La Nobleza del Alma: Un Romance Trágico

CAPÍTULO 3

No voy a llorar sobre leche derramada.

No me importaba que me odiasen. No eran mi verdadera familia. Jamás pedí reencarnar en este cuerpo, así que no iba a rogar por amor ajeno. Que ellos viviesen su miseria, solos. Yo iba a vivir a mi manera. Y lo haría de la mejor manera posible.

Si no podía tener su amor, tendría su dinero.

Yo era una princesa, ¡maldita sea! Era increíblemente rica. Mis vestidos valían más que un año de mi antiguo salario. Las joyas que permanecían desparramadas por mi habitación valían más que mi antiguo departamento.

¿Acaso no tenía el derecho de despilfarrar como una noble malcriada?

Jamás podría agotar por completo las riquezas del ducado, así que no tenía que preocuparme de actuar con moderación. Haría que esos malnacidos estuviesen hartos de firmar cheques a mi nombre.

Ese sería su castigo.

Así que le dije a Betia que tenía hambre y que quería cenar un banquete inmenso. Le dije que me trajera comida hasta rellenar la habitación, que me comería incluso a un dragón. La chica se asustó bastante y me dijo que estaba prohibido cazar dragones para el consumo de su carne. Estaba medio bromeando con eso, pero al menos me confirmó que en este mundo existían varios seres mitológicos.

¿Qué más criaturas habría?

Así que tuve que conformarme con la aburrida carne de vacuno. O algo que se le parecía. Las vacas eran demasiado grandes en este mundo. Pero sabían delicioso. No sé si era por la calidad de la carne o las habilidades de los cocineros de la mansión; pero jamás había probado un manjar semejante en toda mi vida.

Era una explosión de sabor tal que todos mis sentidos quedaban entumecidos por la sazón tan magistral de la comida. Daira, mi amiga, no podía creer cómo alguien que viviese aquí pudiese hacer dieta.

Al día siguiente fue igual. Carne y pasteles incluso para mi desayuno. Necesitaba que mi cuerpo se recuperara completamente del accidente. Necesitaba estar más fuerte que nunca para finalmente empezar a salir.

¿Existían los deportes en este mundo? Me imaginaba que sí. Y si no, ¿qué tan difícil era fabricar una pelota? Siempre quise ser miembro de algún club; pero los precios se dispararon después de la guerra, por lo que solo los muy ricos podían permitirse practicar deporte.

¡Pero me volví jodidamente rica!

Sabía que tenía que renacer para alcanzar el éxito financiero. Podía simplemente vivir el resto de mi vida como una vaga y nadie se quejaría por ello. Después de todo, mi familia me odiaba. Con un poco de suerte, hasta podrían mandarme a una mansión en el campo donde ya no tendría que verles el rostro nunca más.

—Veo que está de muy buen humor, Princesa —me comentó Betia.

—¿Tú crees? —le sonreí.

Betia y yo nos encontrábamos en mi habitación. Ella me estaba sirviendo el té de mediodía.

—Sí. Desde que entré a trabajar aquí, jamás la había visto tan contenta.

—¿Y desde cuándo trabajas aquí?

—Desde hace ya algunos meses. Cuando cumplí catorce años, postulé para el trabajo de sirvienta aquí en la mansión principal.

Ahora todo tenía sentido. Ahora tenía sentido el por qué Betia parecía ser la única sirvienta que no me miraba con asco. Nunca conoció a mi madre, así que no tenía motivos para guardarme rencor.

Era la única que no me odiaba por haber nacido.

Quizás Betia era la única persona en toda la mansión con la capacidad para ser mi sirvienta personal. Porque, a pesar de conocer la tragedia de Thamel, ella siempre fue amable conmigo. Aunque solo fuese parte de su trabajo, la niña usó su sentido común y decidió no ser una malnacida como el resto de los trabajadores.

Quizás los últimos meses de Daira no fueron tan oscuros gracias a ella.

—Betia…

—Princesa, tiene una visita.

Fuimos interrumpidas por la súbita aparición de otra sirvienta. Abrió la puerta de mi habitación intempestivamente y se dirigió a mí sin siquiera disculparse por ello. Tampoco realizó ninguna reverencia y me habló con un tono bastante brusco. Me miraba directamente a los ojos con total altanería.

—Debiste tocar la puerta antes de entrar —le recriminé.

—Mi error, pero debe apresurarse a la sala de invitados.

Otra falta de respeto. En lugar de aceptar que se había equivocado, se justificó con un tono burlesco, como si aquello no tuviese relevancia alguna.

Y más parecía que me estuviese dando una orden.

Decidí no armar un escándalo, pues tenía algo de curiosidad por saber quién había venido a visitar a la princesa maldita de Thamel. No podía ser una amiga. Daira no tenía amigas; Betia me lo dijo. En los meses que estuvo con ella, jamás recibió ninguna visita de alguna otra noble.

Tampoco podía ser familia. La única familia que tenía eran las basuras de Belmont y el Duque.

Así que no tenía ni la menor idea.

Los nervios me ganaban conforme iba caminando con Betia y esa otra perra. Podía ser alguien malo quien me esperaba al otro lado… O, con un poco de suerte, algún príncipe encantador que estaba a punto de declararme su amor…




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