De todos los territorios conquistados por la humanidad, el reino de Avantgar era el más grande y próspero de todos. Sus límites abarcaban prácticamente un cuarto del Primer Continente, por lo que su influencia política y militar resultaba determinante para el mundo entero.
Quizás los únicos que podían contrarrestar su vasto poder eran la “Ciudad del Futuro” Meridan y el Sacro Imperio virutano… Aunque la primera no se inmiscuía en asuntos exteriores y el otro se encontraba casi en el otro extremo del planeta.
Avantgar se conformaba de doce territorios subordinados y cuarenta feudos. De todos ellos, los más importantes eran solo tres:
En el reino solo existían dos ducados y uno de ellos era Thamel, el cual a su vez era el territorio más extenso y tan solo superado por Lanian en lo económico. Thamel constituía la cuna de las riquezas más ostentosas de todo Avantgar. Sus grandes cadenas montañosas daban origen a un sinnúmero de minas repleta de joyas codiciadas por todos los nobles.
El ducado de Thamel fue uno de los grandes fundadores del reino, por lo que compartía vínculos muy cercanos con la Corona Real. De entre todos los nobles de alto rango, la sangre de los hijos de Thamel era la más importante y venerada; incluso por encima de la del Rey.
Y en tan importante lugar… me encontraba yo.
Aún no había acabado de asimilar que había reencarnado en otro mundo, mucho menos el haberme enterado de que mi nuevo cuerpo le pertenecía a una princesa del ducado de Thamel; de hecho, la única Princesa de Thamel.
Daira Grai Thamel.
En este mundo, el nombre medio “Grai” correspondía a un título que todos los nobles poseían. Existían varios de estos títulos, los cuales servían para categorizar la “pureza de tu nacimiento”.
Así que yo era Daira, la “noble pura” de Thamel.
No tenía ninguna memoria de este cuerpo, pero la sirvienta que me atendía me comentó algunas cosas interesantes. Daira era la única hija del Duque Cyrus Grai Thamel, un “Sword Master” y el gran defensor del reino de Avantgar. Tenía un hermano mayor también. Su nombre era Belmont Grai Thamel y era igualmente otro Sword Master.
La relación de Daira con su familia parecía un tanto complicada, puesto que la chica sirvienta se mostró un poco nerviosa cuando me habló sobre ellos. Y me hacía sentido, pues al escuchar por primera vez esos nombres el corazón de este cuerpo comenzó a latir de una manera que me resultaba demasiado familiar…
Tristeza.
Pero vayamos a algo más importante: Daira. Al parecer, la Princesa había sufrido un grave accidente antes de que yo tomara su cuerpo. La sirvienta, llamada simplemente Betia, me contó que hace algunos días atrás Daira se cayó a un lago durante un paseo y terminó ahogándose.
Qué coincidencia…
Al parecer, fue una situación muy seria, ya que Daira dejó de respirar por varios minutos. Intentaron desesperadamente resucitarla, pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Casi la dieron por muerta cuando de puro milagro recuperó algo de pulso. Aun así, se mantuvo inconsciente hasta hacía apenas unos días.
Cuando en realidad fui yo quien despertó en su lugar.
—¡Por favor, Princesa! ¡Ya no juegue conmigo…! ¿De verdad no puede recordar nada?
—No.
¿Qué pensarían las personas de la edad media si de pronto una mujer les decía que venía de un futuro donde los carruajes ya no necesitaban de caballos para moverse y hasta había vehículos que podían volar…?
Nada bueno, muy seguramente. Me mandarían directamente a un manicomio o hasta podrían quemarme viva en una hoguera. La época medieval era muy brutal frente a los pensamientos creativos.
Así que decidí justificar mi carencia de recuerdos con ese accidente. Asumí que sería lo más creíble. La falta de oxígeno en mi cerebro hizo que de alguna manera perdiera los dulces recuerdos de mi pasado como Daira. Y de esa forma también podía justificar mi notable carencia de modales y mi cambio radical de personalidad.
Simplemente brillante.
—Haga un esfuerzo, por favor. No puede simplemente olvidar tantas cosas. ¡No puede olvidar a su familia! —lloró mi sirvienta Betia.
Solté una sonrisa.
—No te preocupes. Mis sentimientos aún permanecen conmigo. Aún los amo a todos. Además… te tengo a ti, mi querida Betia —acaricié sus cabellos.
—Princesa…
Pero la muchacha cambió su expresión a una de preocupación absoluta.
—¡Esto es mucho más grave de lo que pensé! ¡Volveré a llamar al doctor Alphonse!
Estuve en cama durante varios días, completamente aprisionada sin poder ver a nadie más que a mi sirvienta y al doctor que me trataba. Venía todas las mañanas para comprobar mi estado de salud y para manosearme un poco los pechos con la excusa de que era parte de su rutina médica. Supongo que así lo hacían en otro mundo.
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Editado: 28.09.2024