La Nobleza del Alma: Un Romance Trágico

CAPÍTULO 8

—¿Cuál es tu postre favorito, Betia?

Era una noche de lo más hermosa. La luna llena reposaba sobre un perfecto cielo despejado. Su luz brillaba con tanta soltura que parecía pretender transformarse en el sol.

No hacía ni frío ni calor, era mi clima ideal. Bien podía ir con ropas más ligeras y disfrutar del plácido viento templado que toqueteaba mi rostro como caricias de unas manos suaves y cariñosas.

Por ello decidí disfrutar la ocasión tomando el té en mi jardín. Llamé a Betia y me senté en el cenador que hacía tiempo quería conocer. Estaba muy cerca del lago, por lo que la vista era espectacular. La luna se reflejaba perfectamente sobre la superficie del agua, no se necesitaba traer más iluminación.

Era perfecto. No había nadie más que nosotras en ese momento. La servidumbre ya se encontraba durmiendo. Edurne no salía de su habitación desde el incidente de la fiesta del té. Y Belmont no paraba de redactar y firmar documentos en ausencia del Duque.

¿Acaso esta noche no podría ser mejor?

—¿Postre? Jamás he probado uno.

Sorpresa monumental.

—¿Eh…? Debes estar bromeando.

—No, Princesa. Jamás he comido un postre.

Me asusté.

—¿Por qué?

—Mi sueldo de sirvienta no es suficiente para permitirme semejante lujo.

Cierto. Durante la edad media, tanto la sal como el azúcar podían llegar a ser tan valiosos como el oro.

—¿Y las sobras? ¿No has siquiera llegado a probar lo que sobra de las comidas?

—¡Jamás! La jefa de las sirvientas me agarraría a latigazos.

—¿No crees que estás exagerando?

—A Lina le hicieron eso cuando la descubrieron comiendo un estofado que dejó Lord Belmont.

—¿Y qué hacen con las sobras entonces?

—Todo se tira. Los sirvientes no tienen permitido tocar nada.

Cielos… Empecé a sentirme mal por cada pastel y corte de carne que decidí no comer por estar demasiado llena.

—Qué gran desperdicio —suspiré.

—Agradezco su preocupación, Princesa. Pero esa es la vida que nos ha tocado.

Pero lo que peor me ponía era la actitud de la muchacha, resignada a obedecer reglas tiránicas que no beneficiaban a nadie. Estaba claro que había sido adoctrinada desde muy pequeña para nunca cuestionarse nada.

La trabajadora perfecta.

Pero yo pensaba muy diferente. Cada quien determinaba su propio valor. La nobleza de sangre no tenía sentido alguno. Quería que Betia se diera cuenta de que ella valía para ser más que una simple sirvienta.

Era una muchacha demasiado linda. La observaba parada a mi costado, sosteniendo la canasta con la que había traído mi comida. Sus cabellos negros y brillantes se camuflaban muy bien con el cielo tan maravilloso del momento. Sus ojos curiosos y a la vez muy atentos. Su figura delgada como la contextura de un ratón. Sus mejillas enrojecidas por el esfuerzo que llevaba haciendo desde que se despertó muy temprano por la mañana y que seguía ejerciendo exclusivamente por mi capricho nocturno.

En mi mundo, hubiera roto cualquier estándar de belleza.

—Come conmigo —le dije.

La niña se sorprendió.

—¡N-No puedo! ¡No tengo permitido hacer eso!

—Yo te doy permiso. Siéntate conmigo.

Betia agachó la cabeza.

—Le agradezco su gran bondad, Princesa. Pero no puedo hacerlo. Alguien podría vernos y habría problemas… No quiero humillarla nuevamente como pasó en la fiesta de Lady Campaira.

—¿Te sigue incomodando el comentario que hizo esa mujer?

Betia guardó silencio.

—Pues tienes razón —suspiré—. Solo deberías limitarte a cumplir con tus obligaciones del trabajo.

—Así es. Yo solo…

—Aunque mañana es tu día libre, ¿verdad?

Sonreí.

—Vamos a la ciudad a comer. Yo invito.

Betia se sorprendió.

—¡N-No podría…!

—No tienes excusa ahora, Betia. No estarías trabajando, así que no estarías rompiendo ninguna regla. Tan solo será una simple salida de amigas.

—Usted… ¿Me considera una amiga?

Volví a sonreír.

—¿Acaso en algún momento lo dudaste?

Betia entonces soltó una ligera risilla.

—Las demás nobles tenían razón. Usted es rara… Pero no creo que eso sea algo malo.

Un nuevo día llegó. Como le prometí a Betia, decidimos salir juntas como amigas. Aproveché para llevarla a Molina, ya que desde que viajé por ahí para llegar a la condenada fiesta del té de Lady Campaira quise explorarla más al detalle. Mandé a alistar un carruaje lo más temprano posible para no desaprovechar ningún rayo de sol.

Decidí ponerme un vestido bastante simple, ya que no quería hacerle trabajar a Betia en su día de descanso. Además, como íbamos a hacer muchas actividades, era el tipo de vestido perfecto para caminar muy cómodamente. Nada tan ostentoso pero lindo para estar a la altura de la situación.




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