Nadia.
Me encontraba molesta, dando vueltas en aquel cuartucho sombrío y húmedo que apenas se sostenía en pie. Las paredes, llenas de manchas de humedad, parecían cerrarse sobre mí, atrapándome en la miseria de mis propias decisiones. Frente a mí, José Luis, ese hombre con el que alguna vez pensé que podría tener un futuro, estaba desesperado, buscando frenéticamente una manera de escapar de su última metida de pata.
—¿Cómo es posible que hayas vuelto a hacer otro fraude, José Luis?—Replique con una mezcla de incredulidad y decepción que hasta a mí misma me sorprendió—. ¿No fue suficiente con aquella compañía editorial? Culpaste a un pobre infeliz para librarte, y ahora… ¿ahora vienes y traicionas a ese hombre otra vez?
—¡Cállate, cállate! —gritó, con un brillo de ira en los ojos que no lograba intimidarme en lo más mínimo—. Todo esto es por tu culpa. Por querer darte una buena vida.
—¿Yo? —repliqué, esbozando una sonrisa amarga—. Eres un hipócrita. Un falso.
—Y tu, a mí me dijiste que no tenías hijos, y que habías abandonado a tu esposo… ¡y ahora resulta que hiciste lo mismo por mí!
José Luis suspiró, visiblemente agobiado, y entonces murmuró casi en un susurro:
—Lo hice por ti. Sabes muy bien que siempre te he querido. Pero tú estabas con… ese hombre.
—¿Y por eso yo tenía que esconderme de todos? —repliqué, sintiendo un escalofrío en la espalda al recordar la vida que dejé por él—. No quería estar con mi exmarido inválido. Siempre quise estar a tu lado. Pero luego me vienes con la sorpresa de que te vas a casar con una desconocida, y que además le debes dinero a un jeque. ¿Cómo vamos a salir de esta, José Luis?
Él me miró con una mezcla de resignación y rabia, como si no tuviera la menor idea de qué decir. Al final, simplemente se llevó una mano al bolsillo, sacando un fajo de billetes.
—Toma —dijo, extendiéndome el dinero—. Usa esto y busca la manera de irte a algún lado. Yo… yo encontraré una manera de escapar. Cuando esté seguro, te llamaré para que nos reunamos de nuevo, pero no aquí.
Lo miré sin saber si reír o llorar.
—¿Y tú crees que esto es suficiente para sobrevivir? —pregunté, sosteniendo el dinero con desprecio. Aquel gesto suyo era patético.
—Lláma a tu cuñado, pídele dinero. Son gente con recursos, ¿no? Hazte la enferma y regresa con tu marido; quítale lo que puedas. Actúa como si fueras la madre perfecta. No lo sé, haz algo.
—¡Eres un cinico!—Grite furioso. Sabia que algo asi iba pasar por esa razon fui a la empresa en busca de Arthur y mas al ver esas imagenes de esa chica junto a mis hijas.
—Nadia, nos vemos. Te amo —dijo finalmente, antes de salir apresuradamente por la puerta.
Quedé sola en aquella habitación. Lo peor de todo no era el engaño de José Luis ni su cobardía. No, lo peor de todo era que, después de todo, yo tampoco me arrepentía de nada. Di todo por él, y si bien la culpa comenzaba a tocar mis pensamientos, sabía que ya no había vuelta atrás.
Pero José Luis no iba a ser mi única opción. Si quería recuperar mi vida, solo había una persona que podía ayudarme. Enzo. Marqué su número, pero no contestó. Di vueltas y vueltas en la habitación, cada segundo más ansiosa, mientras decidía qué hacer. Finalmente, después de cambiarme a una ropa más ajustada, volví a marcar. Esta vez contestó.
—¿Aló? —dijo Enzo, con un tono que mezclaba sorpresa y desdén.
—Hola cuñado.
—Vaya, vaya… ¿dónde estabas perdida, eres Nadia?
—Soy yo, Enzo —dije con tono frío—. Necesitamos vernos.
—Qué sorpresa. Justo cuando creía que habías desaparecido del mapa. Pero dime, ¿para qué es esta reunión?
—Es urgente. Dame un lugar y una hora —respondí, sin más detalles.
—¿Qué te parece un hotel? —respondió él, dejando caer una risa burlona.
—¿Para qué en un hotel? —pregunté, algo molesta.
—Para recordar los viejos tiempos —respondió él con descaro—. Además, tengo noticias: Arthur, tu adorado ex, parece haber encontrado a alguien más. Ahora sí parece estar enamorado.
Esas palabras me llegaron como una bofetada, aunque intenté disimularlo. Sin embargo, una chispa de ira y celos comenzó a encenderse en mi interior.
—Mándame la dirección y nos encontramos allí —respondí con frialdad.
—Perfecto, cuñadita —dijo con una risita antes de colgar.
Entré al baño y me duché rápidamente. Si quería recuperar la vida que alguna vez tuve, debía tomar medidas drásticas. José Luis ya no era de fiar; era un cobarde. Arthur, sin saberlo, aún era mi pase de regreso. Pero esa mujer… esa mujer con la que él estaba ahora, tendría que irse.
Después de casi una hora, llegué al hotel que Enzo me indicó. Al abrir la puerta, me miró de arriba abajo y sonrió.
—Sigues igual de hermosa que cuando te conocí en aquel bar de mala muerte —menciono, acercándose y plantándome un beso intenso.
Me separé de él, controlando la situación.
—Porque me haces recordar eso.
—Gracias a mí, tuviste una buena vida. Y gracias a mí, no tuviste que lidiar con las rabietas de mi hermano y cuidar a tus prpias hijas —me volvio a decir y yp mirándolo con dureza
— Pero necesito tu ayuda para regresar a esa vida. No puedo seguir así.
—¿Nunca amaste a Arthur, verdad? —me preguntó, con una sonrisa que bordeaba la malicia.
—Claro que no. Solo necesito algo de él, eso es todo —contesté, encogiéndome de hombros—Ademas recuerda que que una de las tierras que tienes son por mi. Yo te ayude.
—Bien, te pague muy bien para que seas una buena artista. Pero hay alguien con él ahora. Una mujer que realmente ha logrado algo que tu nunca hacer para cambiarlo —dijo él, en un tono de advertencia.
—¿De quién hablas? —pregunté, frunciendo el ceño.
—Una tal Lia Evans. Una niñera, si no me equivoco. Pero parece que está logrando hacer lo que tú nunca pudiste: derretir el corazón de tu exmarido —dijo, con una risa que me molestó más de lo que quería admitir.