Lia.
Todo pasó tan rápido que apenas tuve tiempo para reaccionar. Ahí estaba José Luis, de pie frente a mí, sudoroso, con una mezcla de desesperación y arrepentimiento en la mirada. Era la primera vez que lo veía en más de un año, desde que lo eché de mi vida y pensé que jamás lo volvería a ver. Pero el muy cobarde había vuelto, y ahora rogaba ayuda. ¡Qué descaro!
—Lía, por favor, escúchame… Tenemos que hablar —me suplicó, con una voz que alguna vez fue capaz de derretirme, pero que ahora me daba náuseas.
—¿Hablar? ¿Tú y yo? —le respondí con desdén, cruzándome de brazos para no dejarme llevar por la ira—. ¿Qué tendríamos que hablar tú y yo, José Luis? Ya no tenemos nada que decirnos. Eres un maldito.
—Yo… yo te amo, Lía. Siempre lo he hecho —balbuceó, tratando de acercarse, pero retrocedí instintivamente, como si el simple hecho de tocarlo fuera suficiente para ensuciarme.
—¿Amor? ¿Tú no sabes nada del amor! —le grité, mi voz temblaba de rabia. Mi mente se llenó de todos esos momentos en que me mintió, me manipuló, me hizo quedar en ridículo frente a mis colegas y a mi ex jefe Elias. Aún podía recordar la vergüenza, la humillación pública cuando descubrí sus mentiras, y cómo mi carrera se tambaleó por culpa de su falta de escrúpulos.
—Por favor, Lía… la policía me está buscando, necesito un lugar donde esconderme, y tú eres la única persona en la que confío —siguió rogando. La desesperación en su mirada casi me hizo reír. Me dolía pensar que alguna vez fui tan ciega y estúpida como para enamorarme de él.
—¿Que la policía te busca? Pues bien por ti, José Luis. No pienso ayudarte, mejor será que te largues ahora mismo o llamo a las autoridades —respondí con frialdad.
—No… No hagas eso, por favor. Estoy en problemas, Lía. Me hicieron hacer cosas, no tenía otra opción. Por favor, ayúdame —suplicó, y sin pensarlo, levanté mi teléfono y marqué.
—¿Hola? Necesito reportar a alguien que anda por aquí cerca. Es un ladrón y un estafador.
En un movimiento rápido, José Luis me quitó el teléfono de las manos y colgó. Lo miré con odio, el mismo odio que había acumulado durante meses, y sin pensarlo, levanté la mano y le di una bofetada que resonó en la calle. Cayó al suelo con una mueca de dolor, pero ni siquiera intentó defenderse.
—Eres una basura, José Luis. Por todo el daño que me hiciste, mereces estar tras las rejas. Jamás te voy a perdonar por lo que hiciste a mi carrera, a mi vida… a mí. No eres más que un cobarde.
—Te juro que no fue mi intención… Todo lo hice por nosotros, por amor.
Me reí sarcásticamente. Ese hombre no sabía nada del amor, y ahora venía a buscarme con palabras vacías, tratando de manipularme como lo hizo antes. Pero esta vez no caería. Lo vi recoger sus cosas del suelo y, con una última mirada llena de rencor, se alejó rápidamente.
Entré a mi casa temblando, intentando calmarme. Mi madre, que había escuchado parte de la conversación desde la ventana, me miró con preocupación, igual mi padre por lo que la salida quedo cancelada.
—¿Qué pasó allá afuera? ¿Con quién discutías, hija?
—Era él, mamá. José Luis volvió. Y no sabes lo que me pidió… ¡Quería que lo escondiera porque la policía lo está buscando!
Mi madre suspiró y me abrazó, pero yo apenas podía contener las lágrimas de frustración. Aquel hombre me lo había quitado todo: mi paz, mi dignidad, mi carrera, y ahora pretendía que lo perdonara, que lo protegiera. Apreté los puños y prometí en silencio que este sería su fin. Papa se me acerco y me rodeo con sus debiles brazos.
—Me hubiera gustado tener mi revolver viejo para darle un tiro. —Asenti limpiando mis lagrimas. Maldito, ojala lo refundan en la carcel.
***
El día siguiente, intenté hablar con Arthur sobre nuestras dudas y las cosas que aún no terminábamos de aclarar. Sin embargo, él mencionó que tenía un compromiso importante con su empresa y no podía posponerlo. Le dije que no se preocupara, que sería su día libre para dedicarse a sus asuntos. Yo misma también necesitaba espacio para aclarar mis ideas y, sobre todo, investigar lo relacionado con José Luis y limpiar mi nombre cuanto antes. A decir verdad, no me importaría volver a trabajar en una editorial; aunque ya me había acostumbrado a estar con las niñas y no quería separarme de ellas. He creado un vínculo tan profundo con esas pequeñas que, por ahora, no me imagino dejándolas. Arthur sugirió contratar a una niñera para que yo quedara solo como su novia y educadora de las niñas, pero sé que no podría alejarme de ellas así tan de repente.
Para organizar mi día, decidí comenzar con lo más básico, ayudar en casa. Me acerqué a mi papá, le di su medicamento y platiqué un poco con él. Me dijo que se sentía mejor, pero que debía seguir cuidándose y descansar mucho. Sus palabras me llenaron de paz; haría cualquier cosa para verlo bien, a él y a mi mamá. Luego, charlé con ella, nos pusimos al día sobre algunas cosas, y al terminar salí al jardín para limpiar un poco y dedicarme a las plantas, mi pasatiempo favorito.
Horas después, mientras estaba en el jardín, recibí una llamada. Miré el teléfono: era Arthur. Al responder, su voz profunda y serena me saludó
—Hola, ¿cómo estás, amor?—Pregunto euforico.
—¡Hola, querido Arthur! Muy bien, ¿y tú?—, respondí con alegría.
—Bien, aquí pensando en ti… Me gustaría salir contigo. ¿Crees que podamos vernos esta noche?—eso suena bien.
—¡Claro que sí!—, contesté con entusiasmo, sin dudarlo.
—Perfecto, paso por ti en dos hora...
Sentí una mezcla de emoción y nervios. Me despedí y colgué. Mamá, que me había estado observando, me sonrió con complicidad cuando le conté que Arthur vendría por mí. —Ten mucho cuidado, hija—, me dijo suavemente. La tranquilicé y me apresuré a prepararme.
Subí a mi habitación sintiendo una mezcla de ilusión y miedo. Después de todo, no quería volver a sufrir ni a decepcionarme. Me duché y escogí un vestido ajustado, pero elegante, para la ocasión. Al salir del baño, dejé mi cabello suelto, me puse un poco de maquillaje y un sencillo juego de cadena. Conecte la secadora para dejar mi cabello seco y suelto, al finalizar observo mi imagen en el espejo. Justo en ese momento, Arthur me envió un mensaje.