La Nobleza del Alma: Un Romance Trágico

CAPÍTULO 5

Edurne era el reemplazo de Daira.

Era más que obvio si te ponías a pensarlo por un momento… Era por eso que Belmont protegía tanto a Edurne. Para él, su hermana era ella. No Daira.

Daira no era nada.

Qué importaba si decidieron adoptarla por mera pena o desesperación por amor. Lo que estaban haciendo era peor que un crimen. Querían transformarla en algo que ella jamás podría ser: la verdadera Princesa de Thamel.

No se los iba a permitir.

No que ahora esa vida me pertenecía; era realmente injusto que pasara. Estaban usurpando una vida. Fuera a propósito o no, ellos pretendían ignorar una realidad y cambiarla por otra totalmente distinta.

Le debía a Daira solucionar ese problema. Era lo menos que podía hacer por ella. Poner las cosas en su orden natural y ajustar las cuentas pendientes con aquellas personas.

Pero ¿por qué me importaba tanto? Después de todo, mi voluntad por vivir no era mayor a la que tenía Daira… No obstante, desde que entré en su cuerpo algo despertó en mí. No sabía qué, pero me indicaba que siguiera su voluntad. Quizá ya no me importaba nada y me encontraba haciendo las cosas en piloto automático.

O simplemente la muerte me parecía tan aburrida como la vida que ya ni me molestaba en saber en cuál me encontraba.

Así que ahora respondería por Daira. Y volvería a confrontar a Edurne para saber si realmente era consciente de la situación en la que estaba.

Que su sola existencia complicaba la mía.

Me parecía que sí, ya que nunca respondió a los ataques de Daira. Así que algo de lástima debía de sentir. Y también debía de saber que tanto Belmont como el Duque la trataban con tanto cariño solo por el hecho de que odiaban a Daira. Porque, de lo contrario, ella jamás hubiera tenido semejante oportunidad.

Pero sobre todo quería dejarle bien en claro cuál sería nuestra relación a partir de ese momento. No le guardaría rencor ni la trataría mal como lo hizo Daira.

Pero debía alejarse del Príncipe.

No eran celos ni nada por el estilo. No sentía absolutamente nada por ese sujeto. Pero era mío. Era mi prometido. Y no quería jugar a ser la tonta. Si ese hombre de verdad estaba enamorado de otra mujer, primero debía romper su compromiso conmigo.

Hasta entonces, era yo quien determinaba lo que él podía hacer o no…

Esperé algunos días a que se calmara la situación. Conseguí que Betia me traficara una daga solo en el caso que me volviera a topar con Belmont. Tuve que mentirle diciéndole que solo la quería como decoración para mi habitación; pero que estuviera bien afilada.

Mínimo pensaba sacarle un ojo a ese malnacido si intentaba asfixiarme de nuevo.

Llegó la noche y salí de mi habitación. Me aseguré de memorizar bien el horario de Belmont. A esa hora ya tendría que estar durmiendo. Así que era muy poco probable que me lo topara… A menos que estuviera en la habitación de Edurne haciendo Dios sabe qué. Porque ahí me dirigía.

Confrontaría a Edurne en su propia habitación.

Quizás era porque estaba caminando despacio, pero era la primera vez que me ponía a ver la mansión en detalle durante la noche. Había luz. Sí, había luz. En mi antiguo mundo sería de lo más normal. Pero aquí no.

O eso pensaba.

Había lo que parecían unas lámparas en las paredes que emitían una especie de luz ligeramente tenue. Había bastantes, por lo que su falta de intensidad se compensaba con su gran cantidad para mantener bien iluminado el lugar.

No había forma de que esas lámparas fueran alimentadas con electricidad. No había cables ni nada. Así que…

Eso tenía que ser magia, ¿verdad?

Estaba en un mundo de fantasía, así que no era complicado pensar en algo como la magia. Pero me sentía un poco decepcionada con que mi primera vez experimentando magia fuera de una forma tan… mundana. Digo, ¿acaso la magia no tendría que manifestarse a través de poderosos hechizos que pudieran hacer explotar montañas enteras?

Quizás mi concepto de la magia estaba equivocado y en este mundo representaba algo totalmente distinto.

Pero gracias a eso conseguí llegar sin problemas hasta la habitación de Edurne. Betia se preocupó bastante cuando le pedí su dirección. Para ser sincera, yo también lo hubiera estado. Edurne y Daira no se llevaban nada bien. Y una visita a medianoche es siempre cuestionable. Y traía una daga escondida bajo mi pijama…

Espero no meterme en problemas.

—¡Voy!

Toqué suavemente la puerta. En un segundo escuché la dulce voz de la maldita esa. Parecía sonar bastante contenta y animada. Demasiado curioso para una repentina visita a medianoche.

—¿Daira…?

Y para mi no sorpresa, cuando abrió la puerta cambió su rostro de júbilo máximo a uno de preocupación y miedo al darse cuenta de que era yo quien la había visitado. Sonreí.

—¿Acaso no era yo a quien esperabas? —pregunté.

Y pasé sin pedir permiso. La muchacha se puso bastante nerviosa, mas no le presté atención. Directamente caminé hacia su cama y tomé asiento en el medio. Ella se quedó parada en la puerta.




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