La niñera de Sophie

~5~

Sentada frente a la mesa del comedor, Isabelle observaba con disimulo cómo Sophie se enfrentaba a su tarea de matemáticas con la intensidad de una científica buscando la cura para una epidemia zombi en plena madrugada.

Estaba inclinada sobre el cuaderno, con el lápiz apretado como si temiera que saliera corriendo, y el ceño tan fruncido que parecía haber envejecido cinco años solo desde que le asignaron los ejercicios. Isabelle, mientras tanto, sorbía su té con calma, como si observar a un ser humano enfrentarse al trauma de las llevadas fuera su entretenimiento de la tarde.

—¿Necesitas ayuda con eso? —preguntó con tono casual, como quien ofrece una galleta a alguien que claramente está al borde del colapso.

—No —respondió Sophie, sin despegar los ojos del papel—. Estoy bien.

—¿Segura? Porque tu cara dice “independencia”, pero ese número tachado cinco veces grita “socorro”.

Sophie soltó un suspiro digno de una telenovela y borró otro número con la furia de alguien que está reconsiderando su relación con las matemáticas. Masculló algo que, con buena voluntad, sonó a “los números me odian”, aunque también pudo ser un hechizo de protección contra las llevadas.

Finalmente, tras otro tachón y lo que parecía un intento de convertir el número ocho en una nube triste, levantó la vista con resignación.

—Tal vez un poco de ayuda no estaría mal…

Isabelle sonrió como quien acaba de recibir una invitación a un baile de máscaras en Versalles.

—¡Excelente! Vamos a domar esas llevadas como si fueran caballos salvajes en un corral de sumas. No hay cifra que se me resista.

Se sentó a su lado, se arremangó imaginariamente (porque su blusa tenía mangas cortas, pero el gesto dramático era obligatorio) y adoptó su mejor tono de maestra zen. Tomó el lápiz con delicadeza y señaló el primer ejercicio, donde una tímida resta pedía ayuda a gritos.

—Mira, Sophie —empezó con voz calmada—. Aquí tenemos setenta y dos menos treinta y ocho. No podemos restar ocho de dos porque eso es un drama, así que… ¿qué hacemos?

—¿Llamamos a urgencias?

—Casi. Le pedimos prestado al siete, que es muy generoso y nos da un diez. Ahora tenemos doce menos ocho, que da…

—Cuatro —respondió Sophie, con ojos grandes.

—¡Correcto! Y ahora que el siete se convirtió en seis, restamos seis menos tres y nos da…

—Tres.

—¡Boom! ¡Victoria parcial!

Después de tres ejercicios, los resultados empezaron a aparecer más rápido, con menos tachones y más confianza.

—¡Listo! Matemáticas, derrotadas —proclamó Isabelle, alzando la mano en busca de un merecido “choca esos cinco”.

Sophie la miró, con cierta desconfianza. Dudó… pero luego levantó la mano para sellar el momento con un “clap” suave pero firme. Y una pequeña sonrisa. Fue casi imperceptible, pero estaba ahí.

—Bien —dijo Isabelle, hojeando la hoja de tareas—. Siguiente nivel: ciencia. ¿Preparada para germinar conocimiento?

Sophie rodó los ojos, pero el ceño ya no estaba fruncido, lo cual, en opinión de Isabelle, era una señal casi tan prometedora como ver salir el sol después de una tormenta.

Mientras la pequeña cambiaba de cuaderno, ella se dedicó a limpiar los restos de goma de borrar que decoraban la mesa como si fueran confeti de una fiesta en honor a las llevadas.

La nueva actividad parecía más relajada… o al menos más creativa: los niños tenían que escribir qué creía que sucedería con la semilla que habían depositado amorosamente en un frasco con algodón. Aquel frasco ahora reposaba en el alfeizar de la ventana, absorbiendo lluvia indirecta, sol ocasional y miradas de expectativa.

Sophie se enderezó en su silla, tomó su lápiz con autoridad y, con letra grande, redonda y orgullosa, escribió:

—“Va a creser una plánta.”

Isabelle ladeó la cabeza, conteniendo una sonrisa ante aquel enunciado tan decidido como ortográficamente temerario.

—¡Muy bien! —exclamó con entusiasmo, acariciándole el cabello con suavidad—. Pero vamos a domar un par de palabritas rebeldes, ¿sí? “Crecer” va con “c”, no con “s”, y “planta” no lleva tilde… aunque entiendo que suena muy exótica así, como si fuera francesa.

Sophie frunció el ceño, pero no protestó. Borró cuidadosamente, y volvió a escribir con más atención. Luego, animada por su propia inspiración científica, añadió una frase extra:

—“Primero le saldran raises despues un tayo y si no se muere o se pudre le vamos a ver ojas verdes.”

—Maravilloso —dijo con solemnidad teatral—. Científicamente honesto, dramáticamente intenso y ortográficamente… bueno, una pequeña aventura. Vamos a hacerle una cirugía de emergencia con el lápiz rojo, ¿te parece?

Sophie asintió con dignidad. Había que reconocérselo: tenía muy buena actitud para aceptar correcciones. Y eso, en el universo de las tareas escolares, ya era casi una superpotencia.

Mientras Isabelle le ayudaba a domar las feroces condiciones entre la “c” y la “s”, y a resolver el eterno misterio de cuándo usar “ll” y cuándo “y”, también se encargaba de colocar comas estratégicas y tildes descarriadas que se habían ido de vacaciones. Sophie la observaba con atención, como si cada corrección fuera una revelación sagrada.




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