La Nobleza del Alma: Un Romance Trágico

CAPÍTULO 4

Cielos, Daira, solo te faltaba una enfermedad terminal para completar la trinidad de las desgracias: tu familia te odiaba y tu prometido se escondía una amante.

Quizás me estaba adelantando demasiado y haciendo suposiciones sin fundamentos sólidos; pero nada me quitaba de la cabeza aquella forma con la que el Príncipe conversaba con esa muchacha en el jardín.

Al menos, estaba segura de que se tenían cierto afecto. Así que debía averiguar más. No podía simplemente permitir que el chico guapo jugara conmigo. Podía ser el Príncipe de la Corona, pero incluso si fuera Dios mismo jamás permitiría que me vieran la cara de tonta.

Necesitaba saber quién era esa chica.

Así que recurrí a mi vieja confiable de la información: Betia. Corrí para buscarla y la encontré limpiando las escaleras del segundo piso. Le dije que dejara de hacer todo y se viniera conmigo a mi habitación para empezar con los chismes.

La llevé casi arrastrándola. Quería que Betia viera al infeliz infraganti. Pero, como mi suerte era peor que un examen sorpresa, cuando nos asomamos por la ventana ya ninguno de los implicados se encontraba ahí.

Así que tuve que recurrir a mi memoria para describir a la muchacha. Era muy bonita, pero no demasiado… Aunque mi punto de referencia en este mundo era Daira, por lo que podría tener mis estándares algo elevados.

Pero para ser una chica normal (no Daira) era bastante bonita.

Llevaba un vestido simple con escote. No traía joyas, por lo que su cuerpo era lo que más se destacaba. Tenía unas curvas… interesantes. Debo ser sincera, su cuerpo estaba mejor esculpido que el de Daira. Era alta y muy delgada.

Sus cabellos, al igual que sus ojos, eran de un color caramelo. Su piel estaba ligeramente bronceada, como si pasara mucho tiempo caminando bajo el sol. Y tenía una gran sonrisa…

Una sonrisa preciosa mientras hablaba con el Príncipe.

—Entonces… ¿Se refiere a Lady Edurne?

—¿Lady Edurne?

Otra vez aquel nombre. Recuerdo haberlo escuchado del desgraciado de Belmont. En ese entonces decidí no tomarle importancia.

—Sí, Lady Edurne es…

Sin embargo, Betia prefirió quedarse callada.

—¿Qué pasa?

Betia apartó la mirada.

—Nada…

Era bastante extraño. A Betia no le temblaba la boca para hablar. Daba su opinión acerca de todo y nunca se mostraba tímida. Pero cuando le pregunté sobre esa tal Edurne decidió guardar silencio.

¿Qué significaba eso?

—¿No me vas a contar sobre esa mujer?

Betia agachó la cabeza.

—Es que…

—¿Qué cosa?

—Cada vez que alguien menciona algo sobre Lady Edurne, usted…

—¿Yo qué? Por favor, sé más clara.

Betia tragó saliva.

—Usted se pone rabiosa y se pone a tirar cosas y a patear.

¿Eh…?

Al parecer Daira tenía cierta historia con Edurne. No me sorprendía, siendo sincera. Pero no me esperaba que mi sirvienta me confesara que me ponía como toda una loca con tan solo escuchar su nombre…

Cielos.

Sí, entendía que Daira era una niña. Pero ¿llegar hasta esos extremos? ¿Qué le había hecho la otra chica para que ella se comportara así? No tenía forma de saberlo con certeza.

Lo único que podía hacer era ir a buscar a Edurne yo misma para tratar de averiguar algo.

Betia no me iba a decir nada más. Tenía que ser yo misma quien diera la cara para confrontarla. Así que decidí buscarla horas más tarde. Era tiempo de cenar, por lo que tendría que estar en el comedor.

Jamás había bajado hasta el comedor, ya que Betia siempre me traía la comida a mi habitación. Tuve que preguntarle a la servidumbre por la dirección. Me la dieron con mala cara, pero al menos no me mintieron. Me apresuré y ahí la encontré.

La muchacha se encontraba cenando alegremente lo que parecía un buen estofado. Viéndola un poco más de cerca me pareció más bonita; pero seguía sin estar a la altura de Daira. Lo que más llamó mi atención fue que no estaba sola.

Belmont cenaba con ella.

—¿Qué te parecieron los zapatos que te compré la otra vez?

La muchacha suspiró.

—Cielos, Bel, te dije que dejaras de comprarme cosas tan a menudo.

—Entonces te gustaron.

La muchacha sonrió.

—Me encantaron.

Estaba estupefacta. No podía creer lo que veía. La muchacha se encontraba de lo más alegre conversando y cenando con Belmont. Y lo más extraño de todo era que él también lo estaba disfrutando.

Era la primera vez que veía al malnacido de mi hermano tan contento. Ni siquiera sabía que su rostro podía formar una sonrisa. Con esa chica él era muy atento y respetuoso, dos cualidades que conmigo no parecía conocer.

¿Qué demonios estaba pasando?




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