La niñera de mis gemelos

Prólogo

—¡Isabella, no lo hagas! —gritó Samuel, con la voz rota—. ¡No te atrevas a cruzar esa puerta!

Ella se detuvo un segundo. Solo uno.

El suficiente para que él la viera temblar.

Tenía la cara mojada de lágrimas, el cabello despeinado y los labios partidos de tanto apretarlos para no suplicar. Sostenía una maleta en una mano, y con la otra acariciaba las cabecitas dormidas de los gemelos, que descansaban en el sofá sin saber que estaban a punto de perderla.

—No puedo quedarme donde no me quieren, Samuel —susurró, sin mirarlo—. Donde me usaron... y luego me hicieron sentir como una intrusa.

—Yo sí te quiero —respondió él, desesperado—. Solo no sé cómo hacerlo bien.

Isabella rió por lo bajo. Dolida. Vacía.

—No soy una receta que puedas perfeccionar en tu cocina. Soy un corazón, Samuel. Uno que rompiste con tus silencios.

El portazo sonó como un disparo.

Y en el interior de la casa, Samuel cayó de rodillas.

Por primera vez, el hombre que parecía de acero... lloró como un niño.




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