La Niñera de las hijas del Ceo: Arthur Zaens

Capitulo 28

Arthur

El viaje hacia la ciudad había tomado más tiempo de lo que esperaba. Las calles polvorientas no ayudaban, y Lía, con esa gripe que no la dejaba, estaba débil. El médico me había llamado para hacerle un examen, por lo del golpe en la cabeza de aquella vez. Estos días la llevaría. Cuando llegamos a la mansión, las niñas se acomodaron con Lucrecia, mientras Lía subió a su habitación. Fui detrás de ella.

—Lía, quisiera que fueras a ver al médico por lo de la caída, ¿recuerdas?

—Sí, me acuerdo —dijo, mirándome desde la puerta entreabierta.

—El doctor quiere asegurarse de que todo esté bien.

Me acerqué, con cuidado, y la abracé por la cintura, dándole un beso suave en los labios.

—No quiero que te preocupes. Solo será una revisión rápida —le susurré al oído.

—Claro, lo haré. —Sonrió, pero luego, en tono más serio, me dijo—: ¿Y después me vas a mandar a casa de mis padres por una semana?

—¿Una semana de vacaciones? —bromeé, tratando de aligerar el ambiente

— ¿Ya te quieres deshacer de mí?

—Sabes que no —respondí con una risa coqueta, luego ella negó dándome un golpecito en el pecho

—¿Pero por qué quieres que me vaya una semana puedo irme por dos o tres dias?

—Por otro lado quiero que no sigas como niñera, prefiero que seas mi novia... y la educadora de mis hijas, si lo prefieres.

Lía me miró a los ojos, sorprendida.

—Yo prefiero estar con las niñas. No te preocupes, no vamos a precipitar las cosas. Ya veremos qué pasa más adelante, ¿te parece? Oh me quieres echar ya.—Mencionó molesta.

—No, esta bien, me parece bien —respondí, con un beso en la frente—. Debo ir a la empresa más tarde, pero me alegra que ya estemos de vuelta.

—Sí, mi amor. Ay, perdón, señor Arthur —dijo, en tono burlón.

—Ya te lo he dicho, no soy "señor Arthur" para ti —le sonreí—. Soy tu amor... o tu ogro, como prefieras.

Ella movió su cabeza con un asentimiento.

Después de un beso largo y cálido, bajé las escaleras, donde las niñas me esperaban con curiosidad. Layla fue la primera en hablar.

—Papi, ¿por qué estás tan contento?

Le di un beso en la mejilla, y luego a Ayla.

—Porque estoy haciendo lo que ustedes siempre me piden. Quieren que un futuro Lía sea su mami.

—¿Nos vamos a quedar con Lía como nuestra mamá? —preguntó Ayla, con esos grandes ojos llenos de esperanza.

—No digan nada por ahora —les pedí, mientras las abrazaba con fuerza. No quería hacer promesas que tal vez no podría cumplir, pero sabía que ellas ansiaban una madre como Lía—. Ustedes son lo más importante de mi vida. No lo olviden.

—Te amamos, papi —me dijeron al unísono, mientras me apretaban fuerte.

Me sentí culpable por los momentos en los que había estado ausente, pero también sabía que era necesario. Les prometí que las cosas serían diferentes de ahora en adelante, aunque no podía asegurarlo del todo.

—Señor Arthur, Lía está descansando. ¿Necesita algo más?

—No, Lucrecia. Solo asegúrate de que esté cómoda. Si necesita espacio, dáselo.

Lucrecia sonrió mirándome sonriente. La salude y sali de la mansión.
Mientras me dirigía al coche, Leticia apareció.

—¿Cómo se encuentra, señor Arthur?

—Estoy bien, ¿qué pasa? ¿Necesitan algo en la cocina?

Me miró con una mezcla de timidez y nerviosismo, pero no llegó a decir nada más.

Así que subí al coche y le ordené a Miguel que avanzará.

—Si realmente sentía algo por Lía debía respetarla y darle su luga— me repetía una y otra vez mientras el coche avanzaba por la carretera. Miguel, mi conductor, me miraba de reojo, algo que rara vez hacía, pero esta vez su curiosidad era evidente. No pude evitar sonreír, algo que también parecía sorprenderlo. Seguro escucho lo que murmuré para mí mismo.

—¿Pasa algo, Miguel? —le pregunté, sabiendo que mi comportamiento le resultaba extraño.

—Disculpe, señor, pero lo veo muy sonriente... casi nunca lo vemos así.

Su comentario me hizo sonreír aún más.

—Estoy feliz, Miguel. No te imaginas cuánto.

Miguel asintió, con la prudencia de quien sabe que es mejor no hacer más preguntas. Mientras el coche avanzaba, mis pensamientos volvían a Lía Evans, la única persona capaz de generar en mí una felicidad que no había experimentado en años.

Al llegar a la empresa, me encontré con las habituales reverencias de los empleados al verme entrar. Todos bajaban la cabeza como de costumbre, pero esta vez mi sonrisa desconcertó a varios. No pude evitarlo, la felicidad era palpable. Sentía un nudo en el estómago, pero no de nerviosismo, sino de una extraña satisfacción que no sabía cómo manejar. Lía, esa mujer me estaba cambiando, y ni siquiera me había dado cuenta de cómo había sucedido.

Ya en mi oficina, me dispuse a revisar los informes de ventas de la semana. Mi trabajo me absorbía como siempre, pero esta vez mi mente seguía escapando hacia otros pensamientos. Los números y las estadísticas pasaban frente a mis ojos, pero en mi cabeza solo veía su sonrisa, sus ojos. Lía era diferente, y eso me perturbaba. ¿Cómo había llegado hasta este punto sin darme cuenta? Podría ser que me enamorado de ella.

Nancy, mi asistente, entró en la oficina con más papeles. Mientras se acercaba, me di cuenta de que era hora de poner ciertos límites. Había dejado que las cosas se descontrolaran entre nosotros hace unos meses, y no podía permitir que volviera a suceder. Aún que solo fueron dos veces.

—Nancy, a partir de hoy hay nuevas reglas —dije, mi tono fue serio y frío—. Lo que pasó entre nosotros hace unos meses, olvídalo.

Nancy me miró, sorprendida, pero rápidamente ocultó su expresión detrás de una máscara de profesionalismo.

—Sí, señor. No se preocupe, fue algo sin importancia —respondió, aunque su tono sugería lo contrario.

—Exacto. O perderás tu puesto si vuelves a insinuar algo —añadí, dejando claro que no había lugar para confusiones.




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