La Niñera de las hijas del Ceo: Arthur Zaens

Capitulo 27

Junto a Lucrecia y las niñas, nos dirigimos al jardín, tomándonos fotos y subiéndolas a Instagram. Después de comer algo de fruta, las niñas comenzaron a insistir en que jugáramos a las escondidas. Me pareció una buena idea. Jugaríamos, reiríamos, y por un momento, tal vez, podría olvidar lo que mi corazón empezaba a sentir por cierto hombre. La tía del señor Arthur se unió a nosotras para jugar a las escondidas, la mañama fue agradable y sin notar la tarde llegó.

Había terminado de jugar con las niñas, exhausta pero satisfecha. Después de limpiar el desastre que habíamos hecho, las llevé al comedor para almorzar. Las risas y sus pequeñas voces llenaban la casa mientras comían, y por un instante, me sentí en paz. Después de almorzar, les di unas lecciones. Pasamos la tarde entre risas y juegos, aunque en el fondo, no podía dejar de preguntarme por qué el señor Arthur no había regresado aún. El día había avanzado mucho, y la noche comenzaba a caer. Me decía a mí misma que no debía preocuparme, que él había salido con su chofer y capataz, quizás las ansias de verlo me tenían de esta manera. ¡Que agua fiestas que soy!

Las niñas, cansadas por la tarde de juegos, se dedicaron a jugar entre ellas con sus muñecas mientras yo aprovechaba para llamar a mi mamá. Extrañaba hablar con ella y, después de tantos días fuera de casa, me reconfortaba escuchar su voz.

—Hola, mamá, ¿cómo has estado? —le pregunté.

—Aquí bien, hija, gracias a Dios —respondió con la voz cálida de siempre—. Ya pronto estarás de vuelta en la ciudad, ¿verdad? ¿Tu jefe te dio vacaciones?

—Sí, ya llevo más de un mes trabajando aquí. Creo que me merezco un descanso —le dije, sonriendo al otro lado de la línea.

—Me alegro mucho, cariño. Ya sabes que te estamos esperando con los brazos abiertos. Tu papá está dormido ahora, pero está bien, solo un poco cansado. Tú sabes, la edad...

—Qué alivio escuchar que todo está bien. Me preocupa, pero ya pronto estaré con ustedes unos dias -respondí, sintiendo un nudo en la garganta. Siempre me preocupaba por ellos, especialmente por mi papá, que ya no estaba tan fuerte como antes.

Después de unos minutos más de charla, colgué el teléfono. Justo en ese momento, Lucrecia se acercó a mí.

—El señor Arthur quiere verte en su habitación —me informó con esa calma que la caracterizaba.

Asentí, dejando a las niñas a su cuidado. Me despedí de las pequeñas con un beso en la frente y me dirigí a la habitación de Arthur. Toqué suavemente la puerta, y cuando escuché su voz desde adentro, me permití entrar.

—Cierra la puerta —ordeno, sin levantarse de la cama. Su tono era tranquilo, pero su postura reflejaba algo más; algo que me puso nerviosa.

—¿Qué sucede, señor? —pregunté, mientras me acercaba lentamente.

—Siéntate, Lía —dijo señalando el borde de la cama, y aunque mis piernas temblaban un poco, obedecí.

La habitación estaba iluminada tenuemente. Me senté a su lado, y en ese momento, algo en su expresión cambió. No era el hombre serio y reservado que acostumbraba ser. Porque será que desea hablar conmigo.

—He estado pensando mucho en ti últimamente —comenzó, mirando el techo por un momento antes de volver a mirarme directamente—. Desde que llegaste, mis pensamientos no han sido los mismos. Me gustas, Lía. Quiero que seas mi novia.-Declaro sin chistear.

Me quedé inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido por un instante. No podía creer lo que estaba escuchando. Arthur Zaens el hombre que había mantenido siempre una distancia profesional y casi fría, me estaba pidiendo que sea su novia. Mi corazón latía con fuerza mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas.

—¿Su... novia? —balbuceé, completamente sorprendida—. Señor Arthur, esto es demasiado apresurado...

—Llámame Arthur por favor. —Sonrió ligeramente, pero su mirada era seria—. Sé que parece apresurado, pero cuando algo me gusta, lo quiero. Y quiero intentarlo contigo. No tienes que darme una respuesta ahora, pero quería que lo supieras.

La sinceridad en su voz me desarmó por completo. No era una proposición impulsiva, lo sabía. Arthur no era el tipo de hombre que decía algo así sin haberlo pensado detenidamente. Sin embargo, no podía evitar sentirme abrumada por todo lo que implicaba.

—No sé qué decir... —dije finalmente, sin poder ocultar la confusión en mi rostro.

—No tienes que decir nada ahora —me aseguró—. Solo quería que lo supieras. Mañana salimos temprano, pero quería que esta conversación ocurriera antes de que te fueras a dormir. Por otro lado aún que no aceptes entenderé y no te preocupes por el trabajo siempre será tuyo.

El silencio entre nosotros se hizo más denso, pero no era incómodo. Sabía que tenía que pensar bien mi respuesta, pero una parte de mí ya había decidido.

—Está bien... Acepto —acepte de repente, sorprendiéndome incluso a mí misma.

Arthur me miró, y una sonrisa lenta y genuina apareció en su rostro. Era una sonrisa que no le había visto antes.

—De verdad acepto, pero tengo mis condiciones —agregué rápidamente, queriendo dejar claro lo que esperaba.

—Dime, estoy escuchando —respondió, inclinándose un poco más hacia mí, mostrándome que lo que yo dijera realmente le importaba.

—Quiero ser la única -dije con firmeza—. Si vamos a tener una relación, quiero exclusividad. No quiero ser una más, Arthur.

Él asintió sin dudar.

—Eso es lo que quiero también —respondió con la misma seriedad—. No quiero jugar contigo, Lía. Si estoy contigo, serás la única.—El alivio recorrió mi cuerpo. Era difícil no confiar en él en ese momento

—Y por otro lado; quiero que le des amor a tus hijas, ellas necesitan el amor paternal. Quizás no estas listo para contarme lo que le paso a la madre ellas... pero...

—Ellas nos abandono, se fue dejando a mis hijas con solo un año de nacidas. —Tape la boca sorprendida—Lía, yo tuve un accidente y ella ni siquiera le importaba, no fue al hospital prefiero estar con sus "amigas" imagínate tu.




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