaba tan perdida en el momento, en sus caricias, en el deseo que ardía dentro de mí, que no podía pensar en nada más. Cuando su boca me tocó de una manera tan íntima, mi cuerpo se arqueó instintivamente. No había sentido algo así en tanto tiempo, y el hecho de que fuera él quien me hiciera sentir así lo hacía aún más especial.
Sus dedos y su boca trabajaron en perfecta sincronía, y cada vez que mi cuerpo respondía, sentía que me estaba perdiendo más en él. Me aferré a su cabello, mis respiraciones entrecortadas llenando la habitación mientras la lluvia seguía cayendo afuera. El placer me consumió por completo, hasta que sentí que no podía aguantar más.
Cuando finalmente me dejé llevar, él subió nuevamente hasta mí, besando mis labios con una suavidad que contrastaba con la intensidad de lo que acabábamos de experimentar. Sentí el sabor de mis propios fluidos en su boca, y algo en eso, en la intimidad de ese momento, me hizo estremecer aún más.
—Me encantas, Lía, no tienes idea de cómo me tienes —dijo con una sonrisa traviesa, mientras yo acariciaba su cuerpo.
Sentí la dureza de su erección bajo mi mano, pero al mismo tiempo, el miedo volvió. No quería que se lastimara, no quería que algo malo le pasara por su cirugía reciente. Él lo entendió. Simplemente me sonrió, se recostó a mi lado y me besó una vez más.
Nos quedamos allí, abrazados en la oscuridad, mientras la tormenta finalmente se apagaba por completo.
Me desperté antes de que él siquiera moviera un dedo. Los primeros rayos de sol apenas tocaban la habitación, pero ya no podía seguir allí. Con cuidado, me levanté de la cama y caminé hacia la puerta, echando un último vistazo a su figura dormida. Salí sin hacer ruido y me dirigí a la habitación de huéspede. Al cruzar el umbral, solté un suspiro profundo, aliviada. Me crucé con uno de los empleados que bajaba la ropa sucia por las escaleras, pero no me prestó atención.
Entré al baño, me desvestí y me metí a la ducha. El agua fría me despertó por completo, y aunque fue rápido, me tomé unos minutos para despejar mi mente. Al salir, cepillé mis dientes y me vestí con lo primero que encontré. Me maquillé rápido, solo lo básico, lo suficiente para esconder el cansancio en mi rostro. Justo cuando terminé, noté una llamada perdida en mi teléfono. Era de mis padres. Me senté en la cama, respiré hondo y marqué el número de mi madre.
—Cariño, ¿cómo estás? —respondió al instante, su voz suave y llena de cariño. Sonreí sin poder evitarlo.
—Bien, ma... aquí, con un poquito de frío, y extrañándolos —dije, recostándome un poco más en la cama.