La niñera de mis gemelos

Capítulo 6 - Un fin de semana distinto

Hoy tengo el día libre. Después de semanas sin parar entre la empresa, reuniones, llamadas interminables y documentos que se multiplican como si tuvieran vida propia… por fin tengo un respiro.

Y no pienso desperdiciarlo.

Me levanté temprano, antes que los niños, antes que Isabella. Y mientras tomaba café mirando por la ventana, decidí que hoy merecemos algo más que la rutina.

Averigüé un resort familiar a las afueras de la ciudad. Tranquilo, con actividades para niños, piscinas, zona verde, cabañas privadas. Todo lo que necesito para desconectar. Y tal vez… para observar.

Sí, observar a Isabella. Porque desde que llegó, ha desordenado cosas en mí que creía enterradas. No lo digo en voz alta, pero es así.

Ella no lo nota. Se ríe con los niños, cocina con ellos, los abraza como si siempre hubiera estado aquí. Como si formara parte de algo que ni siquiera sabe que está construyendo.

Y yo… me estoy dejando llevar.

—¿Nos vamos de paseo? —pregunta Santi emocionado mientras lo visto.

—Sí, prepárense —respondo—. Hoy salimos los cuatro.

—¿También Isa? —pregunta Luca.

—Claro. ¿A quién más vamos a molestar todo el día?

Los gemelos gritan de emoción. Y justo ahí aparece Isabella, con el cabello algo revuelto y un buzo enorme que probablemente le robó a uno de mis cajones.

Y no debería quedarle tan bien.

—¿Qué está pasando aquí? —pregunta, desconfiada.

—Nos vamos de viaje —digo, tranquilo.

Ella frunce el ceño.

—¿A dónde?

—Es sorpresa. Anda a empacar. Nada elegante. Comodidad, sol, y niños hiperactivos.

Sus labios se curvan en una sonrisa… esa que no muestra siempre, solo cuando no se da cuenta. Me doy cuenta de que me quedo mirándola un segundo más de lo necesario.

Subo las escaleras mientras escucho a los gemelos correteando por la casa, emocionados con la idea de un paseo. Entro a mi habitación, abro el clóset y saco una maleta mediana. No necesito mucho: ropa cómoda, traje de baño, protector solar y algo de paciencia… sobre todo si Isabella sigue usando mi ropa como si fuera suya.

Cuando paso por el cuarto de los niños, me detengo en la puerta.

Luca está intentando meter sus dinosaurios en una mochila, como si no fueran a un resort sino a una expedición en el Amazonas. Santi, por otro lado, empacó cuatro pares de pijamas y ningún pantalón.

Suspiro con una sonrisa. Entro, me agacho y empiezo a ayudar.

—¿Llevaron sus cepillos de dientes?

—¡Sí!

—¿Y sandalias?

—¡Sí!

—¿Y el robot bailarín?

—¡Obvio! —gritan los dos.

Termino de revisar sus mochilas mientras me aseguro de que lleven bloqueador, gorros, y sus medicamentos por si acaso. No es fácil ser padre de gemelos. Menos aún cuando estás aprendiendo a serlo solo. Pero en momentos como este… vale la pena. Especialmente cuando los veo tan felices.

Vuelvo a mi cuarto y paso por el de huéspedes. La puerta está entreabierta. Me asomo sin querer, y la veo empacando.

Isabella.

Tiene una forma de doblar la ropa que me resulta absurda y adorable a la vez. Hace una montaña ordenada con sus camisetas, como si se tratara de un ritual.

No me ve, así que me apoyo en el marco de la puerta por un segundo, en silencio.

Me sorprende lo natural que se ha vuelto su presencia en la casa. Como si nunca hubiera sido extraño verla con mis hijos, riéndose, cocinando, organizando la mesa o durmiendo en el sofá con una manta encima y los gemelos sobre ella como dos gatitos.

Ella levanta la mirada y me encuentra ahí, observándola.

—¿Qué? —pregunta, con una ceja alzada.

—Nada… solo vine a revisar que llevaras tu cepillo de dientes —respondo, divertido.

—Ah, claro. Súper importante, jefe.

Sonríe de medio lado. Y yo también.

—Tenemos que salir en quince minutos. Te veo abajo —digo finalmente, dándome la vuelta antes de quedarme un segundo más de lo necesario.

Lo que me está pasando con ella… no tiene nombre.

Nos montamos en el auto con las mochilas llenas y los corazones más llenos aún. Isabella se sienta adelante, con el cabello recogido en una trenza desordenada que me parece ridículamente bonita, y los niños se acomodan en el asiento trasero, uno a cada lado con sus almohadas de dinosaurios.

—¿Listos para la aventura? —pregunto, arrancando el carro.

—¡Sí! —gritan los dos a la vez, con una emoción que me contagia de inmediato.

—¿Jugamos “Veo, veo”? —dice Santi, y ya sé que no hay opción de negarse.

—Empieza tú —responde Isa, girándose para mirarlos con una sonrisa suave.

—¡Veo, veo! —canturrea Santi.

—¿Qué ves? —decimos al unísono Isabella y yo.

—Una cosita… que empieza con… E.

—¿E de elefante? —pregunta Isa.

—¡No!

—¿Espejo? —intento yo.

—¡No!

Luca ríe.

—¡Es “E” de estrella! ¡Como las que mamá ve desde el cielo!

Silencio.

Unos segundos dulces, sagrados.

Isa gira lentamente y le acaricia el brazo a Santi.

—Esa fue la mejor respuesta del mundo, campeón.

Él asiente con la seguridad de un niño que no necesita lógica, solo amor.

—Me toca a mí —dice Luca, animado—. ¡Veo, veo!

—¿Qué ves?

—Una cosita… que empieza con “I”.

Santi se apura:

—¡Isabella!

—¡Sí! —responde Luca, riendo— ¡Yo veo a Isa!

Ella se voltea lentamente, los ojos brillando, y pone una mano en el pecho como si algo le acabara de tocar el alma.

—¿Y por qué me ves a mí?

Luca se encoge de hombros.

—Porque eres bonita. Y huele rico cuando nos abrazas.

Santi asiente con fuerza.

—Y haces los pancakes más ricos del universo.

—Y no te enojas cuando perdemos los calcetines.

—Y… —añade Luca, como si fuera el dato más importante— tú haces que papá sonría diferente.

Mi mano aprieta el volante. Isabella se gira hacia la ventana, pero veo que se le escapa una sonrisa suave. Se queda callada, pero sus mejillas se tiñen de ese rosa que me hace pensar cosas que no debería.




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